¿Provinciano en Madrid?

Y a mucha honra. Y de pueblo, en otro plus de honra, si benévolamente se me permite. Ha sido tal el movimiento migratorio del campo a la ciudad en el último medio siglo, que decir “soy de pueblo” te da el poso y la seguridad de lo bien arraigado.
Decenas de generaciones te precedieron allí, nacieron, vivieron y vaciaron en ti su río de la vida. Pero el poeta de pueblo (no le importaría, se sentiría orgulloso de ser además poeta del pueblo) va de vez en cuando a Madrid. Se acerca, por la furia subterránea del metro, a sus más bellos rincones. ¿Quién no ha llegado a la belleza y a la paz en un paseo sin prisa por el Madrid de los Austrias? ¿Y qué visitante asiduo y sensible “de provincias” no ha dedicado unas horas a disfrutar en el Retiro madrileño de la serenidad que en la armonía de un ancho y refinado parque se alcanza? Yo lo hice en varias ocasiones. Y en una de ellas escribí estos versos. En su sencillez, hablan de felicidad y plenitud.

POEMA MENOR EN EL RETIRO DE MADRID


El sueño me ha devuelto
pleno de mí a la vida.
Tomo un café ritual que me confirma
atemperado y presto
para ganarme el sol y la mañana.
Avanzo firmemente en una métrica
de estanques, niños, árboles
y nobleza de arbustos.
Gozo un cielo común con petirrojos,
mirlos y carboneros, y comparto
el vuelo de la paz que se concede,
confiado, doméstico,
a la oficiosidad de las palomas.
Como premio, ya cerca el mediodía,
el azar y mis pasos me han donado
los soles de un palacio de cristal y estatuas
echando un pulso al tiempo.


He retornado a casa
encumbrado y feliz, dueño del aire,
alto como una estatua de mí mismo.


(Obra poética, p. 471)
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