"Uno de los grandes pecados que hemos cometido es 'masculinizar' la Iglesia" Desmasculinizar la Iglesia
El gran desafío de la iglesia: “a partir de que varón y mujer tienen la misma dignidad” (EG, 104) ha de “responder a las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres” (Francisco).
A la Comisión Teológica Internacional: “una tarea que les pido, por favor. Desmasculinizar la Iglesia” (Francisco).
Se ha venido incurriendo, a lo largo de la historia, en “una extraña esquizofrenia entre teología y praxis” (J. B. Metz). Se sigue en las mismas.
“… no habíamos escuchado lo suficiente la voz de las mujeres en la Iglesia y que la Iglesia todavía tiene mucho que aprender de ellas” (Francisco).
¿Quién ha cometido ese gran pecado? ¿Y, cómo puede calificarse de gran pecado si, al reservarse la concesión del sacramento del orden, con carácter exclusivo, al varón, se ha sido fiel a la voluntad divina?
El papel de la teología futura según J.B. Metz.
El 30 de noviembre, Francisco recibe a los miembros de la Comisión Teológica Internacional. Les entrega un discurso y pronuncia unas palabras espontáneas. Y salta la sorpresa: “Uno de los grandes pecados que hemos cometido es "masculinizar" la Iglesia”. Es más, al despedirse, les dice: “una tarea que les pido, por favor. Desmasculinizar la Iglesia”.
Era muy conocida su posición respecto a las mujeres en la Iglesia. Había hablado, en su programa de gobierno, de un gran desafío, “a partir de que varón y mujer tienen la misma dignidad” (EG, 104): “responder a las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres”. Respuesta, que, en su opinión, no se podía eludir superficialmente. Pero, al mismo tiempo, era consciente de sus limitaciones. Dado el uso que, históricamente, se había hecho del Magisterio, la puerta al sacerdocio de las mujeres estaba cerrada: Juan Pablo II “fue claro al respecto, y cerró la puerta y yo no voy a volver atrás en esto y fue un asunto tratado con seriedad y no un capricho”(Francisco). ¿Qué hacer? ¿Cómo afrontar en lo sucesivo el diálogo con el feminismo en el interior de la Iglesia? ¿Le faltó, en este caso, coraje?
Es muy posible. Parece, a la vista de sus actuaciones posteriores, que optó por dejar a un lado -quiero pensar que no definitivamente- la causa de la concesión del orden sacerdotal a las mujeres. Se limitó, con ciertas dosis de premura, a abrir las puertas a ciertos ministerios en favor de la mujer. Pero, como era presumible, tal gesto, sin duda, positivo, no acalló las justas y legítimas peticiones del feminismo en la Iglesia. Aunque no se quiera reconocer, se ha venido incurriendo, a lo largo de la historia, en “una extraña esquizofrenia entre teología y praxis” (J. B. Metz). Se reconoce, en abstracto, la igual dignidad, pero no se actúa, en la práctica, en armonía con las exigencias que se derivan, como efecto ineludible, de dicho reconocimiento. Como se ha venido actuando así, casi desde los inicios de la Iglesia, no ha de extrañarnos la pérdida a chorros de su credibilidad ni tampoco que se haya propiciado con ello un cierto abandonismo. ¿No les parece extraño que, a estas alturas de la historia, todavía la Iglesia esté gastando energías en evitar la plena igualdad entre el valor y la mujer?
Algo había que hacer. No se podía seguir como hasta ahora. Para Francisco había, por supuesto, que mover ficha y optimizar “la contribución de las mujeres al crecimiento de las comunidades eclesiales”. Por fin, un Papa se atreve a reconocer una realidad constitutiva de la Iglesia, que se venía ocultando: “nos dimos cuenta, especialmente durante la preparación y celebración del Sínodo, de que no habíamos escuchado lo suficiente la voz de las mujeres en la Iglesia y que la Iglesia todavía tiene mucho que aprender de ellas”. Sin duda, aunque, qué ya es decir, con un retraso de veinte siglos.
Incluso, Francisco, no tiene reparo alguno en subrayar que las mujeres ven la realidad desde otra perspectiva, tienen una forma de pensar y de ver muy diferentes al varón, pero muy saludable y enriquecedora. “Las mujeres, en otra acertada observación, tienen una capacidad de reflexión teológica diferente a la que tenemos los hombres”. En esta línea, y a partir de concebir la Iglesia como ‘una comunión de hombres y mujeres que comparten la misma fe y la misma dignidad bautismal’, el cardenal Kasper ha sugerido que “hoy es un deber dar a las mujeres más espacio en la Iglesia; debemos incluirlas en cuestiones de responsabilidad”. Cierto, aunque, personalmente, hablaría de un derecho innato de las mujeres a ocupar ese espacio y no de un deber jerárquico de dar o de incluir a las mujeres.
¡Desmasculinizar la Iglesia! Una necesidad prioritaria. Una evidencia. Simplemente, hay que ser coherentes y no empeñarse en aparentar que se está reñido con la lógica. ¿Habrá que admitir que, en la Iglesia, se suele cabalgar, habitualmente, en la contradicción? Pero, ¿quién ha cometido ese gran pecado? ¿Y, cómo puede calificarse de gran pecado si, al reservarse la concesión del sacramento del orden, con carácter exclusivo, al varón, se ha sido fiel a la voluntad divina? Pero ¿dónde estaba el Espíritu Santo? ¡Saltan todas las alarmas! ¡Demasiada ideología eclesiástica! ¿Habremos de admitir que Dios discriminó, de modo consciente, a la mujer y la puso de hecho en la Iglesia en una situación de manifiesta inferioridad respecto a la que quiso reservar para el varón? ¿Puede llevarse a cabo este propósito (desmasculinizar) sin reconocer a la mujer el derecho al sacerdocio? Sinceramente, lo dudo.
¡Vaya encargo envenenado con el que se ha obsequiado a los teólogos! Dados los modos habituales en el pasado (Delgado, La despedida de un traidor, cit., págs. 373-386), salvo excepciones, me atrevo a sugerir que, en ese empeño, atiendan a la orientación del gran teólogo J.B. Metz:
“… el problema teológico no es nunca un problema de pura interpretación, de conciliación puramente mental de fe y realidad, sino un problema de ‘teoría y praxis’. La teología debe emplear su sagacidad en modificar, modelar y diferenciar la práctica de la Iglesia, en proyectar modelos de acción para la Iglesia y para los cristianos, y establecer así nuevos puntos de partida para la comprensión teológica. Debe ser, en un sentido eminente, ‘teología práctica’. Sólo ejerciendo así la reflexión crítica que hoy se le encomienda evitará disolverse en un formalismo vacío e intrascendente”.
En el marco de la sabía sugerencia anterior, creo que se ha de abordar un revisión de la doctrina magisterial actual. Al respecto, me parece necesario profundizar seriamente en las exigencias de los signos de los tiempos, en el paradigma antropoteocósmico y su evolución relativa a la caracterización de la mujer (aparición de la Biblia) y, por supuesto, en el protagonismo de las mujeres en la gestión y desarrollo de las llamadas Iglesias domesticas (Cfr. Christine Schenk, CSJ, Las primeras iglesias domésticas estaban dirigidas por mujeres en Religión Digital). Creo, sinceramente, que todo ello podría llevar a perspectivas muy diferentes en el Magisterio eclesiástico, que permitan superar el impás actual.