Formación y Acción Política para LA PAZ SOCIAL Mario Paredes: "Urge una espiritualidad cristiana que comprenda, viva y construya la paz como el valor fundamental y universal del hombre"
"La PAZ es la mayor aspiración, la mayor necesidad y urgencia de cada ser humano y de toda la humanidad"
"La paz 'personal' no puede ser alcanzada sin la paz 'social' y ésta – por su parte - afecta, condiciona e influye en la búsqueda y consecución de la paz de cada individuo en la sociedad"
"En Cristo, los hombres no somos competidores, ni enemigos, ni rivales, sino hermanos"
"En su ya vasto magisterio sobre la paz, el Papa Francisco nos ha recordado, además, que el diálogo es el camino para la paz pero que no basta hablar de paz, sino que hay que construirla para no caer en cinismos o hipocresías"
"En Cristo, los hombres no somos competidores, ni enemigos, ni rivales, sino hermanos"
"En su ya vasto magisterio sobre la paz, el Papa Francisco nos ha recordado, además, que el diálogo es el camino para la paz pero que no basta hablar de paz, sino que hay que construirla para no caer en cinismos o hipocresías"
| Mario J. Paredes, SOMOS Community Care
Formación y Acción Política para LA PAZ SOCIAL
Agradecido por esta oportunidad, en el proceso formativo y académico de nuestra Academia de Líderes Católicos (Latinoamérica) y en el contexto y desarrollo de este IX Diplomado Internacional sobre la Doctrina Social de la Iglesia, como AGENDA PARA DEL DESARROLLO HUMANO INTEGRAL SOSTENIBLE, me corresponde compartir con ustedes una disertación sobre LA PAZ SOCIAL.
Reflexiono aquí, desde mi credo y convicciones como discípulo de Jesucristo y de su evangelio y desde mi experiencia como laico comprometido con el ser y quehacer de la Iglesia Católica, con la certeza de que la PAZ es la mayor aspiración, la mayor necesidad y urgencia de cada ser humano y de toda la humanidad.
1.- Con el adjetivo “social” se pretende distinguir todo el asunto personal del asunto inter-relacional y cívico concerniente al tema de la paz. Así, la paz “personal” se ocuparía del ámbito más privado e íntimo de la paz, en lo que toca a cada individuo, mientras que la paz “social” trata de todo lo comunitario, relacional, comunional, comunicacional y convivencial del ser humano en el tema de la paz.
Si bien, esta distinción terminológica nos puede ayudar para concretar y distinguir aspectos correspondientes al tema de la paz, nos corresponde estar alerta para no fragmentar y empobrecer el asunto. Pues el ámbito personal y social de la paz, como de todo lo pertinente al ser humano, se integran y relacionan, en cuanto que el ser humano es un ser social, un ser-en-sociedad. Así, la paz “personal” no puede ser alcanzada sin la paz “social” y ésta – por su parte - afecta, condiciona e influye en la búsqueda y consecución de la paz de cada individuo en la sociedad.
Dicho esto, me propongo aquí tratar, de la manera más breve pero más abierta y amplia posible el tema de la PAZ en el mundo y, de manera más concreta, el asunto de la PAZ SOCIAL en nuestras naciones y pueblos latinoamericanos, desde la perspectiva que – a los creyentes en Cristo – nos da el Evangelio, la Buena Nueva que es Jesucristo mismo.
2.- FUNDAMENTOS ANTROPOLÓGICOS, BÍBLICOS, TEOLÓGICOS y SOCIALES SOBRE LA PAZ SOCIAL
ANTROPOLÓGICAMENTE hablando, la paz es un anhelo inscrito en el corazón del hombre, de todo hombre, y al mismo tiempo es la mayor urgencia en la vida personal, familiar, comunitaria, social, internacional y mundial.
Para alcanzar la paz, la humanidad ha probado, desde siempre, distintos caminos. Los discípulos de Cristo creemos en la paz que la Buena Nueva de Jesús de Nazaret nos marca como derrotero y, al mismo tiempo, la fe y vida cristiana, nos comprometen en la construcción de la paz en el mundo.
