La voz de Dios en los signos de los tiempos

Dios actúa siempre por medio de la libertad de cada uno y habla en lo que el Concilio Vaticano II calificó de signos de los tiempos. Ya Jesús invitaba a sus oyentes a discernir las señales de los tiempos (Mt 16,3) en las que resuena la voz de Dios. Cada uno puede considerar como signos para él aquellos acontecimientos significativos para su vida. Y la Iglesia puede considerar signos de los tiempos aquellos acontecimientos que a todos nos interpelan y plantean una pregunta. ¿No es un signo de los tiempos la mundialización de las comunicaciones a través de internet, o la violencia religiosa, o las nuevas pobrezas, o los inmigrantes muertos en el mar Mediterráneo? Ahí nos está hablando Dios. La cuestión es cómo respondemos nosotros, cómo usamos internet, qué postura tomamos ante la violencia o cómo acogemos a pobres e inmigrantes.


Es importante estar atentos a los signos de los tiempos para descubrir la voluntad de Dios sobre uno mismo, sobre la sociedad y sobre la Iglesia. El Papa Francisco nos invita a ello. Y propone a las cristianas que parecerían más alejadas de la realidad, las monjas contemplativas, como las que saben “comprender la importancia de las cosas… porque contemplan el mundo y las personas con la mirada de Dios, allí donde por el contrario, los demás tienen ojos y no ven (Sal 115,5; 135,16; cf Jr 5,21), porque miran con los ojos de la carne” (Vultum Dei quaerere, 10). Y, de forma más genérica, dirigiéndose a todos los cristianos, dice el Papa: es sano prestar atención a la realidad concreta, porque “las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos de la historia” (Amoris Laetitia, 31).


Dios, en este mundo y en su historia, no actúa ni directa, ni automática, ni mágica, ni espontáneamente. Actúa respetando el modo de ser de la realidad y de las personas. Si actuase directamente dejaría de ser trascendente y se convertiría en una causa mundana, en un elemento de este mundo. El Catecismo de la Iglesia Católica (números 308 y 306) reconoce que “Dios es la causa primera que opera en y por las causas segundas… Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio”.

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