Personas para la casa
Muchas casas ya no son lugares de encuentro, sino de paso. Se pasa allí un tiempo, pero no se con-vive, pues los intereses y el corazón están en otros lugares
En el Evangelio encontramos esta clave: para ganar la vida hay que entregarla. No se trata de perder la vida, se trata de ganarla. El secreto está en que quién la guarda egoístamente, aislándose y creyéndose autosuficiente, equivoca su verdad y, por eso, se pierde. La soledad absoluta, además de imposible, es inmoral. La soledad absoluta es la absoluta destrucción del individuo. Estamos hechos para la comunión, pero hay tanta más comunión cuanto más fortalecida está la persona. Paradójicamente, la persona se fortalece en la buena comunión. Individualidad y apertura, autoposesión y comunicabilidad, son dos dimensiones fundamentales y primarias de la persona. El yo y el tú se implican mutuamente. En último término no podemos olvidar que el hombre es un tú para Dios y que en la comunión con Dios y con los hermanos llega a plenitud nuestro ser personal, ser que es irrepetible y relacional a la vez.
El problema con el que hoy nos encontramos es que hay pocas casas donde las personas construyan comunión y, por tanto, donde la comunión construya a la persona. Muchas casas (familiares y religiosas) ya no son lugares de encuentro, sino de paso. Se pasa allí un tiempo, pero no se con-vive, pues los intereses y el corazón están en otros lugares.
De ahí la nostalgia que a todos nos embarga de encontrar “la casa de mi amigo”. Esa casa en la que, tal como cantaba Ricardo Cantalapiedra, había alegría y flores en la puerta, en la que todos ayudaban a todos y nadie quería mal a nadie. Porque allí había un amigo que a todos repartía vida y amor, que no tenía nada suyo. En esa casa entró demasiada gente y con ella entraron leyes, normas y condenas. Entonces hizo frío, ya no había primavera. Por eso, algunos se fueron de la casa en busca de las huellas del amigo.
En el fondo todos buscamos esas huellas, para que en nuestras casas se coma el pan y beba el vino, sin leyes ni comedias. Aceptando con realismo nuestros límites, como dice el Papa en Amoris Laetitia, pero escuchando “el llamado a crecer juntos, a madurar el amor y a cultivar la solidez de la unión, pase lo que pase”.