Corrrupción y poesía rrrota
Como las cosas vuelven y vuelven, como la burra política se desmanda y vuelve al trigo ajeno, no me importa repetir lo que sigue siendo rabiosa y enrabiada actualidad.
Nadie se quejó cuando escribí el poema que sigue. Nadie me reprochó su ácido, descarnado prosaísmo. La poesía tiene eso de bueno y de malo: son muy pocos los que la leen. Casi nunca se da nadie por aludido. Un crítico cercano me alabó los versos. Como era cercano, su alabanza no se me subió a la cabeza. Los publiqué en 1981, cuando la palabra corrupción no sonaba como ahora en la España democrática. Pero ya había cosas que olían a podrido. Y en los partidos y sus militantes se mostraban comportamientos que dejaban al descubierto un fondo de escasa solidez moral. O uno era excesivamente sensible... Puse de título “Poema apátrida y muy provisional”, curándome en salud. Pero parece que los males van a más. O se descubren mejor y con más escándalo. Me quedé corto y no fui profeta en lo de la provisionalidad. Por entonces había caído en mis manos el libro del indignado poeta austriaco Erich Fried “Cien poemas apátridas” (Barcelona, Anagrama, 1978). Fue seguramente lo que proporcionó un último empujoncito a mi estragada inspiración.
Por lo demás, ¿quién no cree en la necesidad del servicio honrado de los buenos políticos? En nuestro caso, quede fuera de toda duda.
Nadie se quejó cuando escribí el poema que sigue. Nadie me reprochó su ácido, descarnado prosaísmo. La poesía tiene eso de bueno y de malo: son muy pocos los que la leen. Casi nunca se da nadie por aludido. Un crítico cercano me alabó los versos. Como era cercano, su alabanza no se me subió a la cabeza. Los publiqué en 1981, cuando la palabra corrupción no sonaba como ahora en la España democrática. Pero ya había cosas que olían a podrido. Y en los partidos y sus militantes se mostraban comportamientos que dejaban al descubierto un fondo de escasa solidez moral. O uno era excesivamente sensible... Puse de título “Poema apátrida y muy provisional”, curándome en salud. Pero parece que los males van a más. O se descubren mejor y con más escándalo. Me quedé corto y no fui profeta en lo de la provisionalidad. Por entonces había caído en mis manos el libro del indignado poeta austriaco Erich Fried “Cien poemas apátridas” (Barcelona, Anagrama, 1978). Fue seguramente lo que proporcionó un último empujoncito a mi estragada inspiración.
Por lo demás, ¿quién no cree en la necesidad del servicio honrado de los buenos políticos? En nuestro caso, quede fuera de toda duda.
POEMA APÁTRIDA Y MUY PROVISIONAL
A Erich Fried
Un macarra solo
es un macarra.
Dos macarras
son una pareja
de macarras.
Cincuenta macarras
-con mar-ca-da probabilidad (que no ma-ca-rra)-
son un partido político.
Ignoro cómo fueron los partidos
en los tiempos pretéritos:
perdón si es que me atrevo a imaginarlos
como cobijo ruin y superior escuela
de macarras.
Pero en aquel entonces
el pueblo bajo, al menos,
no conocía, en general,
ni la existencia misma ni la errrre
de macarrrra.
(1981)
(Obra poética, p. 226).