En el mundo semita y bíblico del ANTIGUO TESTAMENTO, la palabra hebrea “shalôm”, que correspondería en griego a la palabra “eirene”, y en latín al vocablo “pax”, se usa como un saludo que se traduce como paz y se usa para designar, por ejemplo: la ausencia de guerra, la felicidad, las bendiciones de Dios para el hombre, la vida en concordia y armonía en la familia y en la comunidad. Pero, especialmente, significa plenitud de vida, prosperidad, convivencia solidaria, bienestar (Eclo 3,8; Is 26,3), trato justo y honesto con el otro y es característica primordial de los anhelados tiempos mesiánicos (Is 9,6) en los que llegará el “reinado de Dios”, la soberanía de Dios, cuando “el lobo y el cordero pacerán juntos” (Is 65,25) “y un niño pequeño los pastoreará” (Is 11,6).
La paz, en la Sagrada Escritura, designa todo el bien y lo bueno, querido por Dios, en contra del mal y lo malo generado por el pecado del hombre.
Sin embargo, hay que afirmar que, en la Biblia, el concepto y contenido de la “paz” es más rico, complejo y vasto que lo que el vocablo “shalom” u otros similares logran significar, expresar. De otra parte, la evolución misma de la humanidad y del contacto de la predicación bíblica con otras culturas fue cambiando y enriqueciendo el concepto original de la paz bíblica. Así, por ejemplo, “la totalidad íntegra del bienestar objetivo y subjetivo se designa más con “shalóm”, la condición propia del estado y del tiempo en que no hay guerra con “eirene” y la certeza basada en los acuerdos estipulados y aceptados con “pax”. (En Internet: Biblia work/Paz)
Teológicamente hablando, la paz bíblica corresponde a la salvación que Dios nos ofrece en el Antiguo Testamento y a la que – plenamente, en el Nuevo Testamento – nos trae Jesucristo, como presencia del reinado o soberanía de Dios que acontece en el mundo cuando los hombres vivimos cumpliendo la voluntad de Dios, que consiste en que nos amemos los unos a los otros, como Él mismo nos ama. Más aún, el Dios de la Biblia es el Dios de la paz que es “abundancia de vida” (Jn 10,10) para todos.
En el NUEVO TESTAMENTO, se cumplen los tiempos mesiánicos y de paz esperados por siglos en el Antiguo Testamento. Jesucristo, el Resucitado, es confesado como quien trae la paz mediante el perdón (Jn 20,19ss), como quien predica la paz y es nuestra paz (Ef 2,14ss). Cristo es el Señor de la paz (2Te 3,16). Es el príncipe de la paz (Is 9,6). Nos guía por el camino de la paz (Lc 1,79). El discípulo debe sembrar paz (Mt 5,9: Mt 10,11-15) y quienes la construyen son felices, bienaventurados. La paz nace fruto del perdón, como expresión máxima del amor fraterno (Jn 20,24ss) y, con el Vaticano II, podemos decir que el propósito de la encarnación y la misión de Jesús, con hechos y con palabras es “establecer la paz o comunión con Él y una fraterna sociedad entre los hombres” (AG 3).
Pero la paz que Jesús nos trae “no es como la paz que ofrece el mundo” (Jn 14,27). Porque Jesús nos enseña la lógica y sabiduría de Dios distinta a la del mundo. Lo cual produce una división de criterios por la que se distinguen los que están en el mundo y son del mundo de sus discípulos que, estando en el mundo, no somos del mundo sino de Dios y hemos de pensar como Dios (Cfr. Jn 15,19; Mt 16,23).
Ser cristiano consiste en vivir según la lógica del Evangelio que es distinta a la del mundo. Y mientras que el mundo nos ofrece la paz como ausencia de guerra, como silencio de los cementerios, triunfo de los fuertes y más armados sobre los débiles y desarmados o como tratados que se firman y acaban según el capricho e intereses casi siempre mezquinos de los firmantes, Jesús de Nazaret nos trae, nos enseña y exige una paz que es fruto del mandamiento del amor, fruto del reconocimiento de que somos hermanos, hijos del mismo Padre.
