Santos y difuntos en el amor y la poesía

Naturalmente, en la fe. Pero no me voy a perder en palabras y aclaraciones. “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén”. Creo que nuestros muertos viven. Esta fe me dio trance y aliento, cuando murió mi madre, para escribir el libro de versos “Este debido llanto”. Nunca lo hubiera imaginado. Fue para mí el luto más breve y la experiencia más dichosa que podía imaginar. Ofrezco dos piezas de este libro de poemas.


YA ME DESPIDO AQUÍ



In paradisum deducant te angeli.

(Antífona de exequias)


Ya me despido aquí. Te dejo con los ángeles.
Llevádmela en volandas.
Si quema el sol, volad bajo la sombra.
Si su fatiga acecha, sentadla en una nube.
Sostenedla, mimadla, levantadla
hasta los mismos cielos.
Presentadla ante Dios y que su luz la alumbre
de juventud eterna.


Madre mía, que estás en los cielos:
ahora te manda Dios tomarme a mí del brazo, sostener
el peso de mis años, mi fatiga,
quizá
prepararme la mesa (oh tus naranjas
rojas del paraíso), vendarme
la llaga de tu ausencia, despedir con un beso
mi frente antes del sueño.


Ahora eres tú, madre joven, gloriosa,
quien velará mis años y quien pondrá esta noche
una corona de oro a mi tristeza.



DIME TÚ COMO ES DIOS



Dime tú cómo es Dios. Di, no temas
que yo no te comprenda.
Ahora que lo has visto cara a cara,
dime, y quizá yo poco a poco
entre en este lenguaje de lo eterno.


Recuerda cuando yo era un niño
y me enseñaste a hablar. Al principio entendía
sólo apenas el son que tus labios cantaban,
y luego me iniciaste
en la palabra hermosa que ha salvado mi vida.


Ahora que ya lo sabes,
dime tú cómo es Dios, que yo te escucho,
mis ojos bien abiertos y latiendo
loco mi corazón igual que entonces.



(De “Este debido llanto”, Madrid, Vitruvio, 2010).
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