"Nuestra preocupación central, y el texto bíblico nos impulsa a ello, son l@s pobres y sus condiciones de vida reales" Lectura pastoral de la Biblia, y los desafíos de una nueva época
Muchas de las personas, grupos y comunidades con las que caminamos están fuertemente comprometidas en procesos de defensa del medio ambiente, de crecimiento en ciudadanía y democracia, en luchas sociales por la defensa de la vida y sus condiciones a favor de l@s pobres, en procesos de dignificación y empoderamiento de las mujeres
La experiencia de dios que libera, que está de parte de l@s oprimid@s y esclavizad@s, que llama al compromiso liberador y anima al mismo, les ayuda a descubrir que la vida solo tiene sentido si luchan por su liberación y los anima a una acción que los saque de su esclavitud
| Equipo de lectura pastoral de la biblia - Perú
DESDE LA EXPERIENCIA
Los que compartimos la presente reflexión somos un equipo formado por laicos y laicas, religiosos y religiosas y presbíteros que llevamos años acompañando procesos de lectura popular de la Biblia. Nuestro equipo lleva más de 25 años de acompañar experiencias populares de lucha por la vida y la liberación desde el encuentro con la palabra bíblica.
Nuestras reflexiones no son hechas, entonces, solo desde el escritorio, sino que nacen de una doble experiencia: nuestra propia experiencia del encuentro con la palabra y la experiencia en el acompañamiento de grupos populares. Por tanto, expresamos los desafíos que encontramos en los grupos acompañados, así como también los que descubrimos en nuestros propios procesos.
En esta experiencia encontramos como una primera constatación la existencia de la pluralidad de procesos y, por lo mismo, el desafío de respetar la experiencia y el proceso de cada una y cada uno. Acompañamos grupos de campesinos, de jóvenes, de religiosos y religiosas, de presbíteros, de universitarios, etc. y nos encontramos con personas que viven encuentros con la palabra desde una experiencia de fe y humana muy tradicional en algunos aspectos, o con otras que viven ya dentro de los nuevos paradigmas de conocimiento y con los que los desafíos de hacer otro tipo de lectura se hacen más urgente.
Otra constatación importante que hacemos es, cómo para casi todas las personas con las que nos encontramos, independientemente de la variedad de procesos ya señalados, el encuentro con la palabra se ha convertido en una gran fuerza dinamizadora de cambio de vida y de compromiso para la transformación social. Podemos señalar que muchas de las personas, grupos y comunidades con las que caminamos están fuertemente comprometidas en procesos de defensa del medio ambiente, de crecimiento en ciudadanía y democracia, en luchas sociales por la defensa de la vida y sus condiciones a favor de l@s pobres, en procesos de dignificación y empoderamiento de las mujeres, teniendo que enfrentar muchas veces conflictos con las autoridades sociales y eclesiales por causa de su compromiso.
También constatamos que la metodología que usamos, en la línea de la lectura popular latinoamericana es, al mismo tiempo, muy popular y muy científica: análisis social, análisis literario, análisis contextual, análisis histórico, etc. por lo que, aún sin mencionar explícitamente los nuevos paradigmas de conocimiento, va despertando y profundizando una lectura diferente del texto bíblico que acompaña una lectura diferente de la realidad, de la naturaleza, del ser humano, de los procesos sociales y de Dios.
Una pregunta fundamental que nos hacemos es: “Cuando hablamos de Dios, ¿de qué dios hablamos?”[1]. El encuentro con el texto bíblico nos va ayudando a tomar conciencia de las diversas imágenes de Dios que hemos ido construyendo, junto con las imágenes, también construidas, de la sociedad, de las relaciones de género, de la relación con la naturaleza, de los procesos sociales y políticos, de nuestra vivencia de humanidad y desde ahí nos anima a la construcción de nuevas imágenes que ofrezcan sentido a la realidad que las personas vivimos hoy.
Una última constatación que queremos subrayar, desde la experiencia, es que esta preocupación por los nuevos sentidos, por los nuevos significados, no distrae ni se opone a la preocupación central por l@s pobres y sus luchas de liberación. Sentimos que estos dos niveles que en un momento pudieron aparecer como contrapuestos, entre una experiencia europea y una latinoamericana, han caminado en la dirección de una complementariedad y enriquecimiento. Nuestra preocupación central, y el texto bíblico nos impulsa a ello, son l@s pobres y sus condiciones de vida reales, las que posibilitan o impiden una vida digna; pero l@s pobres y su vida, su destino y sus luchas, también son afectados por las antiguas o nuevas formas de comprender a dios y a la realidad.
