De Mercedes Loring a Anne Soupa: "Mujeres al poder" Aradillas: "¡Por amor de Dios, una párroca para mi pueblo!"
"A la Iglesia siempre y más hoy, -por su condición “franciscana” y “en salida”-, le hacen falta obispas, arzobispas, cardenalas y párrocas, además de sobrarles mitras y otros aparejos"
Gracias sean dadas a Dios y a la intercesión de dos “santas” mujeres, la Iglesia se hizo recientemente “buena noticia”, es decir “evangelio”, ante el mundo, nada menos que en los ámbitos propios y específicos de los “Derechos Humanos” y su reivindicación “para la mitad de la humanidad, más uno”, constituida por el sexo femenino.
Los hechos y sus protagonistas fueron y son así de simples y de sencillos:
Una religiosa, de nombre Mercedes, para mayor identificación con 96 años cumplidos, le sugirió públicamente al papa Francisco que termine de una santa vez, en los actos litúrgicos, con las mitras y su ritual episcopal correspondiente, por ser ellas otros tantos e inequívocos signos de poderío señorial impropios de una institución constituida por Jesús al servicio de los pobres, como es la Iglesia. Al igual que tantos y tantas miembros de la Iglesia, Mercedes jamás llegó a imaginarse a Jesús tocado con sombreros tan raros -“de quita y pon”-, y cuya puesta y deposición turban y conturban a los asistentes a los actos litúrgicos, robándoles piedad y discernimiento religioso.
La mujer protagonista del otro episodio, es francesa, teóloga de oficio y de vocación, se llama Anne, quien también en público “ha presentado su candidatura” a substituir al frente de la diócesis de Lyón, al Cardenal Philippe Barbarín, sucesor a la vez de unos cuantos –cuatro- obispos, de cuyas “vidas y milagros” administrativos y de los otros –no precisamente pastorales- es preferible no hablar por razones de decencia…. La teóloga, como mujer y como seglar, acaba de provocar un escándalo de primera magnitud en los ámbitos eclesiásticos, de mayores proporciones, si cabe, que si hubiera negado el dogma de la Santísima Trinidad, por citar un ejemplo.
Y es que en la Iglesia, todavía y pese a las leves y discretas insinuaciones aún, pontificias, priman y destacan los hombres. Ellos son y están sobre todo, con relevante mención para las mujeres. La Iglesia es cosa de hombre. Como todo o casi todo en la vida, y más en la “religiosa”. Con inclusión de que ella- la mujer- fue instigadora del primer pecado que se cometiera en el Paraíso Terrenal, heredado además con sus consecuencias nefastas por los habitantes del globo terráqueo, todo lo correspondiente al sexo femenino, con alguna que otra excepción “virginal”, dificulta o imposibilita el trato con Dios, tal y como consta en los Códigos de Derecho Canónico, con interpretaciones viriles sin consistencia, sin sabiduría, sin Sagrada Escritura y sin Teología…
¡Otro escándalo para la Iglesia, según los comentarios de muchos, casi todos ellos, miembros de la jerarquía eclesiástica a la que le sobran esportones y contenedores de tan variados signos, más que dogmáticos, ético-morales, que son los que en mayor proporción les afectan a los componentes del pueblo de Dios…¡
Del “escándalo” que se dice producido por la teóloga, no es ella su progenitora.. Los “padres” de tan relevante escándalo, y de otros consecuentes, son hombres. Hombres-varones, de por sí machistas, que masculinizaron la institución eclesiástica hasta despojarla de características y propiedades inherentes al ejercicio de la maternidad, convertidos ellos –los hombres-varones-, en sus artífices, continuadores “por la voluntad explícita de Dios”, hasta con irrogación del atributo de “infalibles”, cuestionado hoy a la luz de estudios catequísticos de primer grado.
El escándalo- escándalo –“hecho o dicho contrario a la moral social, y que produce indignación y habladurías maliciosas”-, ni es ni está en las declaraciones de Mercedes y de Anne. Está en la necesidad perentoria y urgente de tener que hacer tales denuncias, cuyas consecuencias atentan contra la dignidad de las personas y contra la voluntad de Dios, que creó al hombre y a la mujer, en igualdad de derechos y de deberes. Negar, poner en duda, cuestionar o no favorecer este plan creador equivaldría a ofender al mismo Dios y a su obra.
A la Iglesia siempre y más hoy, -por su condición “franciscana” y “en salida”-, le hacen falta obispas, arzobispas, cardenalas y párrocas, además de sobrarles mitras y otros aparejos. Nos quedamos sin Iglesia, entre otras razones, por la infravaloración que la mujer por mujer ha padecido, y sigue padeciendo, en el ordenamiento eclesiástico, reducido en gran parte a la burocracia, al “¡ordeno y mando¡” y al omnímodo ejercicio del clericalismo burdo y absurdo. Para terminar con la Iglesia le sobran dentro de ella, fuerzas de signo y actuación prevalentemente machistas…
El hecho e interpretación “dogmática” de que, desde la Santísima Trinidad hasta sus penúltimos representantes jerárquicos, han de ser, y serán, pertenecientes al género masculino, más que escandaloso, resulta incongruente, sin sentido , anti- natural y, por tanto, anti- religioso.
¡Por amor de Dios, una párroca para mi pueblo y para tantos otros más, cuyos responsables pastorales están ahítos de cánones, de misterios, de anatemas y de símbolos extra y para- litúrgicos, escasos de convivencia y de integración –encarnación- en la comunidad que dicen ”pastorear”.¡
Diócesis y parroquias demandan ya, e inaplazablemente, mujeres…