Se van muriendo

Sí, se van muriendo. Se van muriendo los cercanos, con nuestra misma edad, a veces con edades más jóvenes. Murieron ya quienes antes dieron su tiempo y su vida por nosotros. Con frecuencia, ay, llega la gratitud tardía. O no llegó nunca a expresarse a tiempo. Ese tópico bobo, tan repetido a veces, “No debo nada a nadie, todo lo que tengo me lo debo a mí mismo”, no pasará jamás el más bajo listón de la sabiduría. Debemos tanto a tantos… Va hoy este homenaje sencillo a quienes, acaso sin esperar nada a cambio, vivieron y se desvivieron por nosotros.

Todos fueron muriendo
los que me enseñaron a vivir.
Cómo los amo aún en mi cercana muerte.
Jamás ninguno de ellos me negó
que fuésemos mortales.
Pero tampoco me enseñó ninguno
a despreciar la vida.
Me dieron carne, sangre, voz, me dieron
como un tesoro la palabra.
Sin saberlo o sabiendo, me afirmaron
este instinto de amar
y esta nunca buscada, irrefrenable,
pasión por la Belleza.

Todos estáis conmigo
a pesar de mis gestos distraídos,
de mi mirada no siempre agradecida..

Os amo y os deseo
una inmortalidad a la que nunca
quisisteis renunciar,
tal vez porque instintivamente sospechabais
que tanto amor, tan elevada
generosidad
sólo se sostenía en el soporte
de nuestro firme Origen, Meta, Padre generoso,
siempre inmortal, aupando nuestra nada.
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