ALGUNOS DESAFÍOS MÁS O MENOS RESUELTOS O AÚN POR RESOLVER
Cuando nos aproximamos al texto bíblico, ¿por qué nos aproximamos? ¿Cómo nos aproximamos? ¿Qué buscamos/encontramos?
Experimentamos que este es el desafío central, ya que ahí se encuentra todo nuestro imaginario y toda nuestra postura de fe en relación con la biblia.
Tiene relación con lo que entendemos por revelación e inspiración, todo lo que entendemos por la biblia como palabra de Dios y todo lo que entendemos por lectura bíblica.
En una concepción más tradicional, en la que todos nosotros y nosotras fuimos formados, nos acercábamos al texto bíblico porque es “la Palabra de Dios”; es decir ahí, en el texto, encontrábamos las palabras que Dios ha dicho para darnos a conocer su ser y su proyecto; son las palabras con las que Él ha revelado su verdad eterna. Por eso, en el texto bíblico buscamos y encontramos un elenco de verdades absolutas y eternas (porque Él las ha dicho) que nosotr@s debemos conocer, aceptar y creer (porque Él las ha dicho) y que nos ayudan a combatir todo el pecado, el error y el mal que existe en el mundo (porque van en contra de lo que Él ha dicho).
Aunque hemos sido formados y formadas en esta perspectiva, desde hace tiempo que nuestro caminar nos ha llevado a otra concepción del texto bíblico y de la revelación. Tenemos ya un convencimiento total de que en el texto bíblico encontramos “la historia de un pueblo contada por los hombres y mujeres de ese pueblo”. Las personas de ese pueblo nos cuentan su historia y cómo, en esa historia, “encontraron a Dios” o hicieron la experiencia de Dios.
Esa historia, como la historia de todos los pueblos, está compuesta de logros y fracasos, de triunfos y derrotas, de avances y retrocesos, de aciertos y errores; todo eso se encuentra narrado en la biblia. Y ellos y ellas nos cuentan cuándo, dónde y cómo en ese sube y baja de la historia hicieron la experiencia de la divinidad y de cuál divinidad.
Esto trae consecuencias de muchos órdenes y desencadena una cascada de cambios que seguimos experimentando: gozando y sufriendo, esperando y temiendo, respondiendo y todavía preguntando.
La revelación, entonces, en la línea de los dos libros de san Agustín[2], se da en la historia, en los acontecimientos y se da como una experiencia de dios que realiza el pueblo en las circunstancias concretas de su historia. No se entiende más como un Dios que desde el cielo habla y revela verdades absolutas, sino como un dios que está dentro de la historia, dentro de la realidad y suscita, desde dentro, una experiencia relacional que incluye al resto de personas (el pueblo) y que despierta compromisos de vida y liberación.
Como la realidad es cambiante, la “revelación” de dios también, y en cada momento de la historia el pueblo va descubriendo un nuevo rostro de dios, que manteniendo algunos rasgos que siempre permanecen y constituyen como el núcleo de identidad, va también modificándose para ofrecer respuestas a las nuevas circunstancias de la vida. Así se descubre y experimenta a dios en el hijo, en la tierra, en la libertad, en la defensa de los derechos, en la oposición a la dominación, en la defensa de la propia cultura, o en el pan compartido y los pies lavados, dependiendo de la realidad concreta, las necesidades vitales y las luchas emprendidas.
Junto con la imagen de los dos libros de san Agustín, nos es útil la imagen del “texto ventana” y el “texto espejo” de Paulo VI por lo que, cuando nos acercamos al texto, nos asomamos por la ventana para ver lo que está más allá del texto: la realidad, la vida, la historia. No nos aproximamos al texto para buscar verdades sino para buscar acontecimientos, vidas, experiencias, historias en las que aquel pueblo vivió su “descubrimiento”, su encuentro con dios.
Por eso estos textos se vuelven “canónicos”, normativos, paradigmáticos. Encontrar historias nos remite a nuestra propia historia; constatar realidades nos permite constatar nuestra propia realidad y tomar conciencia; escuchar cómo vivieron ahí su experiencia de dios nos invita a vivir nuestra propia experiencia en nuestra propia historia; identificar el “rostro” de dios que experimentaron nos permite confrontar nuestro propio rostro de dios; constatar su compromiso por la vida nos anima en nuestro compromiso.
