Saludo a los poetas-sacerdotes

Me he visto recientemente en un pliego de VIDA NUEVA sobre poesía religiosa contemporánea firmado por Juan Carlos Rodríguez (V.N., núm. 2.785). Humildades aparte, no está mal que de vez en cuando digan por ahí que existes y estás vivo. Creo recordar que Jorge Guillén, desde el humor de los grandes, afirmó una vez que merecer la atención de una antólogo era cuestión de suerte, igual que un premio de la lotería.


Lo que me mueve a escribir estas líneas es el verme junto a un amplio número de poetas, muchos de ellos sacerdotes, otros creyentes y practicantes del verso y de la poesía religiosa. La famosa queja de Larra“Escribir en España es llorar” se hace aún más aguda cuando de escribir versos se trata. La afirmación sería: “Escribir versos en España es llorar a lágrima viva”. Y que en el panorama “cultural” de hoy escriba un cura versos y versos religiosos, además de otros de temática más general desde la vida y los sentimientos que le unen al resto de los humanos, puede ya conducir directamente al valle de lágrimas.

¿Digo todo esto como una queja? Nada más lejos. Al contrario, me siento un privilegiado. En una nota previa a la edición de mi Obra Poética (1954-2005) escribí:

"...Bien es verdad que el poeta, cuando escribe y lo hace de verdad, es una especie de rey a quien nadie manda. El temblor originario y la palabra que lo traduce nos hace de alguna manera, modesta pero real, soberanos (ya expresé este sentimiento de íntima y universal soberanía en mi poema “Si escribo”, y quizá habrá que acudir a él para entender la razón de mi persistencia en el quehacer poético a lo largo de mi vida). De todos modos, el reino de la poesía no es de este mundo. Y suele suceder que cuanto más trabajes en lo escondido, sin vivir a la espera de exteriores reconocimientos, más pura, libre y tuya será la obra que dejes. Por modestas que sean sus proporciones" (p. 143).


El autor del pliego de V. N. se centra en una serie de poetas. Con varios de ellos he tenido alguna relación personal. A otros conocía sólo de nombre o me eran totalmente desconocidos. Pero eso es una prueba más del esplendor y la miseria de nuestro oficio.

El catedrático Tomás Yerro, a quien tengo que agradecer una amplia y generosa introducción a mi Obra Poética, después de unas apreciaciones laudatorias que omito, afirma:

“Su obra poética de raigambre religiosa –recuerdo aquí que he tratado otros temas más allá del religioso- guarda relación con la labor literaria de Zacarías Zuza, Ángel Martínez Baigorri, Juan bautista Bertrán, Ricardo García Villoslada, Ángel Gaztelu, Jorge Blajot, Jesús Tomé, Pedro María Casaldáliga, Antonio Castro, Carlos de la Rica, Rafael Alfaro, José Luis Martín Descalzo, Miguel de Santiago, Joaquín Herrero Esteban, Vicente García Hernández, Bernardino M. Hernando, José Luis Vallejo Marchite, Pedro Miguel Lamet, José Luis Blanco Vega, Damián Iribarren y Víctor Manuel Arbeloa, entre otros muchos poetas-sacerdotes, a los que habría que añadir los nombres de los seglares José María Fernández Nieto y Lorenzo Gomis, animadores, desde la editorial Rocamador de Palencia y la revista barcelonesa EL CIERVO, respectivamente, de la poesía religiosa que se desarrolla en España de forma muy atomizada, incluso más que la profana...” (p. 27-28).


Continúa el prologuista con una observación sobre nuestra coincidencia generacional y nuestra condición de clérigos. Sobre esto último añade:

"... y, tal vez por este motivo, han venido siendo ninguneados de forma sistemática en los panoramas y antologías más solventes de la poesía española de posguerra. Nuestro autor –se refiere a quien esto escribe- tiene a mano explicaciones lúcidas para esta injusticia literaria:


"La civilización actual nos lleva a presentarnos en público como si Dios no existiera, o como si éste fuera asunto absolutamente privado que es de buen tono ocultar.


Le preguntaron hace algún tiempo a un famoso novelista español por qué, a su juicio, no se tocaba en la novela actual el tema religioso. Y él, que según mis noticias es creyente, respondió: “Muy sencillo. Porque no está de moda. Y los escritores temen enfrentarse a una crítica indiferente o adversa que favorecería muy poco el éxito de su trabajo” ’ (PALABRAS AL AMANECER, p. 89)”.


Habrán notado quizá algunos lectores y mis colegas poetas-curas que la lista aducida por T.Yerro coincide en unos cuantos nombres con la de Juan Carlos Rodríguez y señala a otros, avisando de la existencia de “otros muchos” que no nombra, quizá porque no ha tenido acceso a ellos. La mercancía que ofrecemos es tan poco comercial y tan minoritaria que, a veces, nuestro trabajo alcanza los perfiles de una actividad clandestina...

A todos los curas-poetas, nombrados o no nombrados en VIDA NUEVA y en este modesto blog, os mando el saludo más cordial de quien, si me lo permitís, se considera vuestro hermano. Si no por los lazos de sangre, sí por los no menos estrechos lazos que nos ligan a la Palabra y a la palabra. Ser cura-poeta hoy no garantiza precisamente una carrera de éxitos. Pero, como todo lo bello y profundo, proporciona horas de plenitud que no se pagan con nada. Y el alto honor de ofrecerla en unos versos a quien se acerque a compartirla.
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