¿Vacaciones gregarias?

Terminaron las fiestas de Semana Santa. Me gusta escuchar esos días y los siguientes los comentarios que surgen por doquier. Me gusta saber lo que la gente espera de esos días y me gusta saber lo que han supuesto para uno y otro. Es un bosque de comentarios y opiniones, claro está. Bajo muchos de ellos encuentro a menudo un lugar común. Es la pregunta y la respuesta de por qué nos vamos esos días, por qué los esperamos con verdadera ansia. ¿Creen que exagero?

Escucho la radio y cada saludo se continúa con un “a dónde vais” y, al cabo de unos días, con un “dónde habéis estado”. Y por aquí y por allí, mil expectativas. Voy al mercado, y las “reponedoras”, porque son “ellas”, no paran de comentar sus sueños sobre los días que vienen; y a la vuelta, sobre las realidades que vivieron. Todo esto lo saben ustedes igual que yo. (Luego está la gente que no va ni viene, porque no puede; gente que no cuenta casi, pero real y cierta. Lo dejo ahora).

Entre todos los comentarios de esos días, me atrajo uno que se filtraba por las ondas una noche de tertulia. Nos vamos, decía, alguien porque tenemos que huir de una vida casi insoportable, porque estamos aplastados por la realidad de nuestros trabajos, porque el agobio de cada día nos pone al límite de nuestra resistencia.

Yo no pienso así. Me resulta muy difícil negar una impresión de otros al cien por cien. Algo de esto hay, ciertamente, y reconozco que necesitamos cambios de ritmo y momentos de asueto para relajarnos y sentirnos bien. Nos lo pide el cuerpo y lo exige la vida familiar. Pero yo no creo que seamos tan profundos en las razones como las que esgrimían aquellas personas en la tertulia. Me disculparán los oyentes o lectores, pero somos más superficiales que eso, más gregarios, más conducidos por la moda, más por “a dónde va Vicente, a dónde va la gente”. ¿Cómo se explica si no, que cada vez que nos preguntan qué tal lo pasasteis?, la respuesta habitual sea, “muy bien, había muchísima gente”. Lo repetimos muchas veces. ¿Qué tal estuvo la jornada tal o cual? Fenomenal, había gente por todos lados. Comimos de maravilla, eso sí, después de esperar casi dos horas y pagar sesenta euros por barba.

Somos más gregarios o guiados por “la moda” de lo que pensamos. Salimos para expansionarnos y relajarnos, pero el modo de hacerlo no nos relaja así como así; en realidad, nos conducimos por el deseo de salir, salir ya es un objetivo en sí; llenar el tiempo con un viaje; coincidir con muchos en ese viaje ya es una razón para haber acertado; a mi juicio, y con todo el respeto, todo es más simple de lo que parece; salimos corriendo a algún lugar porque el ir y venir, el mirar y el comer, ya es un modo de llenar el tiempo con sentido; nos proporciona todo lo que esperamos del tiempo libre; si tuviéramos que llenarlo más cerca, con más calma, creando nuestro ocio, gustando del silencio, no lo soportaríamos; hablo en general; salimos, por tanto, porque el tiempo libre sólo sabemos llenarlo en el mercado del ocio. Es nuestro signo. Pasear, pensar, meditar, leer, hablar, contemplar, escribir, cambiar de actividad, nos resulta casi insoportable; hay excepciones, desde luego; muchas, gracias a Dios; pero como alternativa al mercado del ocio, son insignificantes.

Como anécdota, todo este “gregarismo vacacional” lo vi reflejado en unas imágenes de televisión impagables. Era en Málaga, recorría las calles una procesión de semana santa, y en los balcones más cotizados de la ciudad una “famosa” comía un helado y bebía un cubata, mientras, a sus pies, en la calle, el Cristo de las Llagas, u otro similar, se paseaba al ritmo cuidado y hermoso de los costaleros. Aquella “famosa” era el prototipo de lo que es pasárselo bien en una semana santa: un helado y un cubata en la mano, ¡sin reparo ni rubor alguno, con un toque de chulería elegante!, mientras pasa el Cristo de las Llagas. Es una anécdota, pero yo respiré hondo, y dije, ¡ay, señor, la cosa del mercado del ocio se las trae! Feliz primavera a todos.
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