No son normativos porque haya que aprenderse y repetir al pie de la letra lo que ahí dice, y quien no los sepa o no los crea está condenado. Son normativos porque nos invitan a repetir nosotr@s la dinámica de la experiencia que ell@s vivieron. Así como ell@s descubrieron a dios en su contexto, y ante nuevos contextos descubrieron nuevos rostros de dios, así nosotr@s necesitamos encontrar o descubrir a dios en nuestra propia realidad y nuestro propio contexto. Nueva realidad, nuevo contexto, nuevo pueblo o comunidad, inevitablemente desemboca en nuevo rostro de dios.
Es la experiencia de la relectura que constituye la trama de todo el texto bíblico; como Jesús que en su contexto releyó libremente y hasta modificó a Isaías quien, a su vez, en su propio contexto releyó libremente y hasta modifico, la memoria del éxodo. Iniciaremos en “Elohim” y llegaremos hasta “Abba” … y hoy, ¿cómo?... ¿padre y madre? ¿Misterio? ¿dios de múltiples presencias? … Estaremos constantemente volviendo a vivir la experiencia de Jesús: “Ustedes han oído… les han dicho que… pero yo les digo…”
Dialogar con el texto
Vivimos en nuestra propia vida y en las comunidades y grupos que acompañamos, la experiencia de ir al encuentro de la palabra bíblica e interactuar con ella; hay que “dialogar con el texto”, decimos en nuestras reuniones.
¿A ese sentido encontrado le llaman dios y su proyecto? O ¿en esa búsqueda encuentran a dios y su proyecto quien les ayuda a construir una vida con sentido? O ¿en esta búsqueda encuentran a dios y desde esta experiencia descubren y construyen el sentido experimentado como proyecto de dios?
Tenemos, entonces, dos posibilidades:
La primera sería ir directamente al rostro de dios que encontraron, reconocerlo como “verdad revelada” por dios y, como consecuencia, aceptarla, aprenderla, creerla y repetirla como verdad absoluta, eterna e inmutable. Esta sería la manera más tradicional de leer la biblia.
La segunda posibilidad, que es la que nosotr@s venimos recorriendo, sería no tanto ir a la experiencia concreta de dios que ell@s descubrieron y vivieron, sino volver a vivir la dinámica de esta experiencia, aceptando que el rostro de Dios que descubriremos o construiremos será distinto del que ell@s descubrieron o construyeron porque somos comunidades distintas, en contextos distintos y con búsquedas de sentido distintas. El texto se vuelve normativo no por el resultado sino por el proceso vivido con toda la riqueza y ¿los riesgos? que esto supone.
Nuevas comprensiones, nuevos sentidos, nuevos símbolos
A partir de ahí es claro que cualquier tipo de lectura fundamentalista de los textos bíblicos es insostenible.
Las narraciones y discursos que encontramos, reflejan las condiciones reales de vida de la época, los acontecimientos vividos y las luchas o procesos sociales realizados para encontrar el sentido de la vida.
Es cierto que, tanto en el texto como ahora, encontramos a muchas personas, los y las más pobres, que no tienen ni tiempo ni recursos para buscar el sentido de la vida; solo tienen su fuerza, o la poca que les queda, para trabajar y sobrevivir. Pero sigue latente la pregunta por el sentido: ¿qué sentido tiene vivir así? Algunos, los y las más fuertes, luchan por darle un sentido o por transformarla para que tenga sentido.
La experiencia de dios que realizan contribuye en esta búsqueda y construcción de sentido. Se procesa dentro de esta búsqueda y construcción de sentido. La experiencia de dios que libera, que está de parte de l@s oprimid@s y esclavizad@s, que llama al compromiso liberador y anima al mismo, les ayuda a descubrir que la vida solo tiene sentido si luchan por su liberación y los anima a una acción que los saque de su esclavitud. Y también es cierto que la constatación real de la esclavitud y la falta de sentido que esto tiene, el ansia de libertad y las incipientes organizaciones populares para conseguirla, posibilitan la experiencia de dios como liberador. La experiencia de Moisés de ver y escuchar el dolor de su pueblo le posibilitará hacer la experiencia de dios que ve, oye y conoce el sufrimiento del pueblo y se compromete en su liberación.
