NO ES LO MISMO AUTORIDAD QUE PODER



















01. PODER Y AUTORIDAD

Tienen una cierta solemnidad el envío de Jesús a los suyos. Jesús envía a los suyos dándoles autoridad sobre el mal, sobre los espíritus inmundos.
Jesús no les da poder, sino autoridad.

PODER
El poder es la potestad que una persona o institución pueden ostentar porque se lo han concedido las urnas, los votos, o porque tal persona ha sido instituida en determinado cargo o sede, escaño parlamentario, cátedra, etc.
Sin duda que tal poder será legítimo.
Pero hoy en día “poder” significa casi siempre, «control», «gobierno», «imposición». Y esta es nuestra desgracia.
No pocos políticos, obispos, curas tienen poder, pero nula autoridad

AUTORIDAD
Autoridad es otra cuestión mucho más noble. Proviene del latín «augere» (hacer crecer) e indica la capacidad que una persona tiene para hacer crecer a los demás, para hacerlos más adultos y más capaces de una vida digna. Una persona tiene autoridad por su bondad y sana presencia en un grupo, en la familia, en la comunidad, pueblo, Iglesia…

Pueda ser que una persona tenga poder legítimo y ninguna autoridad. Lo estamos viendo y viviendo todos los días en la sociedad, en las familias, en la vida política en los entramados eclesiásticos, etc.

Jesús no gobernó sobre nadie. No impuso nada por la fuerza. Nunca utilizó el poder para controlar o dominar a sus discípulos. Jamás excluyó a nadie. Fue libre y liberador. Escuchaba a los mendigos ciegos y a los soldados extranjeros, se negó a condenar a la adúltera y pedía a Pedro «perdonar hasta setenta veces siete». Ponía vida en las personas, sensatez y justicia en la sociedad. No ostentó ningún poder oficial pero, según las gentes, actuaba como quien tiene autoridad.
Por eso, cuando envía a sus discípulos a evangelizar, «les dio autoridad sobre los espíritus inmundos», es decir, les dio poder para liberar del mal, no para dominar y controlar a las personas.
Necesitamos personas con autoridad y -casi- sólo contamos con personas poderosas.
NI PAN NI ALFORJA. BASTÓN Y SANDALIAS
LA POBREZA E INSEGURIDAD DE LOS DÉBILES.

La Iglesia después de haber sido la religión oficial del Imperio romano y haber ejercido durante siglos un poder hegemónico -al menos- en occidente. En muchas etapas la Iglesia no ha sabido caminar sin el apoyo de algún poder político, económico, ideológico o de su propio poder eclesiástico. Está demasiado acostumbrada a vivir y actuar desde un nivel de superioridad poco –nada- evangélico.
Gracias a Dios que en estos momentos el papa Francisco está recuperando el sentido de servicio, su autoridad no es el castigo, sino la bondad, la misericordia.

Sin embargo, es bueno para la Iglesia ir perdiendo poder económico y político, pues ese despojamiento acerca a la Iglesia al movimiento que puso en marcha Jesús cuando envió a sus discípulos de dos en dos, sin alforjas, sin dinero ni túnica de repuesto, y con una sola misión: «predicar la conversión».

Jesús no necesita de poderosos ni de ricos que sostengan el evangelio. La Iglesia es de y para la gente sencilla que sabe vivir la fe con pocas cosas y trata de vivir sanando y curando enfermos y sufrimientos.

Jesús no puso el Evangelio en manos del poder y del dinero. No acumuléis tesoros en la tierra, no busquéis el poder. El dinero se convierte en signo de poder, de seguridad, de ambición y dominio sobre los demás. El dinero le resta credibilidad al evangelio. Desde el poder económico no se puede predicar la conversión que necesita nuestra sociedad ni crear un espacio de solidaridad para todos.

CURABAN Y ECHABAN DEMONIOS
Jesús envía a sus discípulos y a los cristianos a expulsar demonios y a curar.
Es lo mejor que podemos hacer en la vida: sanar, aliviar, que eso es ser cristiano.
Llama la atención que la gran preocupación ante la escasez de sacerdotes es que no falte la misa de 12 en tal pueblo / parroquia, y si falta, aunque sea que una religiosa o un laico, lea el evangelio y dé la comunión. Al obispado no le interesa tanto si en esa parroquia hay enfermos, parados, encarcelados, personas en soledad, etc., le preocupan los ritos.
La preocupación de Jesús era otra: dar de comer, curar leprosos, reestructuras personalidades rotas (endemoniados), devolver la vida, etc.
Estamos llamados y enviados por el Señor a hacer el bien, a aliviar, curar, expulsar demonios. Sanemos corazones afligidos y curemos las enfermedades y los males que podamos.

Volver arriba