EL PODER SIRVE PARA ALGUNAS COSAS, PERO NO PARA HACER BUENAS A LAS PERSONAS








01. DISCUSIONES ACERCA DEL PODER, V 33.
A los discípulos de Jesús les ocurría lo mismo que a nosotros: ¿De qué discutís? ¿De qué vamos hablando por la vida? Y casi siempre hablamos del poder, de quién va a ganar las elecciones, de quién tiene más poder armamentista, de quién manda en la Iglesia, de quién tiene más dinero, quien es el mejor futbolista y el equipo más poderoso; sin olvidar las pequeñas dosis de poder de la vida cotidiana en casa, en la vida matrimonial y familiar, en la vida comunitaria, en el aula con los alumnos, etc.
Los dictadores políticos y religiosos lo saben bien.
Por otra parte todos tenemos algo o mucho de dictadores en nuestro interior. ¡Cuántas afectividades mal resueltas sean en la vida matrimonial, de soltería o célibe, tratan de satisfacerse con una dosis de poder! La dosis de poderío en vena es el “orfidal” de problemas más profundos. Los sedantes no curan nada, pero te dejan adormecido.
Cuanto menos serenamente vivimos la afectividad, más despótica y tiránica se vuelve la persona. Los fanatismos tienen su cuna en una afectividad no o mal resuelta.
El poder sirve para tres o cuatro cosas: para hacer una autopista, una universidad, un hospital, etc., que no es poco; pero el poder no sirve para hacer buenas a las personas. Un partido político, una línea ideológica en la iglesia, un obispo pueden tener poder y tratarán de disponer y poner orden y concierto, pero no conseguirán nada más a golpe de poder.
Desde el Ayuntamiento o el Gobierno Vasco pueden remodelar la “Tabakalera” o rehacer el campo de fútbol de Anoeta, pero el poder no confiere bondad a las personas.
Desde el Obispado ordenarán, dispondrán, expulsarán y harán purgas “stalinianas”, pero no saldrá un hálito de bondad. Y cuidado que se manejan las diócesis, las iglesias locales desde el poder.
Entre vosotros no debe ser así, el que quiera ser el primero, que sea vuestro servidor, (Mt 20,26).

02. UN CANTO A LA IMPORTANCIA EN LA VIDA DE LOS SENCILLOS Y DE LO HUMILDE.
¿Quién es el más importante en la vida?
Enseguida pensamos en los príncipes de la tierra: pensamos en los grandes políticos, en los mitos del deporte o del cine, en los primeros rostros de las cadenas de televisión, pensamos en el papa, en los cardenales (es algo antievangélico que a los cardenales se les denomine “príncipes de la Iglesia”).
Nos gloriamos de ser amigos de tal persona importante en la sociedad o en la Iglesia, en la ciudad, etc.
Sin embargo el que quiera ser el primero es quien sirve, quien ayuda a los demás. Y ello con la sencillez de un niño.
Jesús entiende las relaciones humanas (también las eclesiales) desde el modelo de los niños: por su debilidad, fragilidad y dependencia.
Mc 10,14 Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis.
Mt 18,2-5 Llamando a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así pues, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos.
En la vida y en la Iglesia existen muchas personas sencillas, sin relieve social, que sirven a la familia, a la comunidad, a la sociedad. Hay personas que prestan pequeños servicios, pero que son muy importantes. Voluntarios en el campo sanitario que cuidan enfermos, personas que atienden ancianos, catequistas, laicos que colaboran en las pequeñas o grandes tareas parroquiales, quienes visitan a los encarcelados. ¡Cuántos misioneros y misioneras viven “perdidos” en la selva atendiendo humana y cristianamente a aquellas gentes!


El talante de Jesús no está en las grandes concentraciones, masas, reconocimientos de poder, etc. Lo de Jesús es lo más sencillo de la vida: curar, bendecir, dar de comer, perdonar…

–Sabéis que, entre los paganos, los jefes gobiernan con tiranía a sus súbditos y los grandes descargan sobre ellos el peso de su autoridad. Pero entre vosotros no debe ser así. Al contrario, el que entre vosotros quiera ser grande, que sirva a los demás; y el que entre vosotros quiera ser el primero, que sea vuestro esclavo., (Mt 20,25-26).

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