Por el humor de Dios
El humor verdadero puede llevar consigo la cordialidad y la ternura. A veces, los gestos de ternura con los demás nos dan un poco de vergüenza. Disfrazados de humor, ¡qué bien quedan!
Juan XXIII, aquel papa bonachón y querido, era en su vejez, como todo el mundo sabe, muy gordo, y tenía un gran sentido del humor. Siendo aún cardenal, hizo un viaje por España y cayó en la Universidad de Comillas (cuando la Universidad de Comillas no estaba en Madrid sino en Comillas y a la orilla del mar).Por entonces era Nuncio en España Mons. Gaetano Cicognani, otro gordo excelentísimo que luego, de cardenal, llegaría a eminentísimo gordo.
El entonces cardenal Roncali, en el cuarto de huéspedes ilustres de la Universidad, miró su propia humanidad voluminosa, miró luego a la cama y preguntó con un gesto pícaro al jesuita que lo acompañaba:
-¿No se hundirá?
-Aquí, Eminencia, ha dormido Mons. Cicognani –respondió el guía.
Roncali soltó una sonora carcajada y dijo:
-Si aquí ha dormido Cicognani y ha resistido, no hay más que hablar.
Juan XXIII (hoy santo canonizado) fue aquel papa de nuestra juventud que empezó a saltarse el protocolo y a improvisar sus discursos, aquel papa bonachón al que la gente llamaba “Santidad”, y él era capaz de reírse de su sombra.
Si en el mundo hubiera más humor, no habría guerras, ni locuras, ni rapacidades egoístas.
En el caso de que algún lector haya llegado hasta aquí, perdóneme que, sin ser un experto en altas filosofías del humor, haya tenido la humorada de tocar un tema tan serio.