Aniversario de Carlos Cano

El 19 de diciembre, hace once años que murió Carlos Cano. Lo recuerdo como si acabara de suceder. Yo llegaba en mi utilitario a una carreterita, cercana a mi parroquia, para caminar y hacer un poco de ejercicio. Para rezar también al mismo tiempo. Cuando iba a detener mi coche y la emisión de radio, oí la noticia: Carlos Cano ha muerto. Aquello me turbó y cambió, sólo en parte, el plan previsto. No soy ningún experto en Carlos Cano. Casi mejor. Soy uno de los muchos oyentes que a lo largo de medio mundo han temblado con sus canciones. Me sonaban alguna de las obras airadas de su pasado emigrante. Me sonaban los versos de Lorca con todo lujo de orfeón y orquesta. Me sonaban canciones inolvidables como “María la portuguesa”. Coplas, coplas elevadas a la conmoción y el arte por aquella voz en trémolo heridor, ajustado. Me sonaban sus letras de poeta verdadero.

A uno le habían educado en la música clásica, en la gran polifonía, incluso –oh joya lejana y casi ya perdida- en el canto gregoriano. A uno le habían educado en la palabra herida y heridora. Pero este Carlos granadino conectaba con la misma raíz de la palabra y la música. No entraré en más detalles. La noticia y el vuelco interior que me produjo trocaron mi plan inicial y la oración prevista dejó paso al siguiente soneto.




EN LA MUERTE DE CARLOS CANO





Vete a cantarle al cielo, Carlos Cano,
y ponle a Dios la carne de gallina.
Con la caricia de tu voz divina
erízale su corazón humano.


Tu voz rizada de andaluz lejano
se fue desde la gloria granadina
a perfumar como canela fina
un cielo que tocabas con la mano.


La espalda pura de Sierra Nevada
tiembla de frío porque tú te has ido
legándole a la niebla tus cantares.


Partida de orfandad dejas Granada:
la Alhambra clava al cielo su gemido
y el Darro se le va llorando a mares.


(19 de diciembre de 2000)
De “Escribe por tu herida” (2005)
(Obra poética, p. 485).
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