En Cristo, los hombres no somos competidores, ni enemigos, ni rivales, sino hermanos. En Cristo, los hombres no somos señores de los otros sino hijos de Dios y, por tanto, hermanos. Y los hermanos no se matan ni se destruyen, sino que se aman, se compadecen los unos de los otros, se solidarizan y construyen la paz, como fruto del perdón y de la justicia.
Para los discípulos de Cristo, entonces, la paz de Cristo no significa sólo ni únicamente ausencia de guerra o violencia entre los hombres (aunque lo supone) sino “abundancia de vida” en sociedad para todos, especialmente para los más necesitados, para los “descartados” de nuestra sociedad, como suele decirlo el Papa Francisco.
No basta con la ausencia de guerra si el resultado final que se establece es una situación en la que los vencedores aplastan a los vencidos, una situación en la que los vencedores lo tienen todo a costa de los vencidos que no tienen oportunidades de vida digna en sociedad.
3.- NUESTRO CONTEXTO HISTÓRICO Y SOCIAL URGIDO DE PAZ
Ha sido suficientemente diagnosticada y analizada nuestra realidad y contexto mundial y latinoamericano actual. Aquí me permito resaltar algunas situaciones de nuestra realidad latinoamericana más conflictivas y, por tanto, más urgidas de paz.
Latinoamérica pasa por un proceso social que podemos llamar de “decadencia” en muchos aspectos (sociales, políticos, económicos, culturales, etc.) sin que se prevea un futuro inmediato de soluciones estructurales y radicales.
En nuestra región latinoamericana campea la corrupción administrativa – de dimensiones incalculables - con todas las secuelas morales, y político-sociales que esto conlleva, con el agravante de la impunidad que genera, instituciones judiciales también permeadas por la corrupción.
Tras 10 días de intenso trabajo y aprendizaje sobre desarrollo humano integral, es hora de regresar a nuestros países para seguir creciendo juntos. ¡Les deseamos un excelente viaje a todos nuestros alumnos! ✈️🌍 pic.twitter.com/pt4FuMZ0UL
— Líderes Católicos (@liderescatolico) July 29, 2024
Corrupción que proviene de una pérdida de valores morales y de la consecuente búsqueda de beneficios personales, en vez de la búsqueda del bien común en los puestos de servicios públicos de los gobiernos de turno. La corrupción, como un cáncer, devora todas las instituciones sociales en el sector público, pero también en los sectores privados.
Hemos asistido – en las últimas décadas - a la instalación de pésimos gobiernos, de diversas definiciones ideológicas, que han resultado en estados fallidos, en dictaduras totalitarias, responsables del empobrecimiento masivo de nuestros pueblos y causantes de enormes masas migratorias de características épicas con sus consecuentes crisis humanitarias.
El crimen organizado, especialmente el vinculado al narcotráfico, se ha “regionalizado”, penetrando y corrompiendo instituciones políticas y judiciales y generando respuestas gubernamentales entre complacientes y autoritarias, causando inseguridad e inestabilidad en todos los campos del quehacer social y de la convivencia ciudadana diaria.
Ha aumentado - a nivel regional - el comercio, tráfico y la trata de personas con su expresión más directa: la prostitución; teniendo como especiales víctimas a menores de edad de ambos sexos. Esta lacra social ha penetrado el internet, las llamadas redes sociales y las nuevas y variadas formas de comunicación electrónicas.
La convivencia ciudadana pacífica continúa deteriorándose de modo alarmante a escala regional: las ciudades son menos habitables por inseguras, los barrios van perdiendo su identidad arrasados por el crimen, perpetrado con nuevas e inusuales expresiones de perversidad y violencia.
