'Conocer el siglo II (Ciudad Nueva), alta teología al alcance de todos Fernando Rivas: "El siglo II es tan influyente en la historia del cristianismo que conocerlo es hasta una necesidad"
Fernando Rivas acaba de publicar un libro sobre Ignacio de Antioquía, dentro de la colección "Conocer el siglo II", una obra accesible a personas 'no iniciadas' con el concimiento teológico
"'Conocer el siglo II' incluye cuatro autores (Ignacio, Justino, Ireneo y Clemente) y las ciudades en las que estos vivieron. Aquellas, además, donde el cristianismo tenía una mayor implantación en este período"
"El siglo II es el período más influyente dentro de la historia del cristianismo: se estructuraron los ministerios prácticamente como los conocemos en la actualidad"
"También fue el siglo en el que se vertebraron los dos sacramentos fundamentales, se organizó el canon de escritos sagrados y se llevó a cabo el núcleo de nuestras creencias compartidas"
"Antioquía fue la primera ciudad donde el cristianismo pasó de un perfil más rural a uno claramente urbano donde se optó por un modelo evangelizador inclusivo"
"Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, es fascinante, uno de los grandes influencers del cristianismo hasta hoy"
"El siglo II es el período más influyente dentro de la historia del cristianismo: se estructuraron los ministerios prácticamente como los conocemos en la actualidad"
"También fue el siglo en el que se vertebraron los dos sacramentos fundamentales, se organizó el canon de escritos sagrados y se llevó a cabo el núcleo de nuestras creencias compartidas"
"Antioquía fue la primera ciudad donde el cristianismo pasó de un perfil más rural a uno claramente urbano donde se optó por un modelo evangelizador inclusivo"
"Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, es fascinante, uno de los grandes influencers del cristianismo hasta hoy"
"Antioquía fue la primera ciudad donde el cristianismo pasó de un perfil más rural a uno claramente urbano donde se optó por un modelo evangelizador inclusivo"
"Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, es fascinante, uno de los grandes influencers del cristianismo hasta hoy"
Fernando Rivas Rebaque (Torre de Juan Abad, 1959) acaba de publicar un libro en Ciudad Nueva, 'San Ignacio de Antioquía. Obispo y Mártir', el primero de un proyecto que abarca el siglo II y cuatro autores, dentro de la colección "Conocer el siglo II". Nos cuenta que se propuso hacer una obra accesible a personas 'no iniciadas' en el concimiento teológico. "Entonces, no imaginaba la dificultad del proyecto; de traducción, por una lado, al leguaje narrativo y, por otro, las reticencias que encontraría por considerarla algunos una apuesta de "bajo nivel". Aun así, dice, "creo que el resultado merece la pena".
"El siglo II es el período más influyente dentro de la historia del cristianismo, tal y como lo vivimos ahora. De aquí la importancia, y diría hasta la necesidad, de conocer el siglo II". Mediante la técnica de la narrativa, acercarse a cuatro autores, los más significativos de su tiempo, (Ignacio, Justino, Ireneo y Clemente) en las cuatro ciudades en las que vivieron, y donde el cristianismo tenía una mayor implantación en este período, es "una manera de hacernos conscientes de los contextos que marcaron en gran medida el desarrollo posterior del cristianismo"
A Fernando Rivas, profesor de la Facultad de Teología de Comillas, le ha parecido difícil este proyecto y quizá por este motivo ha llegado un poco más allá y ha introducido, al final de la obra, una carta en la que dialoga con el protagonista, Ignacio de Antioquía. Una novedad a la que estamos poco acostumbrados y que le ha permitido "mostrar su admiarción" por el personaje y, cumpliendo el sueño de cualquier investigador, viajar en el tiempo. Pasen y vean.
- Un libro sobre Ignacio de Antioquía especialmente novedoso, sobre todo por esa utilización del estilo narrativo.
