En la parábola del buen samaritano, narrada en el evangelio de Lucas 10, 29-37, Jesús pone de relieve quien practica la compasión. Este hombre no se pregunta qué tipo de persona es la que se encuentra mal herida en su camino, ni si es judío o pagano no, él ve un herido grave, a los que el sacerdote y el levita han visto pero han pasado de largo. Este samaritano, mal visto por los buenos judíos, es el que se acerca, cura sus heridas, monta en su propia cabalgadura, le lleva al mesón, paga su estancia y se compromete a su regreso a pagar lo que gaste de más.
Este hombre ha practicado la compasión como el Padre del cielo es compasivo, como Jesús se compadeció con mucha frecuencia ante la dolencia de los hombres sin mirar su condición social ni su religión.
La verdadera compasión brota del corazón humano ante la desgracia ajena. Compasión significa: padecer con. Desde muy joven admiré la figura de Santo Domingo de Guzmán, que siendo estudiante vendió sus libros pues se dijo que no quería estudiar sobre pieles muertas cuando muchos hombres morían de hambre. La compasión de Domingo fue una característica de este santo castellano que en sus noches de oración, en la soledad de la iglesia, exclamaba intercediendo por los descarriados:
“Dios mío, ¿qué será de los pobres pecadores?”. Así que los dominicos y dominicas tenemos que ser compasivos ante las aflicciones de nuestro mundo, tan desgarrado, a ejemplo de Domingo de Guzmán. Texto: Hna. María Nuria Gaza.