Venid a ver a este hombre
Espero que mis versos toquen la sensibilidad de quienes, desde la dudosa realidad cotidiana, aciertan a apretar sobre su pecho una brazada de utopía.
Por lo demás, renuncio a cualquier adelanto de exégesis. Lo he repetido. El poema, como el buen regalo de humor, es mejor si se entiende sin explicación y en sí mismo.
ESTE HOMBRE
Venid a ver a este hombre.
Desde su altura inclina los hombros,
en aurora se expande con menos voz que el viento;
bajos los ojos, camina con los árboles.
Cierra a veces la puerta de su casa: alta por soledad, por trasparencia.
Venid a admirar su tejado, su lluvia que le ampara
y el cielo que le entra
desde el amanecer.
No hay caballo a la puerta
ni el fuego de una mujer en su lecho.
Abrid los ojos a la lluvia y al sol:
su pan, su sal, su llama
los compra su palabra.
Aunque mediodía sea,
hay viajeros descalzos que no huyen de sus manos vacías
y los pájaros vienen algunas veces desde la belleza distante.
Con dorada frecuencia,
posados en sus hombros, cierran los ojos y se ahuecan de sueño,
tan cerca de su pecho, sobre el alambre de su voz.
Y entonces,
oh montes, oh tesoros, oh palacios lejanos,
nada tan largo ni tan derecho como su sombra
en el atardecer que muere.
(De “Pie en la cima de sombra”,
Obra poética, p.265).