La colección “Conocer el siglo II”, dentro de la cual se encuentra el libro sobre Ignacio de Antioquía, intenta responder a la crítica que en ocasiones ha hecho el papa Francisco a lo “autorreferencial”. Al escribir sobre cuestiones teológicas lo hacemos de una manera apta solo para los iniciados, y dejamos fuera a la inmensa mayoría de los posibles lectores, siguiendo una frase atribuida a Ortega y Gasset: “Si no puedes ser profundo, al menos sé oscuro”.
Por eso el planteamiento inicial de esta colección fue escribir una serie de libros accesibles para un público general, sin conocimientos teológicos. Lo mismo que hay libros sobre Platón o San Agustín en clave narrativa, ¿por qué no hacer algo parecido sobre estos personajes tan importantes para la historia del cristianismo?
Lo que no sabía es el tiempo tan considerable que iba a necesitar para esta apuesta y las dificultades tan grandes para “traducir” a lenguaje narrativo lo que está en otros lenguajes, e incluso las reticencias que encontraría, por considerarla una apuesta de “bajo nivel”. Aun así, creo que el resultado merece la pena.
- Alta teología, pero excelentemente bien divulgada y al alcance de todos
En la actualidad, para hablar sobre cuestiones religiosas se suelen emplear dos géneros literarios: el que podemos denominar como “investigación” y el de “divulgación”. El primero, habitual en ámbitos académicos, utiliza un lenguaje especializado y unas referencias bibliográficas (muchas de ellas en otros idiomas) que lo convierten en esotérico y alejado de la vida, como otras ciencias especializadas.
El lenguaje “divulgativo”, habitual en los medios de comunicación o en las comunidades cristianas, se centra más en las referencias experienciales y suele tener una fundamentación basada en continuas invocaciones a los sentimientos, la ética o la espiritualidad.
La pretensión de esta colección es establecer un vínculo entre los dos lenguajes en lo que suelo denominar “alta divulgación”. Es decir, emplear un lenguaje accesible al gran público, pero con una fundamentación basada en los estudios especializados.
- El libro es el primero de un proyecto que abarca el siglo II, con cuatro ciudades (Antioquía, Roma, Lyon y Alejandría) y cuatro autores (Ignacio, Justino, Ireneo y Clemente) ¿Qué criterios siguió para elegir las ciudades y los autores?
Efectivamente, “Conocer el siglo II” incluye cuatro autores (Ignacio, Justino, Ireneo y Clemente) y las ciudades en las que estos vivieron. Los criterios para elegir las ciudades han sido fáciles: aquellas donde el cristianismo tenía una mayor implantación en este período, como son Antioquía, la ciudad donde el movimiento cristiano alcanzó su madurez y su perfil urbano, la capital del Imperio (Roma), la zona donde el cristianismo tuvo un mayor desarrollo (Asia Menor) y la ciudad culturalmente más desarrollada (Alejandría).
A la hora de elegir los cuatro autores lo tenía más difícil, pero he optado por los que son los más conocidos y representativos de este tiempo, dentro de perfiles diferentes (dos laicos y dos obispos):
Ignacio, por ser un autor fuera del Nuevo Testamento donde aparece por primera vez cuestiones como el episcopado monárquico o la Iglesia “católica”. Su perfil de obispo y mártir lo hacen muy atrayente.
Justino, natural de Palestina, pero desarrolla su vida de maestro cristiano en Roma. Un intelectual de primera línea capaz de dialogar con el pensamiento de su época. Laico y mártir.
Ireneo de Lion, natural de Asia Menor (actual Turquía), que por motivos laborales tuvo que emigrar a Lion, donde fue elegido obispo. Sus escritos sobre los gnósticos son fundamentales para conocer la teología del siglo II.
Clemente de Alejandría, que actuó como maestro cristiano en Alejandría y marcó lo que sería el proceso de inculturación posterior con su educación cristiana. Intelectual también de primera línea.
- ¿Qué pretende con este proyecto editorial? ¿Qué nos puede aportar el conocimiento del siglo II?
