Entre tanto tonto

El poco jocundo y optimista Baltasar Gracián escribió: “Son tontos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen” (1). Si el resabiado jesuita lleva alguna razón, ¿a dónde va uno entre tanto tonto? ¿Y quién le garantiza a uno que no se encuentra entre la masa tonta y aguerrida de los que lo parecen o en la estulta mitad de los que no lo parecen?

Que nadie se alarme en exceso. El mayor tonto es el que lo es y no lo sabe. O el que afecta una listeza que pasó de largo a muchas leguas de su casa.

Mirando a la vida pública, abriendo los ojos y los oídos a los medios de comunicación, qué poderosa puede llegar a ser la oleada invasora de la tontera.
Lo malo es que con frecuencia vemos a los tontos trepando las cucañas del poder y aupados a la cima de instituciones con mando sobre el resto de los mortales. También –es de justicia reconocerlo- hay muchos ciudadanos inteligentes, hasta sabios, recluidos a menudo en el silencio de una vida sencilla y retirada. Vaya toda mi admiración hacia ellos. Acaso cabría para muchos de éstos el severo reproche de refugiarse en su comodidad y huir como de la peste de algo tan noble y necesario como el servicio público.

Pero hoy me voy a permitir entonar un canto del revés a los tontos. No recuerdo ahora qué fue lo que dio el último empujoncito a mi inspiración. O quién fue el agraciado que me colmó el lúdico vaso. Es igual. Tontos siempre los tendréis cerca de vosotros. Yo me permití la broma de hacer una provisional clasificación, una taxonomía de aficionado. Pero caben “infinitas”. Y, para que nadie se escandalice, el autor no se ve siempre alejado de esta sandia cofradía.


TONTOS



“Stultorum infinitus est numerus”.

(De una traducción antigua de la Biblia)


El número de tontos es infinito.


Conozco tontos simples como el aire o el pan
y tontos complicados como una red de redes.
Hay tontos previsibles,
tal la salida del sol,
otros imprevisibles como un terremoto.
Tontos sin más o tontos disfrazados
de títulos sonoros,
es decir, tontos simples
y tontos de solemnidad.
Por el mundo trajinan
tontos por propia cuenta y tontos útiles,
aunque todos sepan hacer de la inutilidad una fiesta.
Tontos he visto
a los que les salía la estulticia por los ojos
o por la boca,
o, expresado quizá técnicamente,
tontos de llorar y tontos de baba.
Bies es verdad
que la estulticia admite grados
y hace a quienes atrapa
tontos parciales o tontos integrales,
tontos por horas o a dedicación completa
(¿cómo saber si hasta en sus sueños
no cesan de ser tontos?).

Este poema tonto y mentecato
no lo he compuesto yo. Nadie me culpe.
Si os preguntan, decid: “Es un poema apócrifo”.


Muy rara vez un tonto
al que no se le apunta con el dedo
se da por aludido.
Si aun así hubiere alguno
que se tomara a ofensa mis palabras,
yo, sin mayor esfuerzo y escuchando
con atención mi inteligencia plana
y su hilito de voz,
confesaré sin más y sin rodeos
que no descarto ser, en fin, sobran indicios,
un tonto de remate.


(20-5-2003)


(Obra poética, p. 524)


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(1) Baltasar GRACIÁN, Oráculo manual y arte de prudencia, Madrid, Cátedra, 5ª ed., 2003, 201, p. 212.
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