El camino de la belleza

Eso es lo que escribió recientemente el siempre estimulante Papa Francisco: “Es bueno que toda catequesis preste una especial atención al ‘camino de la belleza´ (via pulchritudinis)...”. Lo viene recordando mi amigo Nicolás de la Carrera en la última serie de su vecino blog. Tenemos la suerte de contar con un papa que afina también en esta “vía”.

Las artes (literatura, arquitectura, escultura, pintura, música...) han embellecido y enriquecido durante siglos la vida de la Iglesia. Ahora parece que la cosa anda un poco en declive. Qué bien esta veta estética de Francisco que piensa en la belleza como material para la transmisión y la vivencia de la fe. Por sus manifestaciones anteriores, ya conocemos su amor a las artes. Profesor de Literatura en sus años jóvenes, se declaró amante de su paisano Borges, de Hölderlin, de Dostoievski... Tuvo una relación personal con el primero. Francisco está llamando la atención en el mundo entero por su capacidad de comunicación, por el extraordinario dominio del lenguaje directo. Esto no se improvisa. Hay debajo un gran amor a la palabra, a la eficacia y a la estética de la palabra. No hay en él impostación alguna cuando reclama la belleza como un camino de la fe en la “Hermosura siempre antigua y siempre nueva”.

GRACIAS, SEÑOR, POR EL ARTE Y LA BELLEZA


Gracias, Señor, porque eres bueno, porque eres el origen mismo de la hermosura y has puesto en mi corazón un ansia irreprimible de belleza. Gracias por la música. Por la mejor música, que detiene mis horas, arrasa de nostalgia y de dicha mi corazón y me somete por dentro. Gracias por esa música que estremece mi piel y me levanta por encima del mundo. Gracias, Señor, porque cuando la voz humana se hace canto, es el más cálido, el más vibrante, el más divino de todos los instrumentos. Gracias por los pianistas, los violinistas, los flautistas, los trompetistas, los guitarristas, y todos los que le hacen hablar, llorar, crecer, soñar, triunfar a su instrumento.


Gracias por la voz de los poetas, por su palabra tocada de los dones más altos. Gracias por este ser humano, tan pequeño y mortal, que se encarama en el arte hasta rozar las estrellas. Gracias porque cuando tocamos o cantamos, hacemos versos o componemos música, pintamos, esculpimos o danzamos, es tanta nuestra gloria que parecemos pequeños dioses.


Gracias por mover el pulso de los grandes pintores. Y aun el de los pequeños. Gracias por los cuadros, los frescos, los grabados, las mil formas y colores, que son como el espejo interior o como el latido del mundo que tú hiciste.


Gracias por los templos, por las pagodas, por los variados monumentos urbanos. Gracias también por el diseño de los aviones, de los coches, de los muebles, por la belleza en las formas incluso de los más humildes utensilios domésticos.


Gracias por el hambre de belleza, por el enajenamiento y la locura de los genios, por la emoción y el escalofrío hasta de los espíritus más sencillos.


Gracias por la belleza que no se paga con dinero, la que está en el corazón y en sensibilidad del ser humano, tan capaz de crear “de la nada”, la que nos vuelve dioses, semejantes a ti, el único Dios, creador verdadero.


Gracias a ti, Padre y madre de la belleza, fuente de toda música, maestro de pintores, gran arquitecto, asombroso escultor desde la arcilla humana, padre de la naturaleza y de todas las artes.


Amén.


(De Cien oraciones para respirar, Madrid, San Pablo, 1944).
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