Impudor y política

A un paso de las elecciones generales, elijo para hoy un breve poema satírico, ligeramente ácido, que escribí hace tiempo. ¿Contra la política? No. La política, la buena, es un arte noble y absolutamente necesario. El ser humano es un “Zoon politicón” (un animal político), como escribió Aristóteles. ¿Es la política una profesión para impúdicos? No. ¿Carecen de pudor todos los políticos? Ni mucho menos. ¿Hemos conocido algunos insignes ejemplos de impudor en la vida pública española? Sí. Y posiblemente los seguiremos conociendo... ¿Tienen ellos toda la culpa? Seguramente no. Ellos son empleados, con contrato temporal (renovable en las elecciones), del pueblo que manda, del soberano. Curiosamente, este dato tan elemental parece olvidarse a veces por parte del propio pueblo y por parte de los políticos. Muchos llegaron a la vida pública sin profesión conocida. Y se instalaron en ella de por vida. La partitocracia vigente hace posible que un inútil disciplinado pueda eternizarse y mantenerse en su puesto de por vida.

Quienes llegaron como trabajadores “eventuales” lo ponen todo en juego para conservar en el empleo y llegar a “fijos”. Y, si posible fuera, a dueños del poder. Los actuales medios de comunicación son un arma potentísima con la que no contaban los antiguos mandatarios. Pero, al mismo tiempo, un arma muy peligrosa, y a menudo letal. El pueblo los oye y los ve constantemente. Juzga la verdad de sus palabras, a veces más o menos improvisadas. Examina sus gestos, sus vacilaciones, la traición de su mirada falsa o insegura, el vuelo perdido de sus manos... Lo que aparece en sus palabras como conceptualmente difuso lo puede traducir como humo nacido de su cerebro vacío. Podemos llegar a conocerlos... hasta demasiado. Felipe II no tenía problema alguno para salir de incógnito de la corte. Para los políticos punteros de hoy el “incógnito” es prácticamente imposible.

Los españoles ven la clase política como un problema. A mi entender, una de las causas que más influyen en contra del afecto que los servidores del pueblo deberían disfrutar es el cerrado partidismo que muestran. Acuden como una piña en defensa de su propio partido y contra el partido rival sea cual sea la causa en discusión. ¿Cómo no habrán caído en la cuenta todavía de que esto es algo que los hace aparecer ante el pueblo como irracionales y sectarios? De paso, el pueblo llega a la sospecha de que defienden, con razón o sin ella, sus propios intereses.

Son tan necesarios los políticos que los querríamos inteligentes y bien preparados, honestos, libres de toda avaricia, dispuestos primordial e incondicionalmente al servicio ciudadano. ¿Es demasiado pedir? ¿Demandas de una imperdonable ingenuidad? Enhorabuena a los buenos políticos a los que sobran mis palabras...

¿Mi poemilla? Es casi lo de menos. Creo recordar que me lo sugirió tiempo atrás la aparición televisiva de un dudoso personaje “del poder”. Honradamente, no podría asegurar ahora quién fue exactamente. Tampoco hace al caso. Es sólo un apunte, ligeramente agrio y desenfadado. Como creyente, rezo en las vísperas de las elecciones para que cada vez sea mayor el número de los ciudadanos de calidad que se decidan a dedicarse a la vida pública. Y para que se avance en el mejoramiento del marco legal e institucional en orden a perfeccionar los partidos y la propia vida democrática.


SE ENCARECE EL IMPUDOR DE UN POLÍTICO


Siempre que peroraba
amanecía su impudor tan recio
que hasta la propia aurora enrojecía
un punto más sus castos arreboles.
Dicen que hasta subían
a los anchos carrillos de la patria
dos nimbos de rubor o colorete...


Tan encendida
tronaba la oratoria del prohombre
encaramado a lo alto de su Olimpo,
siendo como era padre de la patria,
o cuñado quizá, o primo segundo...
O sólo era pariente muy lejano
y de leche...


(Obra poética, p. 517).
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