Pillados en "la crisis" como conejos

Pillados como conejos: crisis global y soberanía local

La mayoría de nosotros entendemos de economía lo justo para organizarnos día a día. Nuestro salario o pensión, un poco de dinero en las Cajas, una tarjeta de crédito, tal vez algún dinero a plazo o en un fondo “seguro”, quizá un piso con garaje y algunas acciones de la Telefónica… La casuística es grande, pero las variantes menores. Y de repente “se nos cae” encima una crisis. Primero, “que no es nada”, luego, “que sí es, pero que no nos va a afectar mucho…”, más tarde, “que nos va afectar mucho, pero que durará poco…”. En fin, que sí, “que es más de lo que parecía, que es mucho más, que es una crisis extraordinaria”, “que es la peor del siglo…”. Nosotros que entendemos poco, pero experiencia tenemos mucha, comenzamos a ponernos a cubierto, a ver si entretanto escampa; tememos por nuestro trabajo y decidimos gastar un poco menos; es el tiempo del “espera a ver qué pasa…”. “Habría que cambiar o comprar tal o cual cosa…”. “Espera a ver qué pasa; vamos a tirar un poco más”.

Releyendo por aquí y por allá, todos nos vamos enterando de que la crisis ha comenzado con una burbuja inmobiliaria que se ha traducido, sin remedio, en crisis hipotecaria; es decir, mucha gente no puede pagar la hipoteca que contrajo al adquirir una casa. No hay que ir a los Estados Unidos para saberlo. Nuestras ciudades son un ejemplo de primer orden para comprender lo que podía pasar. Parece ser que los bancos vendían estos títulos hipotecarios, sus “activos”, en los mercados financieros, es decir, donde se negocia con “estas cosas”, de manera que millones de estos títulos, a menudo de cobro muy inseguro, “títulos basura”, fueron adquiridos por bancos e inversores de todos los lugares del mundo. Se ha desencadenado así una crisis también financiera, en parte por impagos, en parte por restricción precautoria del crédito, dando lugar a una crisis de liquidez en el sistema financiero. Y si no hay liquidez, el dinero es más escaso y caro, la inversión productiva decae, el consumo se contrae, la economía real se resiente, y el desempleo llama a nuestras puertas. Si a esta madeja de líos financieros le acompañan los conocidos incrementos en los precios del petróleo y de los alimentos, sea por escasez en los mercados, sea por especulación, sean por la mezcla de ambas causas, la crisis está servida.

Por tanto, de uno u otro modo, ya todos sabemos que la crisis ha arrancado en el mercado hipotecario, el que se desarrolla alrededor de “la construcción de viviendas”, para entendernos, y que de ahí ha saltado al mercado financiero, o de “los que prestan el dinero, es decir, los bancos”, también para entendernos, y, de ahí, a la economía real de Usted y mía, la que crea empleo, paga salarios y nos permite consumir lo que diariamente necesitamos (y no pocas veces, lo que no necesitamos). Si además el petróleo es escaso, y especulan con él, y los alimentos más comunes, más de lo mismo, no necesito explicar la que “se ha preparado”.

En todo este “enredo” hay varias cosas que me llaman la atención. Sin duda, lo que más me preocupa es la gente que lo va a pasar mal. Hay que implicarse a fondo, como sociedad, con las situaciones más difíciles. La gente que pueda perder su empleo, sobre todo. El paro es el problema de los problemas. De todo lo demás hay que hablar caso por caso, y distinguir lo que fue una compra necesaria de lo que fue una modesta participación en el reino de “jauja”, es decir, “por el ladrillo, a la riqueza”, “por la bolsa, al capitalito”, “por el crédito barato, a otro tren de vida”.

Yo, que no me dedico a esto de la economía, había leído y hasta resumido para otros, que nuestro crecimiento por el camino del “ladrillo” y “la dependencia energética del petróleo”, tenía pies de barro. Es claro que esos análisis acertaban y estoy convencido de que, aprovechada “la ola”, hay que descender de ella con habilidad y prepararse para coger otra más duradera. Otra estructura de la actividad económica más equilibrada, más directamente productiva, y más consistente y moderna en sus componentes. El problema, como siempre, son los costes sociales para los grupos humanos más débiles, y en particular, para los parados. Nada que no hayan oído. No hablo todavía de otro modelo de desarrollo y consumo, justo, equilibrado y sustentable. Ésta es otra cuestión. La más importante, pero ya saben, lo urgente siempre acaba primando sobre lo importante.

