Balance de la JMJ de Cracovia Mochila preparada para Cristo

(Francisco Javier Garrido Hernández, peregrino de Cracovia 2016).- Hola de nuevo a todos, ya estoy en Málaga. Os escribo estas últimas palabras por fin ya desde el sofá de mi casa, un poco más cómodo y ojalá pudiera decir fresquito, pero no. Málaga me ha querido recibir con nuestro queridísimo terral, este viento tan malagueño que tenemos que aguantar solo unos días en verano.

Hace ya cuatro días que acabó todo, cuatro días desde que el Papa Francisco nos envió a cada uno de nosotros a nuestras diferentes realidades para trabajar por crear un mundo un poquito mejor, para anunciar cuál es el verdadero nombre de Dios: Misericordia. Vana sería esta JMJ si hubiera acabado el pasado domingo, y pobre experiencia si no hubiera cambiado nada en mi vida estos días en Cracovia.

No sé el resto de peregrinos, pero yo me encuentro en un estado de semi-shock. Ahora mismo no sé ni cómo actuar, ni cómo hablar, ni qué hacer ni en dónde. Ahora cuando acabe de escribir estas líneas me ducharé e iré a cenar con unos amigos de la casa salesiana de Málaga. Sé que la frase surgirá: 'venga, cuenta cuenta, quiero saber todo'. Y la verdad, estoy nervioso, porque no sé que responder aún a esto.

Mucha gente me escribe y me dice que qué tal todo, que está deseando quedar para que le cuente toda la experiencia. Reitero, no sé otros peregrinos, pero yo estoy nervioso ante esta pregunta porque este estado de semi-shock como os digo no me permite ahora mismo hablar con claridad, y creo que debo dejar pasar el tiempo y la oración me ayudará a poner las cosas en su sitio.

¿Por qué este estado de semi-shock? Porque han sido demasiadas vivencias en muy poco tiempo, demasiadas enseñanzas, demasiadas oraciones, demasiados nombres, caras, personas y realidades.

Hoy pensaba por ejemplo de nuevo lo afortunado que soy. Mi viaje tan solo ha sido de 5 horas en total, 3 a Madrid y 2 a Málaga mas o menos. No he pasado ningún control aduanero y sí, esta vez sí llegaron las maletas perfectamente. No puedo evitar que me vengan a la cabeza esos peregrinos de América, por ejemplo. Los de Panamá, por ejemplo, donde celebraremos la próxima JMJ tenían 13 horas de vuelo.

Tampoco puedo quitarme de la cabeza los muchos peregrinos de África. Son condiciones de vida no son las mismas que las mías, pero son el doble de felices que yo. ¿Y si hablo de lo que mi corazón siente al pensar en los peregrinos de Siria, Líbano o Sudán del Sur? En fin, ya lo dije, solo quieren nuestra oración. Espero que entendáis un poco este estado de semi-shock que os digo.

Y como veis, digo semi y no un estado completo. ¿Por qué no completo? Pues porque no puedo permitírmelo, no puedo permitirme no pensar ya en septiembre, cuando de nuevo abramos nuestro Centro Juvenil. No puedo permitirme no tener la mente llena de proyectos e intenciones para el próximo año. No puedo permitirme apagar el fuego de mi corazón y no dar el fuego y el calor que tantas y tantas personas necesitan en mi día a día. No puedo ser un joven jubilado a los 25 años, no es lo que Dios nos ha pedido en esta JMJ. Hemos captado el mensaje.

También digo que es estado de semi-shock porque tengo muy claro también cual es el nombre de mi experiencia por esta JMJ: Misericordia. Suena redundante, suena a más de lo mismo, pero no ha sido hasta ahora, gracias a esta experiencia cuando he comprendido el verdadero nombre de Dios: Misericordia. Los tiempos de Dios son diferentes a los nuestros y Él ha querido que sea a través de estas vivencias cuando lo he comprendido todo.

Sufrir con el dolor del hermano, aún estando a kilómetros de distancia es misericordia, sufrir con mis hermanos sirios, del Líbano, o de Sudán del Sur es misericordia. Rezar por ellos es misericordia. Haber sido acogido en una casa familiar, y que la madre de la familia nos diga que tan solo hace esto por la Madre del Señor es misericordia. Todas las personas que día y noche han estado velando por nuestra seguridad es misericordia.

Todos los obispos, sacerdotes y mayores que nos han acompañado enseñándonos con su experiencia es misericordia. El recibimiento de mis padres ayer, con un gazpacho, y poner una lavadora anoche mismo, eso es misericordia. En fin, ya en mi casa, reventado, cansado y agotado físicamente doy gracias a Dios porque ha llenado mi corazón de su nombre: Misericordia. Ahora toca ayudar a este mundo enfermo a conocer el verdadero nombre de Dios

Toca poner un poco de cordura en esta realidad que tengo, que tenemos cada uno de nosotros en nuestra casa. El nombre de Dios es precioso, y con la mochila a reventar, intentaré a partir de ahora mostrar el verdadero rostro de Dios: Misericordia.

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