A todo esto, sumemos, los escándalos sexuales que – en las últimas décadas y en muchos países – han tenido como protagonistas a líderes religiosos y que, por ello, ha relegado y sacado de la plaza pública - a actores de la vida en sociedad como la Iglesia Católica que en estos momentos, tan cruciales y difíciles de nuestro acontecer social latinoamericano, deberían tener un papel protagónico y de liderazgo moral y social.
La ignorancia religiosa a todos los niveles. La ignorancia y el indiferentismo religiosos llevan a muchos a prescindir de los principios morales y a encerrarse en un ritualismo, en la mera práctica social de ciertos sacramentos como señal de su pertenencia a la Iglesia.
La secularización, que reivindica una legítima autonomía al quehacer terreno y puede contribuir a purificar las imágenes de Dios y de la Religión, ha degenerado, con frecuencia, en la pérdida de valor de lo religioso o en un secularismo que da las espaldas a Dios y le niega la presencia en la vida pública. (DP 81,82,83)
Nuestros alumnos han resaltado la diversidad cultural de sus países durante el diplomado, promoviendo un intercambio latinoamericano enriquecedor. 🌎🤝 ¡Una experiencia llena de aprendizaje y conexión! #DSIenNY@fatherratgmail@stjohnsupic.twitter.com/i1okZrVnIW
— Líderes Católicos (@liderescatolico) July 26, 2024
Además de otros muchos desequilibrios y tensiones que atentan contra la paz en el mundo y en América Latina señalados, en su momento, magistralmente tanto por el CONCILIO VATICANO II como por LA CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO:
El desequilibrio entre la inteligencia práctica moderna y una forma de conocimiento teórico.
El desequilibrio entre el afán por la eficacia práctica y las exigencias de la conciencia moral.
Desequilibrio entre las condiciones de la vida colectiva y a las exigencias de un pensamiento personal y de la misma contemplación.
El desequilibrio entre la especialización profesional y la visión general de las cosas.
Discrepancias en la familia, debidas ya al peso de las condiciones demográficas, económicas y sociales, ya a los conflictos que surgen entre las generaciones que se van sucediendo, ya a las nuevas relaciones sociales entre los dos sexos.
Discrepancias raciales y sociales de todo género.
Discrepancias entre los países ricos, los menos ricos y los pobres. Discrepancias, por último, entre las instituciones internacionales, nacidas de la aspiración de los pueblos a la paz, y las ambiciones puestas al servicio de la expansión de la propia ideología o los egoísmos colectivos existentes en las naciones y en otras entidades sociales. (Cfr. Gaudium et Spes 8)
Si "el desarrollo es el nuevo nombre de la paz", el subdesarrollo latinoamericano, con características propias en los diversos países, es una injusta situación promotora de tensiones que conspiran contra la paz.
Diversas formas de marginalidad, socioeconómicas, políticas, culturales, raciales, religiosas, tanto en las zonas urbanas como en las rurales.
Desigualdades excesivas entre las clases sociales, especialmente, aunque no en forma exclusiva, en aquellos países que se caracterizan por un marcado biclasismo: pocos tienen mucho, mientras muchos tienen poco.
Las desigualdades impiden sistemáticamente la satisfacción de las legítimas aspiraciones de los sectores postergados. Se generan así las frustraciones crecientes.
Formas de opresión de grupos y sectores dominantes… Se observa más frecuentemente una insensibilidad lamentable de los sectores más favorecidos frente a la miseria de los sectores marginados.
Creciente toma de conciencia de los sectores oprimidos.
Tensiones internacionales y neocolonialismo externo: nos referimos aquí, particularmente, a las consecuencias que entraña para nuestros países su dependencia de un centro de poder económico, en torno al cual gravitan…
Distorsión creciente del comercio internacional…
Fuga de capitales económicos y humanos…
Evasión de impuestos y fuga de ganancias y dividendos…
Endeudamiento progresivo...