Más adelante descubrirán que la vida solo tiene sentido si se liberan de la tiranía de los reyes y vivirán la experiencia profética de dios que propone volver a la experiencia tribal; o descubrirán que la vida sólo tiene sentido si logran volver a su tierra, de donde habían sido deportados y vivirán la experiencia de dios que suscita un nuevo éxodo. Posteriormente, Jesús y su grupo descubrirán que, frente a la realidad del imperio, la única manera de darle sentido a la vida es la solidaridad, el compartir de los bienes y el servicio, y vivirá la experiencia de dios “papito” de todos y todas que quiere una vida plena y abundante para sus hijos e hijas y lo expresarán con el símbolo del “Reino”.
Pero al mismo tiempo, el texto nos hace encontrarnos con otros grupos que construyen otro sentido para su vida; que encuentran el sentido en el poder cada vez más grande, en la acumulación cada vez mayor de riquezas, en la dominación sobre otr@s y la escalada en la pirámide social. Est@s también construirán una imagen de dios que legitime esa opción de vida y nos encontraremos con el dios del templo, el dios de los puros, el dios culpabilizador que nunca se sacia de sangre para calmar su ira y exige sacrificios sin cesar, o el dios que dice que solo una raza tiene derecho a la relación con él, o el dios que excluye a las mujeres y a l@s pobres, el dios que convierte la riqueza en signo de su bendición y la pobreza en signo de su maldición…
Estos grupos y estas experiencias de dios también las encontramos en el texto bíblico, en esa narración del sube y baja de la historia de un pueblo de la que hablábamos antes. Si el texto bíblico fuera un elenco de verdades a aceptar, creer y memorizar, terminaríamos con una confusión mental y vital irremediable. Por el contrario, el texto nos narra estas experiencias y nos invita a optar, a decidir, a darle sentido a nuestra vida, a optar por un absoluto que le dé sentido a nuestras vidas, a abrirnos a la experiencia de dios-sentido dentro de nuestro contexto. En esa confrontación de “dioses”; en la confrontación de absolutos que se nos ofrecen hoy para darle sentido a nuestra vida, ¿cuál es el absoluto por el que optamos como fuente de significado?
La fe, entonces, no es saber y creer en la “verdad” que tiene respuesta definitiva a todas las preguntas posibles que se le puedan ocurrir al ser humano; no es el manual de verdades que da certeza infalible. La fe es búsqueda insaciable de sentido, es la experiencia que anima a vivir de determinado modo; es la opción que orienta la existencia y que abre al compromiso de seguir buscando, de seguir experimentando, de seguir optando siempre en la provisoriedad de la vida; de seguir experimentando a dios en el centro mismo de la vida.
Esta fe, esta experiencia de dios-sentido, se expresará en la construcción de símbolos que manifiestan y alimentan ese sentido; pero serán siempre cambiantes, plurales, contextuados, culturales. Así encontraremos a algun@s que lo manifiestan en el símbolo de colocarse la palabra en las manos, en la cintura, en la frente, en la puerta; a otr@s que sentirán más fuerza en el símbolo de comer pan sin levadura y cordero; algun@s más encontrarán sentido en el símbolo de circuncidarse, mientras que otr@s comenzarán a encontrar el sentido en el hecho de dejar de circuncidarse porque sienten que su significado se ha pervertido; mientras que algun@s encuentran sentido en el símbolo de sentarse a la mesa común y compartir el pan para hacer la memoria de Jesús, otr@s lo encuentran en el hecho de lavarse los pies para hacer la misma memoria y otr@s, quizá, en el símbolo de bautizarse. Para algun@s tiene mucha fuerza el símbolo del pastor o el sembrador, mientras que para quien nunca ha pisado más que el asfalto, tendrán poca relevancia y sentido y necesitarán de otros.
También nosotros y nosotras, hoy, tendremos que construir nuestros símbolos.
¿Un solo dios y un solo pueblo?
Esto nos coloca frente a otro desafío: cómo enfrentarnos al proverbial monoteísmo de la Biblia. Por un lado, se ha considerado siempre como algo central en la fe cristiana. Por otro lado, hoy entra en conflicto con la conciencia positiva de la multiplicidad de experiencias religiosas. Incluso es considerado como un instrumento de dominación y opresión como sucedió en la conquista y colonización de América Latina y en tantos otros procesos históricos. Más recientemente, por ejemplo, en la encíclica Deus caritas est, Benedicto afirmaba: "A la imagen del Dios monoteísta corresponde el matrimonio monógamo”.
