"Sobran obispos soberbios y/o cagatintas" Codiciosos, avaros y mohatreros

(Ángel Aznárez, notario).- "Dos codiciosos que sufra un pueblo sobran a hacer pobres mil vecinos" (Torres Villarroel). Bien parece que el pasado fin de semana, para el Papa Francisco, fue muy intenso por emociones y razones económicas.

Comenzó el viernes, 20 de septiembre, con la predicación en la Misa matinal (capilla de Santa Marta) acerca del poder del dinero, de la avidità, causa de idolatría y corrupción. El domingo, 22 de septiembre, en la Isla de Cerdeña, con una escandalosa tasa de paro que supera el 35%, el Papa, delante de trabajadores que pedían a gritos "¡Trabajo, trabajo!" y sostenían pancartas en las que se leía "Lucha con nosotros", dijo, también él a gritos: "Donde no hay trabajo, falta la dignidad; que es la consecuencia de un sistema económico que ha conducido a esta tragedia; un sistema económico, que tiene un centro llamado dinero, que es un sistema sin ética...y eso no puede continuar".

La originalidad, lo realmente novedoso de las palabras del Obispo de Roma, está más en la forma o manera de su pronunciación (tono y gesto) que en el fondo; palabras pronunciadas con emotividad, sentimiento y vehemencia; por ello convenció. Que el trabajo es esencial para la dignidad de la persona, lo han reiterado los papas en sus documentos y magisterio sociales; el Concilio Vaticano II (Gaudium est spes) lo repite.

Igualmente, más destacada por la forma que por el fondo, fue la denuncia papal de un sistema económico y falto de ética. Llama la atención que a los papas, a todos, incluso a Francisco, les cueste tanto dar nombre a ese sistema económico que denuncian; se llama capitalismo, que, en recientes décadas, no fue liberal sino libertario, dogmático y totalitario: "De la vulgata marxista pasamos a la vulgata neoliberal", escribió el libanés George Corm. Hay que poner nombre y apellido a ese condenado sistema económico, del mismo modo que, en su día, los papas fueron contundentes nombrando y condenando al comunismo, sin cataplasmas, metáforas, o elipsis.

El Papa de la primera "Gran Crisis", la de 1929, fue Pío XI (una crisis a la que sólo puso fin la II Guerra mundial). El Papa Ratti, en su Encíclica Caritate Christi Compulsi (mayo de 1932), ya denunció "a los pocos hombres que, con su especulación, han sido y son en gran parte la causa de tanto mal"; culpó a la codicia (cupidigia) de las causa de todos los males; citó al Poeta pagano que denunció "esecranda fame dell´oro"; y se refirió " a la riqueza de las naciones acumuladas en las manos de muy pocos, que regulan a su capricho el mercado mundial". Contra el comunismo, reiterativo.

El Papa del inicio de la segunda "Gran Crisis", la de 2008, fue Benedicto XVI, que publicó en 2009 la encíclica social Caritas in veritate, en la que tampoco aparece nombrado el sistema capitalista; es excesivamente delicado, timorato, mi bendito Benedicto en el análisis de las causas de la actual crisis. Por el contrario, interesa mucho la novedad, incluso provocación, contenida en ese texto pontificio:" En las relaciones mercantiles el principio de la gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria".

En realidad, ese espacio ya existe, pues a la economía del trueque y del intercambio mercantiles, hay que sumar la llamada "economía de la gratuidad", que mueve muchos dineros, procedente de donaciones y actos generosos, ayudando y socorriendo en estos tiempos de miserias: Cáritas, ONGs laicas y religiosas, "cocinas económicas", finanzas solidarias, bancos de alimentos, voluntariados, fundaciones y "hogares", donaciones de órganos del propio cuerpo y otras iniciativas solidarias, salidas de la sociedad civil. Así se remedian en parte las omisiones clamorosas del antes llamado "Estado de Bienestar". Y a los que piden "¡Derechos asistenciales y no caridad!", les digo que sí, que sí, pero que...

