En medio de la vorágine de estos días, con atentados, golpes y contragolpes de estado, Brexit, circo de incertidumbres políticas en el interior, me aparto un instante del mundo y escribo este sencillo poema con Dios al fondo y a la vista.
No me quejo de nada. ¿Qué derecho tengo a ello? Me ha dado Dios muchas, muchas cosas a partir de la vida. Incluida esta obligada y feliz manía de trabajar con las palabras e intentar hacer saltar en ellas un punto de belleza. Se me reveló en la adolescencia y se resiste a morir del todo en la vejez.