María Magdalena y otras discípulas

Hablar de María Magdalena significa, hoy en día, entrar en un tema controvertido. Pero no es mi intención, en este momento, participar en la discusión abierta por ciertas novelas seudo-históricas, de escaso o nulo rigor científico, sobre esta figura tan importante del Nuevo Testamento. Y no lo hago por que me asuste el tratar el tema desde esa perspectiva, sino porque estoy convencido que es más interesante y más enriquecedor acercarnos a María Magdalena como personaje histórico, a partir de los evangelios y otras fuentes que nos pueden aportar datos fiables sobre ella.

La tesis que os quiero presentar es que María Magdalena (y de forma similar otras mujeres que aparecen en los textos del Nuevo Testamento) es una discípula de Jesús en situación de igualdad con otros discípulos varones, y que igual que ellos participa plena y activamente en el seguimiento de Jesús como discípula, testigo y evangelizadora. E incluso, en muchas ocasiones, no sólo igualándolos sino superándolos.

Deseo hacerme eco, como inicio de esta reflexión, de unas palabras de Pablo que sitúan perfectamente el punto de partida: Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Gal 3,28). A partir de la «Buena Noticia» que trajo Jesús ya no sirven, quedan abolidas las diferencias de dignidad por motivos étnicos, sociales o sexuales.

Discípula

María Magdalena, al igual que otras discípulas, sigue y sirve a Jesús, como podemos comprobar en diversos textos de los evangelios.

Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé, que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén (Mc 15,40-41 = Mt 27,55-56; cf. Mt 27,55; Lc 23,49).

Los verbos que utiliza el evangelista seguir (akoloutheo) y servir (diakoneo) son propios del discipulado, como lo demuestran los diversos lugares en que aparecen como, por ejemplo:

Ellos dejaron inmediatamente las redes y le siguieron (Mt 4,20)

Vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme.» El se levantó y le siguió. (Mt 9,9)

El mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. (Lc 22,26)

Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. (Jn 12,26)

Primero se les someterá a prueba y después, si fuesen irreprensibles, serán diáconos (literalmente: los que sirven). (1Tim 3,10)

Es verdad que este último texto informa de una comunidad eclesial más estructurada que en los inicios del movimiento de Jesús. Pero también indica que los carismas de gobierno en la Iglesia están íntimamente relacionados con el servicio, recordando las palabras y la práctica de Jesús (cf. Jn 13,12-17).

María Magdalena es una discípula de Jesús, en pie de igualdad con otros discípulos hombres. Igual que ellos, junto con otras mujeres, sigue y sirve a Jesús. Y probablemente, igual que otra discípula con su mismo nombre, María, hermana de Marta (Lc 10,38-39), se sentaba, con frecuencia, a los pies de Jesús y escuchaba su Palabra (cf. v. 39).

Testigo de la resurrección de Jesús

Los textos de los evangelios que nos narran las apariciones después de la resurrección de Jesús son unánimes en describirnos que los primeros testigos de la resurrección son mujeres, de la misma manera que son ellas las que han permanecido fieles durante la pasión y muerte del Maestro. Y en estas narraciones ocupa un lugar privilegiado María Magdalena.

Serán Mateo y Juan (Mt 28,1-10; Jn 20,11-18) quienes abundarán más en los detalles de este encuentro de las mujeres –y de María Magdalena, en particular– con el Resucitado; de una manera especial y delicada el autor del cuarto evangelio nos narra el encuentro de Jesús resucitado y María Magdalena.

María Magdalena y otras discípulas se convierten en testigos privilegiados del acontecimiento por excelencia: la resurrección de Jesús.

Evangelizadora del acontecimiento pascual

Es María Magdalena, son las mujeres las enviadas por Jesús a proclamar a los Doce y a los otros discípulos que Él ha resucitado. Ninguno de los cuatro evangelios puede obviar este dato: Mt 28,1-7; Mc 16,1-7; Lc 24,1-10; Jn 20,17-18.

Precisamente por ser mujeres, su testimonio no va a ser tomado en serio: Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían. (Lc 24,10-11)

Las posteriores apariciones de Jesús avalarán el testimonio que había sido primero revelado a las mujeres. Los apóstoles y demás discípulos tendrán que reconocer el testimonio transmitido originalmente a través de María Magdalena y otras mujeres. Por este acontecimiento los Padres de la Iglesia denominarán a María Magdalena como la «Apóstol de los Apóstoles» .

María Magdalena y las primeras comunidades cristianas

Los datos que poseemos sobre el papel de María Magdalena en las primeras comunidades cristianas son escasos. Pero, a partir de estos datos que han llegado hasta nosotros podemos esbozar algunas conclusiones.

Los datos de los evangelios nos proporcionan alguna pista fiable. Su mención, con cierta frecuencia, y encabezando las listas de las discípulas de Jesús nos permiten conocer su importancia en las comunidades donde surgieron los evangelios canónicos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Los textos que hemos mencionado, junto con el resto de citas donde aparece, nos proporcionan la evidencia de su estrecha relación con Jesús, como discípula privilegiada.

María Magdalena también es mencionada en escritos apócrifos, de los siglos II al IV aproximadamente: el Evangelio de María, el Evangelio de Pedro, el Evangelio de Felipe, la Pistis Sofía, la Sabiduría de Jesucristo o los Hechos de Felipe. Aunque la fiabilidad histórica de los datos que nos proporcionan estas obras es escasa (en algún caso ninguna), sí que podemos concluir que grupos cristianos de estos primeros siglos consideraron a María Magdalena como un referente para sus comunidades.

