De luto y afligida por las calles
MADRE DOLOROSA
Te pasean de luto y afligida por las calles; pero ya no sufres. Te pasean llorando desolada; pero ya no lloras. Te llevan en hombros con tus siete espadas clavadas en el pocho; pero ya no te duelen. Te llaman Madre Dolorosa, pero eres también Madre gloriosa del Resucitado. Te amamos y te festejamos, Madre, porque eres la Virgen de los Dolores, pero también la “Reina del cielo”, y porque los negros y morados de tu pasión han de acabar en un amanecer de gloria.
Santa María: en tu pecho cabía la amargura del mar. Pero qué maciza era la firmeza de tu fe con la que te agarrabas al tronco de la cruz. Si al cielo levantabas los ojos, no había otro horizonte que negra oscuridad y la cerrada injusticia de tu Hijo moribundo. Todo era a tu vista desolación y eclipse, a las tres de la tarde. Y, al ver morir a tu hijo por los hombres, dabas con él tu amor y tu corazón a la muerte.
Todo pasó ya, Virgen María. Ya te pueden quitar las lágrimas, la angustia de tu gesto, la palidez de tu rostro. Ya pueden arrancarte las espadas. Te pueden ya vestir de gloria al final del desfile. La procesión acabará en la fiesta de la vida, en el encuentro con tu hijo, vencedor de la muerte. Tu cara será para siempre la cara de Pascua. Y tú serás la madre de los hombres y mujeres que sufren, de los padres y madres traspasados por mil espadas de dolor y de pena; serás la madre de los hijos sin amor tirados a la calle. Serás la madre dolorosa y amante de todas las familias en las que nunca falta alguna nubada de dolor, de eclipse, de desconcierto, de caída impotencia ante la cruz alzada de la vida. Serás la madre de todas las familias arrancadas hoy de su tierra -perdidos en la muerte y el martirio algunos de los suyos-, destruidas sus casas, huyendo en el horror, la pobreza y el hambre en busca de un refugio azaroso y desconocido.
Serás la madre, ya del otro lado del dolor, de esta familia tuya que te quiere, te reza por todos los crucificados, se acerca con amor a la sangre derramada de tu Hijo, se agarra contigo al tronco de la cruz redentora. Y, ya al amanecer, se irá contigo hacia el sepulcro vacío del Resucitado.
Santa María: en tu pecho cabía la amargura del mar. Pero qué maciza era la firmeza de tu fe con la que te agarrabas al tronco de la cruz. Si al cielo levantabas los ojos, no había otro horizonte que negra oscuridad y la cerrada injusticia de tu Hijo moribundo. Todo era a tu vista desolación y eclipse, a las tres de la tarde. Y, al ver morir a tu hijo por los hombres, dabas con él tu amor y tu corazón a la muerte.
Todo pasó ya, Virgen María. Ya te pueden quitar las lágrimas, la angustia de tu gesto, la palidez de tu rostro. Ya pueden arrancarte las espadas. Te pueden ya vestir de gloria al final del desfile. La procesión acabará en la fiesta de la vida, en el encuentro con tu hijo, vencedor de la muerte. Tu cara será para siempre la cara de Pascua. Y tú serás la madre de los hombres y mujeres que sufren, de los padres y madres traspasados por mil espadas de dolor y de pena; serás la madre de los hijos sin amor tirados a la calle. Serás la madre dolorosa y amante de todas las familias en las que nunca falta alguna nubada de dolor, de eclipse, de desconcierto, de caída impotencia ante la cruz alzada de la vida. Serás la madre de todas las familias arrancadas hoy de su tierra -perdidos en la muerte y el martirio algunos de los suyos-, destruidas sus casas, huyendo en el horror, la pobreza y el hambre en busca de un refugio azaroso y desconocido.
Serás la madre, ya del otro lado del dolor, de esta familia tuya que te quiere, te reza por todos los crucificados, se acerca con amor a la sangre derramada de tu Hijo, se agarra contigo al tronco de la cruz redentora. Y, ya al amanecer, se irá contigo hacia el sepulcro vacío del Resucitado.