A Cristo crucificado

(Tiempo de Pasión. Muerte de Jesús. Arrimado a todos sus amigos, arrimado a toda la gente buena del mundo, rezo esta sencilla oración).

¿Qué ocurre contigo, Cristo mío, que tu cruz sigue en pie después de más de dos mil años? ¿Cuándo hasta ti se había reunido jamás una incontable multitud de millones y millones de seres humanos en torno a un ejecutado?

¡Qué grande eres, Señor, y qué extraño! ¡Qué alto y misterioso, tú, el varón de dolores!

Beso tu cruz, Señor, y beso el cielo. La tierra beso donde el madero se alza. Beso la Muerte y el Dolor, con mayúsculas. Beso tu muerte y la gloria que de ella nos nace.

Señor Jesús: todo, “todo está consumado”. ¡Nunca se remató con tal perfección una obra tan divina y tan humana! Ya has abierto tus brazos para siempre. Ya has amado hasta el fin a los tuyos. Ya te has metido en la piel de los pobres, de los desvalidos, de los aplastados y eliminados. Ya te has metido en la piel de todos los débiles hechos a la penuria de ser carne mortal y carne de pecado. Ya huyes y corres sin aliento en busca de refugio con todos los que huyen de sus patrias en ruinas, sin abrigo y sin pan, bajo el estruendo asesino del odio, las armas y la muerte.

Santo Dios, santo fuerte, santo inmortal, líbranos, Señor, de todo mal.

Señor Jesús: ten misericordia de todos los crucificados de la tierra. Ten compasión también de los crucificadores. Sacúdelos, porque algunos parecen saber muy bien lo que se hacen.

Déjame apoyar en ti mi cabeza y mi cansancio, abrazarme a ti. Déjame creer en ti, amarte a ti, esperar en ti, vivir en ti y de ti con todos mis hermanos que te aman. Con todos los que sufren. También con los que dicen no amarte y llevan, sin embargo, en su corazón y sus acciones la marca clara de ti.

Déjame decirte que te amo, Señor Jesús. Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Tú que amas y mueres de amor por lo mejor y lo peor de los hombres, atiende nuestra súplica.

Déjame adorar tu cruz y bendecirla con todos los tuyos. Redobla nuestra voz para anunciar tu muerte y proclamar tu resurrección. Así sabrán todos que nadie hay en el mundo, Cristo muerto, tan vivo como tú, que vives y reinas, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.

Amén.
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