NOTA: Ofrezo esta glosa libre del famoso salmo 62, elegido en la liturgia del Domingo 12.
¡OH, DIOS, TÚ ERES MI DIOS!
(Salmo 62)
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo.
Por ti torno a vivir, me pongo en pie, respiro.
Por ti abro las ventanas,
me hago al día, a la luz, me asomo al mundo
y me dispongo a entrar en él, en ti,
en la vida que creas y recreas.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti
tengo sed en el alma y en la vida,
y ansia de ti en mi aliento.
Tierra sembrada soy,
reseca y suspirando por el agua.
¡Cómo te he contemplado en el esplendor del templo
viendo tu fuerza y tu gloria!
¡Cómo te he visto en el fragor o en la serenidad del mnar,
cómo en el bosque, cómo en el esplendor y en la gloria
de los paisajes donde tú latías!
Toda tu vida te bendeciré
Y alzaré las manos invocándote.
Estando junto a ti me saciaré como en el banquete más exquisito y abundante,
y mis labios te alabarán jubilosos.
¡Vaya si en el lecho me acuerdo de ti…!
¡Y en el campo, y en la ciudad,
y en el atardecer, y en la tristeza,
y en tu vivo retrato de los hombres,
y en la luz, y en los viajes,
y en la oscuridad, y en el domingo,
y al despertarme en plena madrugada, y siempre! ¡Siempre!
O acaso no me acuerdo porque siempre
estás delante, en mí, siempre y en todo
cuanto toco, oigo, veo. ¡En todo siempre!
Tú fuiste, oh Dios, mi auxilio,
y a la sombra de tus alas
se está en la misma gloria.
Mi aliento vuela a ti
y tu mano derecha me sostiene.
Tú me das el liento y me levantas.
Tú me sostienes y me llamas hijo.
(De Salmos de ayer y hoy, Estella, EDV, 2008, p. 43-44)