Además, entra en conflicto con el mismo texto bíblico que, como hemos visto antes, presenta a muchos dioses o, por lo menos, a un dios con muchos nombres diferentes y con muchas características diferentes. Dios es “Yavé”, es árabe y vive en las montañas, en los truenos y en los rayos, en las nubes y relámpagos; pero también es “el dios de nuestros padres”, caldeo, que no vive en las montañas sino que es nómada y camina con el pueblo en búsqueda de pastos para el rebaño; pero también es “El shaddai”, dios con pecho materno que nutre, y es “sabaoth” terrible señor de los ejércitos, y es “Israel” y es “Elohim”… ¡complicado hablar del dios “único” aunque se afirme rotundamente desde la experiencia fundante del Éxodo!
Profundamente ligado a este monoteísmo: el dios único, está la conciencia de la elección: el pueblo único. Otro asunto que hoy entra en conflicto con la conciencia de la pluralidad y diversidad étnica y cultural; pero que también entra en conflicto con la conciencia universalista de algunos textos proféticos y con los aprendizajes realizados por Jesús de Nazareth como en el caso de la mujer sirio-fenicia o en el del centurión romano.
Creemos y hemos experimentado que otra lectura es posible. El sentido de la unicidad de Dios se encuentra en el mismo texto a partir del hecho y la experiencia de la liberación. “Yo soy Yavé, tu Dios, el que saca de la casa de esclavitud” (Ex 20, 1) y en oposición a otros dioses legitimadores de la esclavitud e impuestos por otros grupos para dar sustento a su postura de dominio; “No tendrás otros dioses fuera de mí” (Ex 20, 3). En este sentido, lo importante es lo que está por detrás del nombre y no el nombre mismo. Puede ser Yavé o Elohim; puede ser Netzahualcóyotl, Olodúm o Huiracocha, no importa; lo que importa es que esta experiencia de dios y esta manera de organizar su vivencia no sean usadas para legitimar opresión. Puede ser Yavé, pero si su nombre es usado para legitimar la dominación de un@s sobre otr@s, esa experiencia religiosa debe ser rechazada y combatida como sucederá con los profetas en tiempos de la monarquía.
El monoteísmo bíblico, entonces, está más al fondo de lo que muchas veces se ha querido manejar para afirmar la superioridad de una experiencia religiosa sobre otra o de una única religión como verdadera. El monoteísmo bíblico consiste en no aceptar como verdaderas, experiencias religiosas que legitiman y justifican la opresión, la dominación, el daño a la vida, especialmente la de l@s más pobres y débiles de la sociedad. El nombre de Dios no puede ser usado vanamente como instrumento de construcción de una estructura social injusta (Ex 20, 7).
Del monoteísmo bíblico se desprende que no creemos y no reconocemos a un dios que condena implacablemente a sus hij@s a penas eternas; que l@s persigue, l@s amenaza, l@s aterroriza, se venga de ell@s de generación en generación; hace caer sobre algun@s plagas y enfermedades, desgracias familiares, muertes repentinas, y un infierno eterno; o que l@s chantajea con promesas de salvación celeste y pos-mortem
Del monoteísmo bíblico se desprende que no creemos y no reconocemos a un dios que condena implacablemente a sus hij@s a penas eternas; que l@s persigue, l@s amenaza, l@s aterroriza, se venga de ell@s de generación en generación; hace caer sobre algun@s plagas y enfermedades, desgracias familiares, muertes repentinas, y un infierno eterno; o que l@s chantajea con promesas de salvación celeste y pos-mortem. Un dios identificado históricamente con grupos de poder, con quien ejerce la fuerza contra el débil, con las dictaduras de los privilegiados; que corona príncipes y bendice guerras de ocupación; justifica torturas y crucifica a su hijo para que le paguen antes que perdonar. Este dios intervencionista, desde fuera; que “arregla” todo con intervenciones milagrosas que rompen los procesos naturales y sociales, que cuando “arregla” las cosas de este modo, más bien las desarregla para los más débiles, no corresponde al “único” al que hay que creerle y es el que suscita experiencias religiosas que llevan a la liberación; el que hace ver, oír y conocer el dolor de l@s oprimidos para comprometerse con ell@s.
En este sentido se necesitaría, también, abrir el tema de la elección y hacerlo saltar del plano étnico al plano social. L@s “hebre@s” elegid@s por dios no son una raza; son l@s “hapiru”, l@s empobrecid@s del sistema. El dios único no es el que caprichosamente elige a una raza y desprecia a las otras; es el dios que siempre se encuentra al lado de l@s desposeíd@s, de l@s empobrecid@s de cualquier raza o pueblo. La fe en el dios único es la experiencia religiosa que impulsa a colocarse del lado de l@s empobrecidos, que anima a descubrir la divinidad escondida en esas humanidades desfiguradas y despreciadas y compromete en procesos sociales de transformación de esas condiciones. No importa que, los nombres con los que se identifica, o las ceremonias rituales con las que se le celebra, o las formulaciones construidas para pautar su experiencia puedan variar y expresarse en formas tan diversas como las culturas de los grupos humanos.
