No me tomen muy en serio

No me tomen muy en serio. Ni siquiera cuando, como hoy, hago una especie de elogio de la risa. En la España crispada ante las inminentes segundas elecciones, se cruzan toda clase de venablos de pasión, ambición, sinrazón y odio. Reír, cuando se renuncia a llorar, puede ser una buena terapia. Y no sólo en circunstancias excepcionales de la patria, sino en las numerosas trampas que nos pone la vida.


REÍR



Y después de todo, ¿por qué te asombras aún? Bien es verdad que al hombre que lo sea el asombro no lo abandonará mientras viva. Pero siempre hay grados, y amplia y diversa es la capacidad de encaje y de respuesta (…)


¿Por qué te sigues perturbando por las cosas que ya te sorprendían y perturbaban en tu juventud? Relájate siquiera hoy, oh ingenuo. Ríete. Carcajéate. Ríete del mundo. Y ríete de ti mismo, oh eterno aprendiz de la vida. ¿A qué ese tozudo afán de tomarte a los humanos tan en serio? ¿A qué ese ceño cerrado que te aprieta y te paraliza la risa?


Vivir es también reír, oh tardo principiante. En trance está siempre de hundirse en la catástrofe una vida sin risa. Reír... ¿Sólo soñar? No, no, también reír... ¡Viva el humor como una joya de oro en la oreja de un mundo siempre imperfecto!


Si Dios mira a la bola de esta tierra, no podrá menos de reírse con la risa primera y creadora. Dios es humor, y como el mundo de los hombres siempre ha sido un circo, tú no debes asistir a él con ese semblante adusto. Ríe. Ríete del mundo. Ríete de ti mismo, ya que a veces te ves representando en la misma farándula. Haz hoy, por lo menos, una pausa relajada arrellanado en esa butaca desde la que contemplas el abigarrado espectáculo.


(De Elogio de la ingenuidad, Madrid, Nueva Utopía, 2007, p. 31).
Volver arriba