Profesión solemne en Caudiel
En el convento de las Madres Carmelitas Descalzas
| José Carlos Rubio José Carlos Rubio
El sábado 29 de abril de 2023, hizo profesión de votos solemnes y tomó el velo la hermana Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz (Angélica en el siglo), que desde Perú había recalado en tierras valencianas por el deseo de una vida austera, lo más concentrada en Yeshúa posible, y con el menor número de distracciones. Llegó y aquí decidió quedarse. Y ahora lo ratificaba. La celebración, presidida por Mons. D. Casimiro López, obispo de Segorbe-Castellón, tuvo lugar en el convento de Nuestra Señora de Gracia y San José, fundado en 1671, que tienen las Madres Carmelitas Descalzas en Caudiel (el Alto Palancia), tierra de olivos, de almendros y de cerezos, también de miel y de agua, o al menos así lo jaleábamos hasta hace pocas décadas.
La ceremonia fue alegre y sencilla dentro del boato de una concelebración, e incluso gozó de traca final y sorpresiva en el patio (que no se dude de que somos valencianos). Un buen número de niños, nietos del padrino de profesión y corona, y de su esposa, daban colorido de futuro a unas filas con edades variables, si bien decantadas en su conjunto hacia la parte alta de los años.
Es difícil ver una profesión perpetua, y para más abundamiento en tu mismo pueblo, aunque lo hace relativamente más sencillo la fortuna de contar con uno de los dos conventos ‒antaño, más o menos sin duda, monasterios‒ que aquí se fundaron, pues el de agustinos recoletos, de 1627, desapareció, si bien no algunas de sus edificaciones. Con todo, si difícil es asistir a una ceremonia tal, aún más complejo es ver, en estos tiempos, un rito en el que alguien, en este caso una mujer joven, asume ante decenas de personas un compromiso de por vida, inalterable, en el cual ofrece públicamente, y parafraseando a Joseph Ratzinger, su salto al vacío. Sobrecogen ambos hechos: sumarse a la vida monástica en estas lejanas tierras con respecto a las que la vieron nacer, y mostrar la valentía de tomar una decisión tajante, vinculante, hermosa y esencial, como todo aquello que divide nuestra vida en un ayer de tentativas y un futuro enraizado en cuanto somos en nuestro ser más hondo.
Tras la finalización, en el patio de entrada, sobre los restos quemados de la traca, hubo un rato para compartir unos dulces, conversar y recibir unos recordatorios de manos de Javier y María José, los padrinos, en un ambiente de hermandad. Pero cuando antes, ya al final, concluida la eucaristía, nos acercamos a darle la enhorabuena a la hermana Teresita, ésta, bajo el blanco de sus nupcias, sonreía y callaba, como nosotros, que pronunciábamos escasas palabras y también sonreíamos, emocionados ante su testimonio, ante su estar en el mundo sin ser del mundo, ante su apuesta radical y vivísima por lo verdadero.
Al poco, nosotros nos marchamos y ellas se quedaron al otro lado de la verja; la verja que separa la clausura de este lado del mundo, de este mundo que sería, sin duda, más miserable y pobre sin ellas.