Es interesante que sea un papa, el Papa Francisco, quien está empeñado en acabar con lo que se llamó papolatría, que en algunos momentos del pasado más o menos reciente, resultó exagerada, dañina (latría) y ridícula. Resulta que el Papa Francisco --que no aplaudió siendo cardenal las palabras del adiós de Sodano, en nombre del Sacro Colegio, a Benedicto XVI (28 de febrero) en la Sala Clementina-- tiene cuerpo, viste pantalones y tuvo una abuela llamada Rosa; no usa plurales mayestáticos, pseudosacros y de separación, sino plurales integradores: "Todos nosotros tenemos dificultades, todos; todos tenemos miserias y fragilidades; somos todos iguales delante del Padre, todos", explicó en la Catedral de Cagliari el mismo domingo, 27 de septiembre (la palabra tutti es reiterativa en el vocabulario de Francisco).

Esa actitud del Obispo de Roma es importante ante el futuro que ya viene hacia nosotros. Se sabe que esta segunda "Gran Crisis", fue causada por ególatras, codiciosos, inmundos y usureros, cantantes de "la codicia es buena, funciona" (como en la película Wall Street); más enfermos de mente que sanos, más desgraciados que felices -algunos, según el documental Inside Job (2010) de Charles Ferguson, con adición a la cocaina-. Los valores en el horizonte, resultantes de la actual crisis, van en la línea opuesta a lo vigente hasta ahora, o sea, a favor de la cooperación, el altruismo, la generosidad, la fraternidad y la solidaridad. Reducir la condición humana al homo economicus, guiado únicamente por el profit, es una falsedad antropológica. Eso se explica bien en dos libros, publicados este mismo mes, uno de Jacques Attali, Por una Economía positiva, y otro de Matthieu Ricard, Alegato a favor del altruismo.

Antes de que se produjera el actual desastre -desastre que comenzó en la Economía, y que llevó a otros desastres, de la Ética, de la Política (y de los políticos cómplices por vendidos a los tragaperras), de la Ecología y de la Cultura-, mientras unos, contentos y pánfilos, contemplaban el fenómeno de la secularización como expresión del Progreso y lo Moderno, otros, nuevamente con el "desencantamiento del mundo", avisaron del retorno de lo religioso (recuerdo el artículo del recientemente Eugenio Trías, Vigencia de lo religioso, publicado el 5 de julio de 1996). Uno de los efectos de la actual crisis, policrisis o multicrisis, será la aceleración del revival del fenómeno religioso. Se pondrán más en alza los valores religiosos, éticos y morales, alternativos al vacío y a la nada (a los escépticos recomiendo que tengan paciencia, que esperen).

Una religión, como la cristiana, que destaca en la naturaleza de Dios el concepto de amor (la ágape griega o caritas latina), que es la vía maestra de la Doctrina social de la Iglesia, que coloca las palabras fraternidad -que, además de muy cristiana, es muy revolucionaria (1789) y masónica- y generosidad en lo más alto de su concepción del hombre (humanismo), tiene muchas posibilidades de futuro. Un futuro que exige un previo arrepentimiento de pasadas tiranías represivas por la Iglesia protagonizadas (aquí recuerdo al fallecido S.J. José Gómez Caffarena). Y ha de aprovecharse la peculiaridad católica de su organización, que incluye hasta una forma de Estado, el Estado de la Ciudad del Vaticano, el único Estado en el mundo dedicado a predicar valores religiosos y éticos.

Claro que para eso, la ejemplaridad y la credibilidad, de las que ha de resultar la confianza y la autoridad moral, son cruciales. Es muy importante el inteligente decir y hacer del Papa Francisco, pero también es importante que se hagan reformas radicales en la estructura del Vaticano (esto lo venimos reiterando en escritos desde 2009, siendo ahora evidente), y también de las iglesias locales, ¡ya está bien de tantos tejemanejes de dineros en curias y dicasterios, con codicias y avaricias! De cara al futuro venidero, casi presente, sobran obispos soberbios y/o cagatintas. Y nada tiene que ver con ello -es opuesto- tratar de liquidar (hacer líquido) lo que tiene que ser sólido; solidez en la esencia de la Iglesia, que es triple, tres esenciales que señala Benedicto XVI en el párrafo número 25 de su Encíclica Deus caritas est.

Don Diego Torres (1694-1770), escritor de almanaques y enfermedades, fue experto en describir codicias, ayudado en Sueños por otro experto, don Francisco Quevedo, que, en sus paseos por la Corte, veían a tantos codiciosos; unos, gordos, con buchón de palomo, y otros flacos, "enjutos y chupados como canillas de cementerio, tan pilongos". El Dante, mucho antes, en el Infierno, había cantado: "¡Oh, ciega codicia!", (¡Oh cieca cupidigia!).

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