El siglo II es el período más influyente dentro de la historia del cristianismo. En este tiempo se estructuraron los ministerios prácticamente como los conocemos en la actualidad (obispos, presbíteros, diáconos), se vertebraron los dos sacramentos fundamentales (bautismo y eucaristía), se organizó el canon de escritos sagrados y se llevó a cabo el núcleo de nuestras creencias compartidas (credo). De aquí la importancia, y diría hasta la necesidad, de conocer el siglo II.
La dificultad está en la distancia cronológica y cultural que nos separa. Por eso el estilo narrativo, como un intento de acercarlo a nuestra realidad, el que sean cuatro personajes diversos, como muestra de la pluralidad entonces existente, y las cuatro ciudades diferentes, como una manera de hacernos conscientes de los contextos que marcaron en gran medida el desarrollo posterior del cristianismo.
- Antioquía resuena a los creyentes, porque allí se llamó por vez primera 'cristianos' a los seguidores del Nazareno
Sí, pero también por muchas más cosas. Antioquía fue la primera ciudad donde el cristianismo pasó de un perfil más rural a uno claramente urbano (lo de Jerusalén no dejó de ser un experimento raro) y donde se optó por un modelo evangelizador inclusivo (misión en las sinagogas y comidas en común, por ejemplo), lo que trajo consigo un éxito inmenso, pero también multitud de problemas. Aquí fue donde Pablo empezó sus primeros pasos misioneros, que luego fue perfeccionando. En esta ciudad nació el evangelio de Mateo y la comunidad joánica estuvo en ella…
En definitiva, el cristianismo, que había nacido como un movimiento religioso de corte rural y palestinense, aramaicoparlante en su mayoría, se transforma en Antioquía en un movimiento helenístico, grecoparlante y urbano, lo que le permitirá competir tanto con el judaísmo como con las otras propuestas religiosas del Imperio romano. De aquí la importancia de esta ciudad, que se convertirá en avanzadilla de lo que otras comunidades cristianas harán con posterioridad.
- Ignacio, por su parte, es uno de los personajes más conocidos de la Historia de la Iglesia y el primero que define a la Iglesia universal como católica, ¿verdad?
Sin duda Ignacio es uno de los personajes que más han influido en la historia del cristianismo. Su lenguaje tan peculiar (mezcla de san Pablo y san Agustín), su procedencia antioquena, donde los desarrollos comunitarios estaban muy avanzados, y su condena a morir como mártir en Roma, lo convierten en un referente fundamental del siglo II en muchos temas, entre otros, el ser el primer autor cristiano en emplear la palabra “católica” asociada a la Iglesia.
El problema es la comprensión del concepto “católica”. La palabra es un compuesto de una preposición (katá = “hacia”) y un adjetivo (hólos = “totalidad”). Por tanto, sería la Iglesia que existe y se sitúa “hacia la totalidad”. Sin embargo, hay dos posibles interpretaciones: la habitual es de carácter geográfico -“hasta el fin del orbe conocido”- y en gran medida conquistador. Pero puede haber otra interpretación, la cronológica, es decir: la Iglesia que existe “ex Abel” -desde el inicio- y está llamada a vivir esta totalidad en el Reino futuro; en este caso sería la esperanza la que define a la Iglesia (preñada de futuro)
- ¿La figura del obispo monárquico, creada por Ignacio, sigue viva hoy en día? ¿Ha sido positiva para la Iglesia?
Cuando Ignacio propone la figura del obispo monárquico, que se vivía ya en Antioquía, lo hace en un contexto donde existían otros dos modelos de autoridad: uno, de origen judío, de tipo más colegial o asambleario, donde un grupo de ancianos (presbíteros) eran coordinados por un dirigente (presidente); otro, de grupos de escogidos que se sentían lejos de las multitudes “católicas” de la Gran Iglesia y en cuya cúspide estaba un maestro.
