Más allá de Nietzsche ¿Anticristo?
Dios ¿poder o bondad? Más allá de todas las elucubraciones estériles sobre dualidad y no dualidad, este es el verdadero dilema sobre la identidad de Dios y nuestra posible evolución en su conocimiento, conforme lo humano crece y nos vamos dando cuenta de que los “enfermos” son también humanos y hermanos nuestros
Nietzsche (al revés que Wagner) nunca fue antisemita. Pero ¿quién le iba a decir que esas “razas fuertes” acabarían convirtiendo su país en un inmenso campo de concentración, para acabar con todo eso débil y enfermizo?
No hay que quitar su valor a esa experiencia espontánea e instintiva de la vida como autoafirmación y plenitud, con la desvalorización de todo lo débil y enfermizo.
ese dilema instintivo, tan serio y aparentemente cierto: compasión o vida, pone de relieve la crueldad de la vida y el escándalo del cristianismo
No hay que quitar su valor a esa experiencia espontánea e instintiva de la vida como autoafirmación y plenitud, con la desvalorización de todo lo débil y enfermizo.
ese dilema instintivo, tan serio y aparentemente cierto: compasión o vida, pone de relieve la crueldad de la vida y el escándalo del cristianismo
| José Ignacio González Faus
Ese es el título de la última obra de Nietzsche de la cual comienzo citando varios párrafos:
“Al cristianismo se lo llama religión de la compasión. La compasión es antitética de los efectos tonificantes que elevan la energía del sentimiento vital… La compasión obstaculiza la ley de la evolución, que es la ley de la selección… Conserva lo que ya está maduro para perecer, opone resistencia para favorecer a los desheredados y condenados de la vida… Ese instinto depresivo y contagioso obstaculiza aquellos instintos que tienden a la conservación y a la elevación del valor de la vida” (7).
Formulación perfecta de una experiencia: la energía de la vida, que tiende a la selección y elimina lo débil. Sigamos:
“En otro tiempo (Dios) representó la fortaleza de un pueblo, todas las tendencias de agresión y de sed de poder nacidas en el alma de un pueblo: ahora es ya meramente el Dios bueno… Los dioses, o son la voluntad de poder –y mientras tanto serán dioses de un pueblo- o son la impotencia de poder; y entonces se vuelven necesariamente buenos” (16)… La divinidad de la decadencia, castrada de sus virtudes e instintos más viriles” (17).
Dios ¿poder o bondad? Más allá de todas las elucubraciones estériles sobre dualidad y no dualidad, este es el verdadero dilema sobre la identidad de Dios y nuestra posible evolución en su conocimiento, conforme lo humano crece y nos vamos dando cuenta de que los “enfermos” son también humanos y hermanos nuestros. Aquí es donde tropieza Nietzsche:
El concepto cristiano de Dios -Dios como Dios de los enfermos-… es uno de los conceptos de Dios más corruptos a que se ha llegado en la tierra (18).
Las fuertes razas de la Europa nórdica… tendrían que haber acabado con semejante enfermizo y decrépito engendro de la decadencia” (19).
Nietzsche (al revés que Wagner) nunca fue antisemita. Pero ¿quién le iba a decir que esas “razas fuertes” acabarían convirtiendo su país en un inmenso campo de concentración, para acabar con todo eso débil y enfermizo? ¿Qué habría dicho de Auschwitz la fina sensibilidad estética de Nietzsche? Pero él no llegó a conocer ese escándalo y tropezó solo con este otro escándalo:
“El miedo al dolor no puede acabar de otro modo que en una religión del amor” (30)… La comunión, ese concepto del que la Iglesia ha abusado tan perversamente como de todo lo judío (32).
“El cristiano no opone resistencia, ni con palabras ni con el corazón, a quien es malvado con él. No establece ninguna diferencia entre extranjeros y nativos… No se encoleriza con nadie ni menosprecia a nadie” (33).
Este último párrafo resulta ser o la máxima crítica o la mayor alabanza posible al cristianismo. Por eso es significativo que los subtítulos posibles que se barajaban para para esa obra eran o “Maldición del cristianismo” o “Transmutación de todos los valores”. Eso es, efectivamente, lo que está en juego en estas reflexiones.
No hay que quitar su valor a esa experiencia espontánea e instintiva de la vida como autoafirmación y plenitud, con la desvalorización de todo lo débil y enfermizo. Nótese cuántas veces el primer texto citados habla de “instinto”. La voluntad de poder es, en definitiva, una voluntad o afirmación instintiva del ser. Lo sorprendente, lo inesperado, es que esa afirmación de la vida vaya a terminar en tragedia (como creo que intuyó bien María Zambrano) o en crueldad.
Por eso, no se pueden leer esos ataques con ira ni sintiéndose agredido sino, más bien, con un hondo respeto por el dolor de aquel hombre, que le llevó hasta la locura. Qué pena que la viuda de Wagner (Cósima) destruyera antes de morir todas las cartas que Nietzsche le había enviado (sí se conservan las que ella le escribió a él).
Por supuesto, puede haber una compasión fraudulenta que solo parece buscar la propia justificación y la tranquilidad de conciencia. Pero Nietzsche debió saber que no es esa la compasión del cristianismo y que (remontándonos al origen griego de la palabra), com-pasión significa lo mismo que sim-patía: sentir con el otro.
Porque, para forzar todavía más la paradoja, fue precisamente un acto de compasión lo que hizo brotar la locura en Nietzsche. Y ni siquiera compasión ante una persona débil, sino ante un animal: un caballo golpeado por su cochero. Aunque seguramente Nietzsche diría que no fue un acto de compasión sino un sentimiento estético. Pero reconocería así que hay más belleza en la compasión que en la crueldad.
También es significativo que lo que más ayudó a Nietzsche enfermo fue la compasión de un cristiano: su fiel amigo, el pastor protestante F. Overbeck que no dejó de visitarle y salvó los manuscritos de la obra para su publicación[1]. Pues hoy resulta muy útil enfrentarse ante ese dilema instintivo, tan serio y aparentemente cierto: compasión o vida; que pone de relieve la crueldad de la vida y el escándalo del cristianismo.
Eso capacitará para una auténtica decisión creyente desde la trayectoria y la enseñanza de Jesús de Nazaret: la solidaridad como camino a la Vida (aunque la solidaridad pueda implicar una muerte que resultará ser solo aparente).
¡Qué profundas resultan aquí las palabras de Jesús: quien quiere salvar su vida la pierde, y el que entrega su vida la salva (cf. Mc 8, 35).
[1] Por suerte (y quizá porque algo progresamos a pesar de todo) no se repitió aquí lo que hicieron los cristianos del s. IV cuando tuvieron poder: destruir todos los escritos anticristianos anteriores.