Felicidades de un cura ancianete

Ayer cumplí 79 años. Esto no tiene importancia alguna como noticia si no fuera porque una buena parte de los curas en activo estamos en esta década o incluso la rebasamos.

Pero permítanme que hable de mí, que no soy lo más importante (como decía aquel insigne vanidoso), pero sí el que tengo más cerca.

Nací –vaya récord- el día más corto del año y en plena guerra civil. Exactamente cuatro días después que mi elevadísimo colega el querido papa Francisco. Un día corto, frío e invernal. Alguna vez, en tiempos ya remotos, me cantaron aquello de “El día que tú naciste / nacieron todas las flores”. Piadosa mentira. Ni los invernaderos de hoy ni los alardes de floristería en todas las estaciones del año existían entonces. En aquellas fechas ni siquiera las flores mentidas de plástico. Pero bueno, sin entrar en detalles me recuerdo en una infancia pobre pero feliz, sin hambre, con escuela desde los tres años, gracias al colegio municipal de las Hijas de la Caridad de San Vicente y luego a los maestros nacionales, con la parroquia, su catequesis, su liturgia, su misterio, y querido en casa y fuera de ella.

Ayer me felicitó una lista alargada de parientes y amigos. Algo más alargada de lo corriente porque un periódico local, siguiendo ya una rutina, puso mi foto, me llamó escritor y señaló los años que cumplía: 79 clavados. Algún feligrés ya me lo había anunciado y me había felicitado de víspera. Nunca me ha tentado la tonta coquetería de ocultar o falsear la edad, pero tampoco estaría en mi mano hacerlo porque, perdóneseme la broma, es pública y, sin mérito mayor por mi parte, la recuerda y aumenta año a año ese generoso periódico.

Entre las llamadas telefónicas de felicitación sonó la de mi arzobispo Francisco Pérez González. No, nada excepcional: lo hace con todos los curas de la diócesis que cumplimos años. Me preguntó qué tal me encontraba y, en un breve cruce de palabras, le dije que estaba reponiéndome de una ligera afección invernal y, bromeando, añadí que rehaciéndome también del chaparrón de las elecciones de la víspera. Le señalé la baja de Rosa Díez. “, dijo, es mi prima” y vino a insinuar prudentemente y sin más comentario que entraba dentro de lo posible. Recuerdo que Rosa Díez González, prima del arzobispo Francisco Pérez González, asistió en septiembre de 2007 a la toma de posesión de su pariente en la catedral de Pamplona. El mitrado, como acostumbra en estas felicitaciones mañaneras a sus curas, estuvo breve y muy cordial. Y ante mi observación sobre la incertidumbre de los nuevos tiempos políticos no entró en el asunto. Simplemente me recordó que tenemos un Jefe seguro, o una expresión muy similar, aludiendo al Señor y su liderazgo para los creyentes.

Otras llamadas, eseemeeses, mensajes de WhatsApp…, felicitaciones en personal encuentro… Apenas tuve un momento para sentirme solo. Que eso de los ratos de soledad es bastante común en un anciano y en un anciano cura. Bien es verdad que la fe, y Aquél en quien la fe se apoya, suaviza y con mucha frecuencia anula cualquier género de soledad, y cuando quiere la convierte en ”sonora” .

Entre los mensajes navideños que me llegan estos días, leo una frase atribuida al Nobel colombiano Gabriel García Márquez: “El secreto de la vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”. Hermosas palabras. Pacto y honrado. Para un creyente, en la honradez de ese pacto entra Dios, que nunca falla.

En fin, el día que yo nací no nacieron todas las flores. Pero, con flores o sin flores, y con esta extraña y prolongada juventud mía, levanto la voz y la palabra para agradecer el don venido de arriba y dar un largo hurra a la vida.

(22 de diciembre de 2015).
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