Poeta Juan de la Cruz

El 14 de diciembre es fecha mayor para la poesía: Fiesta de Juan de la Cruz, Juan Yepes, altísimo poeta, elevado a lo divino y sabio conocedor de la última entraña del lenguaje y de los recursos adecuados para expresar hasta lo inexpresable. En estos tiempos de cultura laica nadie se ha atrevido a negar la asombrosa calidad de los versos de San Juan de la Cruz. Alguien se atrevió a aventurar alguna extraña desviación en los versos amorosos del poeta de Fontiveros. Obviamente, se quedó en una aventura solitaria.

La experiencia religiosa ha dado lugar a una larga e intensa tradición creativa que ofrece cotas de máxima altura en las letras y en las artes plásticas. Por lo que hace a la palabra, renunciando a un recuento que sería inagotable, baste señalar, sin salirnos de la Biblia, los Salmos, El Cantar de los Cantares –en el que se inspira Juan de la Cruz para uno de sus principales poemas-, Isaías, Job, etc.

Confieso que no puedo presentarme como un frío lector de la poesía de nuestro Santo, Patrono de los Poetas en lengua española. En mi adolescencia, me hice con una minúscula edición de su poesía completa –el milagro de sus versos no va más allá de una veintena de poemas- que me la aprendí en buena parte de memoria. Creo recordar (algo importante para la pobreza de aquellos años) que pagué por ella dos pesetas.

Presento un homenaje en verso a Juan de la Cruz. Lo escribí en el V Centenario de su muerte. Uso en él la lira, la estrofa que introdujo Garcilaso, que usaron otros contemporáneos del poeta carmelita y que el propio Juan de la Cruz manejó con perfección. Quien conozca la poesía de nuestro homenajeado descubrirá en mis versos muchos vestigios, sones y alusiones más o menos veladas a su obra.

Desde aquí me atrevo a saludar a todos los poetas, creyentes o increyentes, hayan tocado o no el tema religioso. Y, por qué no, gritar hacia dentro: Viva la poesía. Viva san Juan de la Cruz.



¿EN QUÉ VUELO ESCRIBISTE?


¿En qué vuelo escribiste,
Juan de la Cruz de fuego y de gemido?
Hacia el amor subiste,
dardo heridor y herido,
hasta perder la pluma y el sentido.


Mil gracias derramando
el Amado pasó por tu escritura
y yéndola llagando,
a filo de hermosura,
ardiendo la dejó en la llama pura.


Tus versos de amor vivo
de Dios me van mil gracias refiriendo
y me hacen su cautivo,
una hoguera prendiendo
que tiene ya mi corazón ardiendo.


Juan de la Cruz, poeta
de ardiente son y amor a lo divino,
de la cava secreta
enséñame el camino
donde gustar tu generoso vino.


¡Oh llama de amor viva
que traspasas el alma hasta su centro!
¡Oh lumbre fugitiva
que quemas hacia dentro:
dure sin fin la hoguera de tu encuentro!


A oscuras recorriste
el laberinto de la poesía
y en la gloria te viste
sin otra luz y guía
sino la que en tu corazón ardía.


¡Oh noche que guiaste,
oh noche amable más que la alborada,
oh noche que amparaste
su voz enajenada,
ebria de amor hasta la madrugada!


¿Cómo vuelas tan alto,
oh cazador en amoroso lance?
¿Con qué alas das el salto
ciego, oscuro hasta el trance
de acosar a la caza y darle alcance?


¡Poeta, quién pudiera
cantar como tú cantas en la altura,
con la palabra entera,
temblorosa y segura
una canción vecina a la locura!


Tengo el alma subida
al árbol del Amor cuando te leo,
avivada la vida
al aire de tu oreo,
abierto a lo inmortal tengo el deseo.


Ya que es mortal la vida,
ponme, poeta Juan, tu mano fuerte
en la incurable herida.
Levántame a tu suerte
para cantar más alto que la muerte.


(Obra poética, p. 434).
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