Dios en carne humana, dentro de la historia y de la realidad, situado en el lugar de los oprimidos y excluidos.
Sintetizando todo esto, podemos afirmar que, en el centro de la experiencia de dios expresada en la biblia, se encuentra la experiencia radical de dios en carne humana y dentro de la historia. Es cierto que, desde su cultura, desde su cosmovisión y su comprensión de la vida y dentro de su experiencia evolutiva como pueblo, en el texto bíblico encontramos la afirmación del dios altísimo, del dios separado de la humanidad, pero en contraposición a esta imagen, está la afirmación que recorre la experiencia bíblica de principio a fin: la divinidad está aquí entre nosotr@s; es necesario encontrarla aquí entre nosotr@s.
Se expresará con la imagen del dios que “baja” para liberar en el Éxodo, o del dios que “está tan cerca” en el Deuteronomio, o del dios “niño” de Isaías, o del “esposo” de Oseas; para nosotr@s será fundamental la imagen del dios “hecho carne, acampando entre nosotr@s”; presente y dejándose encontrar y acoger en l@s niñ@s o en l@s hambrient@s, sedient@s, desnud@s, enferm@s y sin techo, por lo que puede afirmarse que “está con nosotr@s hasta el final de los tiempos” y que su nombre es “Emanuel” = Dios con nosotr@s.
Las imágenes son muchas y bellas, evocadoras de la afirmación central de la experiencia de dios narrada en la biblia. A dios hay que encontrarlo acá, la experiencia de dios se realiza en la experiencia del encuentro humano en el camino, especialmente con quien se encuentra con la vida disminuida y amenazada.
Es el dios que se experimenta en el hijo que salva de la esterilidad, la deshonra y el abandono; es el dios que se encuentra en la tierra para poder vivir y alimentar el rebaño; es el dios experimentado en la liberación de la esclavitud o en los líderes y las milicias populares para enfrentar al enemigo.
De acuerdo a las narraciones, especialmente la de Lucas, Jesús no hace experiencia de dios en el templo, en el lugar del culto ni en el cumplimiento de las leyes de pureza excluyente; hace su experiencia de dios en la realidad de la vida cotidiana: en los campos, las casas, las mesas y los caminos; descubre la presencia del proyecto de dios en la mujer que exige justicia ante el juez o en la anciana que comparte hasta lo que no tiene, en el pastor que cuida a su oveja y en el campesino que siembra la semilla, en la mujer que prepara el desayuno, en quien usa otros criterios más solidarios para pagar los salarios o en el compartir el pan.
Es el dios cantado por las mujeres porque lo han encontrado como un dios fiel y misericordioso en la historia, cuando la vida se revoluciona, caen los poderosos y los acaparadores ven como su riqueza amontonada se reparte.
Otros puntos a revisar.
Desde esta perspectiva central que hemos mencionado se necesitaría ir abordando y releyendo otros temas que están exigiendo una reformulación. Podrían ser materia de otras reflexiones posteriores y, por ahora solo los mencionamos.
- Ø ¿Pecado original, humanidad irremediablemente dañada y necesitada de un redentor? O ¿procesos históricos en busca de humanización?
- Ø ¿Una costilla, mala desde el principio que solo se redime por la maternidad o la virginidad?
- Ø ¿Una estructura eclesial, basada en el poder, querida y establecida por dios?
- Ø El encuentro comunitario con la palabra como camino de libertad y sentido.
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[1] A lo largo del artículo escribiremos Dios con mayúscula cuando nos referimos a la concepción tradicional de la divinidad como absoluto perfectamente definido por Él mismo y que por lo tanto no se puede cambiar. En cambio, usaremos dios con minúscula cuando nos referimos a lo que existe en la realidad, es decir, nuestras formulaciones acerca de esa divinidad, que por lo mismo son relativas.
[2] San Agustín decía que Dios nos ha regalado dos libros: el primero y fundamental es la vida, la realidad, la historia. Como, por causa del pecado nos volvimos ciegos y sordos, incapaces de encontrarlo en ese primer libro, nos regaló el segundo que es la biblia como ayuda para poder leer el primero.