Abrazo al tiempo que huye
Hoy “me dejo de coplas” y me voy al canto grave y llano. Hago entrega de estas voces mías ya antiguas (más antigua la vida misma, su carrera veloz y limitada). Dios, Dios... Dios eterno, salvándonos de la caída en la nada. Roca firme, asidero para la fe que nos salva de la última caída. Pero estamos ahí desnudos contra el tiempo y contra la muerte como cualquier ser humano. Hombre soy, igual que quien me lee. Pongo mi voz serena en estos versos.
TEMPUS FUGIT
Me paro desde el tiempo.
Desde el tiempo imagino
tocar lo permanente de las cosas.
Me gotea algún fruto,
las costras por el tronco
y no poco follaje de la ilusión perenne.
Te digo “eterno” y me entran lágrimas
de acostarme a morir
en esta tierra donde alientas
más duradero que mil muertes.
Me paro. Pocas veces
se levanta en mis manos tanto manso desdén,
tanta fatiga vegetal
ni un enramado astral de tan rendido abandono.
Puesto a ofrecer te ofrezco
un dolor sin historia,
la batalla perdida de una postura erecta
y esta ofrenda floral de los días contados.
Te digo “eterno, eterno”” con envidia de amante.
Ante los sables del reloj,
¡cuántos abrazos rotos desde el minuto herido!
Eterno Tú, que vives, que te haces
de los siglos un sayo
y un calcetín del tiempo.
Todo tu ser te previene del frío y hasta a veces
finges tu eternidad en el pecho del hombre.
Me cobijo en el tempo. De esta vivienda soy
el dueño fugitivo.
Calado de intemperie con mis pareces huyo.
Me sujeto a tu nombre.
Tiritando me aferro
a tu llar siempre fijo. Y así intento
atar lo permanente de la huida.
(Obra poética, p. 211).