Una de las cuestiones más temibles ante las cuales un cristiano debe enfrentarse es la existencia del mal. Si Dios es a la vez poderoso y bueno,
¿cómo es posible que el mal subsista en el mundo? La pregunta en efecto es difícil. Jesús da en estas líneas del Evangelio algunos puntos importantes, quizás no bastarán para responder, pero nos indican el camino a tomar.
En primer lugar, el mal no es nunca enviado por Dios. En el campo es un enemigo que ha sembrado la cizaña. Dios no quiere el mal, ni tan siquiera para probarnos en vista a una futura recompensa.
A continuación, la lucha contra el mal y la acción deben preocuparnos de la misma manera como los servidores deben velar sobre el trigo que ha sembrado el dueño del campo. Se nos pide de hacer el bien. En nuestro mundo el bien y el mal se enfrentan como en el campo de la parábola. Hay que velar ante todo sobre el trigo cuando más nos preocupemos del trigo menos espacio le va a quedar a la cizaña.
Si no podemos vencer el mal al menos ahoguémoslo en un océano de bien. Si un tal hombre es egoísta doblemos nuestros esfuerzos para ser caritativos, otro es un mentiroso esforcémonos en ser verídicos.
En fin, si es cierto que el mal existe, si el enemigo puede sembrarlo, no será siempre así; el día de la cosecha, es decir del juicio, la cizaña será quemada, Dios se encargará de ello.
Texto: Hna. Maria Nuria Gaza.