Una experiencia que cualquiera puede repetir en su ciudad
Recorro cada día la mitad de Álava, no lo puedo evitar por el momento, y el paisaje es esplendido. La primavera ha estallado por todos los rincones y hasta la ciudad, Vitoria, parece otra cuando llegas a ella, por el Norte o por el Sur. Vitoria-Gasteiz es una ciudad que en primavera se transforma y parece otra. En invierno es una ciudad apagada, brumosa, gris, sin brillo. En primavera cobra vida y color; el verde se impone en la línea de árboles de cada avenida y, al final, siempre desembocas en un parque. La luz del sol hace que la ciudad parezca más limpia, más hermosa… casi como una ciudad nueva. Yo así la veo. Puede parecerles un exceso lo que digo, pero en primavera tengo la sensación de estar yendo de viaje cada día. Todo es lo de ayer y, sin embargo, nada es lo mismo, todo es nuevo, todo renace, todo te ilumina a su paso.
Vuelvo a mi viaje por Álava. Desde la cumbre de Herrera hasta Gardélegui, cada planta y cada árbol se ha desprendido de la desnudez del invierno, y el verde con mil flores de colores te va recibiendo con una bienvenida regalada. En medio de esa novedad provisional pero repetida cada año, pienso en cosas que hoy están en boca de casi todos.
Entre los seres vivos de esa naturaleza espléndida, el ser humano, (¡usted y yo!), es un animal inteligente, tan inteligente que se ha hecho el dueño de todo, se ha impuesto a cualquier otra especie viva sobre la tierra. Y lo ha hecho de un modo tan absoluto y descontrolado que puede acabar con la vida de todo lo demás. El ser humano, sobre todo el ser humano de los pueblos más ricos, tiene un modo de vida capaz de arruinar los equilibrios de la naturaleza. El ser humano es la primera especie animal, inteligente, pero animal, que puede acabar con todas las demás especies. Es increíble, pero es así. Somos la especie más temible para todas las demás. La más depredadora.
Cuando recorro el camino, otra vez espléndido, entre Laguardia y Peñacerrada, cuando desde San Vicentejo entro por la carretera de los Montes de Vitoria, hasta vislumbrar las campas de Olárizu, cuando observo estos lugares tan cercanos y tan bellos en su sencillez, vuelvo a la pregunta por el ser humano y si será capaz de recuperar el respeto de la naturaleza y sus equilibrios siempre precarios, pero imprescindibles. Y, para esto, ¡de verdad, nos sobran tantas cosas comunes hoy, pero a menudo tan inútiles, suntuosas, despilfarradoras, y por tanto, tan insostenibles!
La naturaleza también juega sus cartas, claro está; la tierra entera si se siente amenazada, se defiende. También ella busca sobrevivir contra sus agresores y, si se ve en apuros de supervivencia, es violenta. La naturaleza nos avisa del daño que le provocamos, pero no regala oportunidades. Hay que obedecerla a tiempo. Por eso mismo, debemos y podemos vivir con menos cosas. Debemos hacerlo en todas partes. Pero, antes y más, donde más tenemos y consumimos. Éste es el mensaje. No se trata de si queremos o nos viene bien. Debemos. Es más inteligente, nos conviene, es necesario.
Cuidar los equilibrios de la naturaleza es, hoy, una obligación moral que debe convertirse en obligación jurídica. Una obligación tan clara como el no matarás, no robarás y no mentirás. El hombre justo, hoy, es el que ahorra en el uso de la naturaleza y la respeta todo lo posible. Hoy, un ciudadano democrático y pacífico, tiene que crecer en dos direcciones morales: solidaridad con los grupos y pueblos más pobres y austeridad en el uso de la naturaleza y sus bienes.
Vuelvo a mi viaje por Álava. Desde la cumbre de Herrera hasta Gardélegui, cada planta y cada árbol se ha desprendido de la desnudez del invierno, y el verde con mil flores de colores te va recibiendo con una bienvenida regalada. En medio de esa novedad provisional pero repetida cada año, pienso en cosas que hoy están en boca de casi todos.
Entre los seres vivos de esa naturaleza espléndida, el ser humano, (¡usted y yo!), es un animal inteligente, tan inteligente que se ha hecho el dueño de todo, se ha impuesto a cualquier otra especie viva sobre la tierra. Y lo ha hecho de un modo tan absoluto y descontrolado que puede acabar con la vida de todo lo demás. El ser humano, sobre todo el ser humano de los pueblos más ricos, tiene un modo de vida capaz de arruinar los equilibrios de la naturaleza. El ser humano es la primera especie animal, inteligente, pero animal, que puede acabar con todas las demás especies. Es increíble, pero es así. Somos la especie más temible para todas las demás. La más depredadora.
Cuando recorro el camino, otra vez espléndido, entre Laguardia y Peñacerrada, cuando desde San Vicentejo entro por la carretera de los Montes de Vitoria, hasta vislumbrar las campas de Olárizu, cuando observo estos lugares tan cercanos y tan bellos en su sencillez, vuelvo a la pregunta por el ser humano y si será capaz de recuperar el respeto de la naturaleza y sus equilibrios siempre precarios, pero imprescindibles. Y, para esto, ¡de verdad, nos sobran tantas cosas comunes hoy, pero a menudo tan inútiles, suntuosas, despilfarradoras, y por tanto, tan insostenibles!
La naturaleza también juega sus cartas, claro está; la tierra entera si se siente amenazada, se defiende. También ella busca sobrevivir contra sus agresores y, si se ve en apuros de supervivencia, es violenta. La naturaleza nos avisa del daño que le provocamos, pero no regala oportunidades. Hay que obedecerla a tiempo. Por eso mismo, debemos y podemos vivir con menos cosas. Debemos hacerlo en todas partes. Pero, antes y más, donde más tenemos y consumimos. Éste es el mensaje. No se trata de si queremos o nos viene bien. Debemos. Es más inteligente, nos conviene, es necesario.
Cuidar los equilibrios de la naturaleza es, hoy, una obligación moral que debe convertirse en obligación jurídica. Una obligación tan clara como el no matarás, no robarás y no mentirás. El hombre justo, hoy, es el que ahorra en el uso de la naturaleza y la respeta todo lo posible. Hoy, un ciudadano democrático y pacífico, tiene que crecer en dos direcciones morales: solidaridad con los grupos y pueblos más pobres y austeridad en el uso de la naturaleza y sus bienes.