El hombre vestido de blanco
Los jóvenes y mayores de todo el mundo se llenaron de asombro ante estas palabras. Muchos las hallaron llenas de osadía.
El viejecito vestido de blanco, rodeado de una multitud que le seguía, no desaprovechaba ocasión para repetir de mil maneras el mismo mensaje: “Hagamos un mundo nuevo”.
Hubo quienes se rieron de su audacia y de lo que consideraban palabras llenas de arrogancia. Algunos lo vieron como el pregonero de una nueva y desconocida revolución llena de peligros. Pero él no hablaba por sí mismo, ni de sí mismo. En el peor de los casos, se trataba de una revolución muy antigua. Cuando alzaba la voz ponía los ojos en aquel Hombre que vivió y murió hace más de dos mil años, del que se dijo: “Pasó haciendo el bien”. O “todo lo hizo bien”. Aquel en cuyos labios se pusieron estas doradas, ardientes y poderosas palabras: “Fuego he venido a traer a la tierra…”.
El viejecito vestido de blanco se esforzaba por imitar a aquel Hombre, por ser pobre y humilde, por llevar su corazón y sus manos al dolor de los pobres y los enfermos, por repetir cada día su mensaje de la paz, la justicia, la compasión, el perdón, el amor a todos los hombres y mujeres de la tierra habitada.
No sabemos aún cómo terminó la historia del viejecito vestido de blanco. Ni hasta dónde alcanzó su voluntad de transformar el mundo. Porque en este planeta quedaba aún una negra herencia de guerras, hambres, injusticias, y toda clase de desórdenes y maldades. Pero muchos dirigían hacia él una mirada feliz entre la sorpresa y la esperanza.
(De Parábolas para sabios sin nombre).