Frente a ellos Ignacio coloca una estructura organizativa que tomaba elementos de la estructura judía (colegio de presbíteros), pero en cuya cúspide estaba un cargo de procedencia helenística (obispo = “supervisor”) y una serie de diáconos (“servidores”) estrechamente conectados con el obispo y dedicados a temas caritativos.
Es, por lo tanto, una estructura de consenso que, por su asociación con el ámbito familiar (paterfamilias) e imperial (emperador, senado, amigos del César) se configuró como el modo de autoridad de las comunidades cristianas de su tiempo y sigue viva incluso en la actualidad, con ligerísimas variaciones.
El que esta estructura se haya mantenido estable durante más de mil novecientos años, en medio de multitud de cambios de todo tipo que se han llevado por delante personas, ideas e instituciones, debería hacernos pensar, al menos desde un punto de vista histórico, e independientemente de su consideración desde el aspecto doctrinal, en su utilidad por su carácter versátil (¿qué gran institución se mantiene con solo tres escalafones en su organigrama?), su conexión entre lo local y lo general (sociedad en general y otras comunidades cristianas) y su continuidad con las generaciones anteriores o su capacidad para gestionar cambios o reformas, entre otras cuestiones.
- Hoy, sin embargo, la Iglesia, de la mano de Francisco, se focaliza más en la sinodalidad.
En mi opinión, la figura del obispo monárquico y el carácter sinodal de la Iglesia no están reñidos, sino que son complementarios, y mucho menos si entendemos la figura del obispo desde el carisma de la comunión. La sinodalidad (syn-hodos = “hacer camino juntos”) era una práctica habitual en los orígenes cristianos como una expresión visible de la comunión (koinonía), de sentirse y vivirse como Iglesia.
La sinodalidad no puede excluir a ninguno de los miembros, sino que busca la inclusión y la participación de todos. Otra cosa son los canales y cauces de participación, y en este sentido las comunidades cristianas del siglo II pueden servirnos como ejemplo por su inquietud y preocupación por el resto de las comunidades, sus permanentes contactos, la acogida hospitalaria de los miembros de otras comunidades o su fuerte impronta caritativa, signos inequívocos de lo que es una auténtica sinodalidad.
- Ignacio vivió en una época que, como la actual, era de fuertes polarizaciones. ¿Qué cree que le aconsejaría al Papa Francisco?
No soy muy partidario de las extrapolaciones temporales, más cercanas a la ciencia-ficción que a la historia. Lo que sí puedo decir es que Ignacio de Antioquía era muy discreto con los demás obispos y que al obispo de Roma le podría aconsejar lo que dijo a la comunidad de Roma en la carta que le escribió: que “siga presidiendo en el amor…, que esté lleno inquebrantablemente de la gracia de Dios” (A los romanos. Ins.), “que agrade a Dios antes que a las personas” (c.1); “que sea indulgente con los demás” (c. 6) y que “se acuerde en su oración de la Iglesia” (c. 8), cosas que hace Francisco con mucha frecuencia.
- También es novedoso el último capítulo del libro, en el que usted dialoga, a través de una carta, con el protagonista de la obra. ¿Qué es lo que más admira en él?
A veces, por un falso prurito de objetividad, no nos atrevemos a expresar cómo valoramos al autor que estamos estudiando, cuando esta valoración ayudaría a eliminar los prejuicios, positivos o negativos, que tenemos. En concreto, Ignacio de Antioquía me parece un personaje fascinante por su manera de enfrentarse a una situación tan compleja con el único recurso de su palabra y su testimonio.
Admiro su tenacidad, su manera de situarse ante la muerte, sus propuestas en torno a la unidad, la figura del episcopado monárquico y la cristología, muy avanzadas para su tiempo. En el fondo se convirtió en uno de los grandes influencers del cristianismo primitivo, y todavía en la actualidad, por tantas cosas como se pueden descubrir si se lee el libro San Ignacio de Antioquía. Obispo y mártir.