Entonces Leví habló y dijo a Pedro: «Pedro, siempre fuiste impulsivo. Ahora te veo ejercitándote contra una mujer como si fuera un adversario. Sin embargo, si el Salvador la hizo digna, ¿quién eres tú para rechazarla? Bien cierto es que el Salvador la conoce perfectamente; por esto la amó más que a nosotros. Más bien, pues, avergoncémonos y revistámonos del hombre perfecto, partamos tal como nos lo ordenó y prediquemos el evangelio, sin establecer otro precepto ni otra ley fuera de lo que dijo el Salvador» (Evangelio gnóstico de María 18).

La Sofía —a quien llaman «la estéril »— es la madre de los ángeles; la compañera [de Cristo es María] Magdalena. [El Señor amaba a María] más que a [todos] los discípulos (y) la besó en la [boca repetidas] veces. Los demás [...] le dijeron: «¿Por qué [la quieres] más que a todos nosotros?» El Salvador respondió y les dijo: «¿A qué se debe el que no os quiera a vosotros tanto como a ella?» (Evangelio apócrifo de Felipe 55).

La figura de María Magdalena en las primeras comunidades cristianas es entendida, por tanto, como una discípula con una estrecha relación con Jesús, una mujer testigo principal de la resurrección, una evangelizadora, un testimonio importante del auténtico discipulado y un referente para las comunidades cristianas.

Otras discípulas en el Nuevo Testamento

Ya hemos descubierto en los diversos textos de los evangelios en los que aparece María Magdalena, como no es la única discípula de Jesús.

Junto a ella aparecen nombres como Marta y María, María de Betania, María la de Cleofás, la mujer que ungió a Jesús en Betania, Juana, María la de Santiago, Salomé, la mujer samaritana y un largo etcétera.

Posteriormente, será en las comunidades paulinas donde encontraremos un discipulado femenino muy activo y en plano de igualdad con los hombres. En el final de la carta a los Romanos, Pablo envía saludos y recomendaciones, enumerando diversos colaboradores y colaboradoras en la tarea de la evangelización, donde el número de mujeres es significativo.

Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, diaconisa de la Iglesia de Cencreas.
Recibidla en el Señor de una manera digna de los santos, y asistidla en cualquier cosa que necesite de vosotros, pues ella ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo.
Saludad a Prisca y Áquila, colaboradores míos en Cristo Jesús.
Ellos expusieron sus cabezas para salvarme. Y no soy solo en agradecérselo, sino también todas las Iglesias de la gentilidad; saludad también a la Iglesia que se reúne en su casa. Saludad a mi querido Epéneto, primicias del Asia para Cristo.
Saludad a María, que se ha afanado mucho por vosotros.
Saludad a Andrónico y Junia, mis parientes y compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles, que llegaron a Cristo antes que yo.
Saludad a Ampliato, mi amado en el Señor.
Saludad a Urbano, colaborador nuestro en Cristo; y a mi querido Estaquio.
Saludad a Apeles, que ha dado buenas pruebas de sí en Cristo. Saludad a los de la casa de Aristóbulo.
Saludad a mi pariente Herodión. Saludad a los de la casa de Narciso, en el Señor.
Saludad a Trifena y a Trifosa, que se han fatigado en el Señor. Saludad a la amada Pérside, que trabajó mucho en el Señor.
Saludad a Rufo, el escogido del Señor; y a su madre, que lo es también mía.
Saludad a Asíncrito y Flegonta, a Hermes, a Patrobas, a Hermas y a los hermanos que están con ellos.
Saludad a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, lo mismo que a Olimpas y a todos los santos que están con ellos.
Saludaos los unos a los otros con el beso santo. Todas las Iglesias de Cristo os saludan
(Rm 16,1-16).

He señalado en negrita los nombres de mujeres de la lista, un total de 11 colaboradoras de Pablo en la tarea evangelizadora.

Pero también se pueden subrayar los verbos y adjetivos que el Apóstol les dedica:
- Febe: hermana y diaconisa
- Prisca: colaboradora de Pablo, junto con su esposo Áquila (aparece el nombre de ella antes que el de su marido); expusieron su cabeza por Pablo; una comunidad eclesial se reúne en su casa.
- María: que se ha afanado por la Iglesia de Roma.
- Junia (junto con Andrónico, ¿su esposo?): parientes, compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles, ...
- Trifena y Trifosa: se han fatigado en el Señor
- Pérside: trabajó mucho en el Señor
- La madre de Rufo: a la que Pablo considera su propia madre.
- Flegonta
- Julia
- La hermana de Nereo.

La conclusión, evidente, es que el papel que jugaron las mujeres en el movimiento de Jesús y, después, en las primeras comunidades cristianas es importantísimo, al menos, tan importante como el de los hombres. Y este dato no puede pasar desapercibido a las lectoras y a los lectores actuales de la Palabra de Dios. Máxime cuando el papel religioso, cultural y social de la mujer, en la época en que se escribió el Nuevo Testamento, era de una evidente discriminación. Jesús rompió, con su mensaje y con su vida, estos moldes.

Javier Velasco-Arias
Volver arriba