El pasaje del Padre nuestro es el más célebre de la Biblia. Es la oración más preciosa enseñada por el propio Jesús cuando sus discípulos le piden que les enseñe a rezar, como Juan Bautista enseñaba a sus discípulos. Pero
corremos el peligro que de tanto repetirla se convierta en algo rutinario.
Desde las primeras palabras nos encontramos ante una relación filial a la que no estamos acostumbrados para dirigirnos a Dios, pues lo tenemos como un ser un tanto alejado de nuestra vida cotidiana. Y sin embargo es todo lo contrario:
Dios se preocupa, si podemos decirlo así de nuestros problemas. Jesús en la cruz recogió todo sufrimiento humano y lo unió a su dolor para presentarlo al Padre. No es un Dios extraño sino un Dios cercano que oye en clamor de los desheredados de la tierra. Y he aquí que este Dios que nos parece alejado de los problemas humanos se hace cercano, no está arriba en el cielo preocupado por su gloria sino todo lo contrario, atento a la humanidad que sufre. Jesús nos invita a dirigirnos a Él como un padre que se desvela por sus hijos. Su santidad no está reñida con la cercanía. El Dios de Jesús es un Dios cercano. No nos equivoquemos pensando en un alejado de los problemas de la humanidad.
El Dios de Jesús es un Dios cercano y próximo. Hagamos nuestra esta hermosa oración repitiéndola con devoción.Texto: Hna. María Nuria Gaza.