¿De qué te quejas si te asiste el aire?

En medio de la vorágine de estos días, con atentados, golpes y contragolpes de estado, Brexit, circo de incertidumbres políticas en el interior, me aparto un instante del mundo y escribo este sencillo poema con Dios al fondo y a la vista.



No me quejo de nada. ¿Qué derecho tengo a ello? Me ha dado Dios muchas, muchas cosas a partir de la vida. Incluida esta obligada y feliz manía de trabajar con las palabras e intentar hacer saltar en ellas un punto de belleza. Se me reveló en la adolescencia y se resiste a morir del todo en la vejez.



¿De qué te quejas si te asiste el aire

y cómo sonreír no has olvidado?

Aún tienes luz y voz, miras, caminas,

es aún tuyo

el don de amanecer

dueño de tus palabras.

De vez en cuando

te apoya aún el bastón de un buen poema

o, al menos,

es bueno para ti, como una medicina

que te anima y entona

este frágil tesoro de tus años.




¿Qué más puedes pedir si Dios está contigo,

poderoso, invisible,

y te regala sin alarde alguno

su amor de cada día, su belleza?

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