Ahora bien, entre todas las cosas que me vienen a la cabeza en esta travesía del desierto, una, la que más me molesta, es la falta de información y de transparencia con que las autoridades económicas “manejan” (es un decir) la crisis. No me refiero, sólo, a si Zapatero la ha llamado crisis o no, y si lo ha hecho a tiempo. Sino a cómo a los políticos en general se les llena la boca controlando con leyes tal o cual aspecto de nuestra vida “local”; se jactan, por ejemplo, de que las AES (ayudas de emergencia social), o la renta básica, van a ser vigiladas con celo de policía secreta, o avisan de que ni un solo inmigrante ilegal se librará de la expulsión, y, entretanto, se reúnen mil veces en la escena internacional, (el G8, Europa, la ONU…), hablan de mil materias con apariencia de que tienen poder y son valientes, pero ¿les han oído ustedes una palabra, una decisión, una ley que regule los mercados financieros, que los controle, que los someta a criterios de justicia social? ¿Les han oído ustedes un compromiso para controlar el sector que va a crearnos problemas insolubles y gravísimos para todos? ¿Les han oído siquiera una acusación? Pues no.

En realidad, nuestros gobiernos lo saben pero no lo dicen; ellos son representantes de unos Estados “soberanos”, ridículamente pequeños ante los problemas globales. Las finanzas, el dinero, han convertido el mundo en una aldea pequeña, para ir a donde quiere y marchar cuando le conviene. Todo con una tecla de ordenador. Han convertido el mundo en un casino. Juegan con nuestros ahorros como nosotros con “el monopoly” el día de Reyes, y cuando todo va mal, cambian de inversión, y de las casas, van al petróleo, y del petróleo a los alimentos y de los alimentos al aire o al agua; el caso es que somos juguetes en sus manos.

Y ¿qué hace la política de los Estados? Agitar banderas, desfilar “el día de la victoria”, realizar cumbres de jefes de estado y de gobierno sin cuento, perseguir la inmigración ilegal, en suma, ponerse duros con los débiles, y condescendientes y silenciosos ante los fuertes. Y ¡esto da votos!, todavía.

Yo a la clase política, por tanto, no le reprocho que no nos resuelva todos los problemas económicos, sino que viva sometida al dictado de los poderes económicos y guarde silencio ante ellos. Que sólo nos enteramos de sus barrabasadas, la de muchas empresas financieras, cuando nos han hundido a todos en la miseria; y, entonces, viene la política y dice, vamos a levantarlo, porque si no, nos hundimos con ellos; pero la política, “nuestra política, la que elegimos para conducirnos a buen puerto”, no asume responsabilidades; todo parece inevitable, y vuelta a empezar; los tiburones se renuevan; se rehacen; reclaman independencia; exigen a la política que se vaya de la economía financiera, y vuelta al negocio.

Esto es lo que me molesta de la política. Este servilismo hacia los sectores financieros más especulativos, (¿lo son todos, sin remedio posible, precisamente por esta ley de la selva que rige el mercado del dinero (lo llaman desregulación financiera)?) y, por tanto, este silencio de la política nacional e internacional, de los líderes mundiales, de los Zapateros y Juan Carlos Primeros de cada lugar, para exigir que empresas y financieros, con nombre y apellido, se sometan, ellos y los mercados del dinero, como todo el mundo lo hacemos, a la vigilancia de la autoridad democrática y a la ley común. Tienen ante sí un mundo financiero plagado de tiburones; saben de sus comportamientos especulativos, y los dejan hacer durante veinte años. Pues aquí está el resultado y nosotros, la inmensa mayoría de nosotros, ¡hay diferencias, no lo olvidemos!, pillados como conejos.

Y ahora vienen con que tenemos que resolver el problema. O sea, que entre todos, y cuanto más abajo, con más sacrifico, ¡por supuesto!, vamos a arreglar la vía de agua que nos han abierto aquéllos a quienes nadie ha vigilado ni sometido a la ley nunca. En fin, de nuevo, yo no aborrezco de la política y de su necesidad democrática y de sus leyes, sino de que no reine donde más urge, en el control de las finanzas, en el control de las inversiones más inútiles, o insostenibles, o especulativas, o al abrigo de la información privilegiada; reclamo el control democrático, el de la ley común, en suma, de esa otra violencia social que muchas veces tiene todos los ingredientes del “terrorismo económico”. Y hay que denunciarlo y ellos no lo hacen, y por eso son sus cómplices necesarios, porque sabiendo lo que ocurre, siguen jugando a gobiernos y soberanías nacionales que resultan ridículas ante problemas y “cánceres” globales. Diferenciando empresas y personas; pero hay que denunciarlo, acotarlo, someterlo a la ley común democrática. La política los conoce, se somete, nos somete con ella, y al final pasa esto.

Se acabó el tiempo del lamento, lo sé, y llega el de los compromisos. Intentemos que éstos sean los más justos posibles, los que una correlación de fuerzas sociales “democráticas y populares” puedan conseguir; no contra la economía y sus exigencias mínimas, pero sí con la mira puesta en salir de ésta con proporción en los esfuerzos según posibilidades y responsabilidades. Y es que nadie regala nada; y si no te organizas y presionas en línea con la justicia social, quienes más puedan o mejor situados estén, con mayor descaro querrán escapar del acuerdo social. A ver si ahora “la política” acierta. Desde los viejos Pactos de la Moncloa, la experiencia no es mala.
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