Todos fueron muriendo
los que me enseñaron a vivir.
Cómo los amo aún en mi cercana muerte.
Jamás ninguno de ellos me negó
que fuésemos mortales.
Pero tampoco me enseñó ninguno
a despreciar la vida.
Me dieron carne, sangre, voz, me dieron
como un tesoro la palabra.
Sin saberlo o sabiendo, me afirmaron
este instinto de amar
y esta nunca buscada, irrefrenable,
pasión por la Belleza.
Todos estáis conmigo
a pesar de mis gestos distraídos,
de mi mirada no siempre agradecida..
Os amo y os deseo
una inmortalidad a la que nunca
quisisteis renunciar,
tal vez porque instintivamente sospechabais
que tanto amor, tan elevada
generosidad
sólo se sostenía en el soporte
de nuestro firme Origen, Meta, Padre generoso,
siempre inmortal, aupando nuestra nada.