Monopolios internacionales e imperialismo internacional del dinero…
Tensiones entre los países de América Latina…
Un nacionalismo exacerbado en algunos países…
Armamentismo. (Cfr. Medellin 2,1-13)
Todos estos aspectos relevantes, complejos y problemáticos de nuestra vida social mundial y latinoamericana, acontecen en la transición de la modernidad hacia la postmodernidad, con unas tendencias que marcan nuestro acontecer personal y colectivo:
Un acelerado aumento de la población y concentración en las grandes ciudades.
Se agravan los problemas que tienen que ver con los servicios públicos.
La población, en nuestro continente, es mayoritariamente joven y tiene dificultades crecientes para encontrar puestos de trabajo.
La sociedad se perfila más abierta y pluralista, pero, al mismo tiempo, está sometida al influjo - cada vez mayor - de los medios de comunicación, que van programando la vida del hombre y de la sociedad.
La programación de la vida social responde, cada vez más, a los modelos presentados por la tecnocracia, sin correspondencia con los anhelos de un orden internacional más justo.
Crece la toma de conciencia por el equilibrio ecológico, por la limitación de los recursos del planeta y por la necesidad de su racionalización.
Junto a estas tendencias, crecen anhelos y aspiraciones de todos los hombres y mujeres de nuestros pueblos, tales como:
Una calidad de vida más humana, sobre todo por su irrenunciable dimensión religiosa.
Una distribución más justa de los bienes y las oportunidades.
Un trabajo justamente retribuido que disminuya la brecha entre el lujo desmedido y la indigencia.
Una convivencia social fraterna donde se fomenten y tutelen los derechos humanos.
Cambios estructurales que aseguren una situación justa para las grandes mayorías.
Ser tenido en cuenta como persona responsable y como sujeto de la historia, capaz de participar libremente en los procesos políticos.
Participar en la producción y compartir los avances de la ciencia y la técnica moderna lo mismo que tener acceso a la cultura y al esparcimiento digno.
Una mayor integración de nuestros pueblos en coincidencia con las tendencias universales de una sociedad más globalizada y planetaria. (Cfr. DP 121- 141; 503 – 506)
4.- GRANDES PRINCIPIOS – FUNDAMENTOS SOBRE LA PAZ Y LA PAZ SOCIAL EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA CATÓLICA Y EN SU DOCTRINA SOCIAL
El tema de la paz ha sido abundantemente tratado y desarrollado en el Magisterio universal y particular de la Iglesia Católica y, especialmente, en los documentos concernientes a la Doctrina Social de la Iglesia.
Me permito, en este apartado, mostrar los grandes principios y fundamentos doctrinales de la Iglesia Católica sobre su comprensión cristiana de la paz y de la paz social; el “credo” para la paz que nos compromete a los discípulos de Cristo a ser sus constructores en el mundo. Principios que podemos encontrar desarrollados en los documentos reseñados en la Bibliografía que acompaña esta lección.
Cristo es el origen-fundamento de la unidad y de la paz.
Cristo nos da la paz que no puede dar el mundo, mediante el mandamiento del amor a Dios EN el amor a todos como hermanos, especialmente a los más necesitados.
La paz coincide con la construcción del reinado/soberanía de Dios en el mundo que acontece cuando cumplimos la voluntad del Padre, amándonos como hermanos, en el reconocimiento de que todos somos sus hijos.
El reinado de Cristo es reinado de paz y superación del pecado personal y del mal estructural y social.
La doctrina social de la Iglesia se deriva de la dimensión social del ser humano y de la fraternidad universal que brota del Evangelio.
La paz que Cristo nos trae brota de la justicia y de la solidaridad entre los hombres.
La paz es una tarea que no acaba, una conquista permanente que coincide con la construcción del reinado de Cristo en el mundo.
La paz no es ni única ni solamente ausencia de guerra.
Violencia, inequidad, injustica y tantas formas de muerte son manifestaciones del pecado personal y del mal social y atentan contra la paz y contra la paz social.
Toda forma de desigualdad e injusticia en el orden social, político, económico y cultural es un atentado contra la paz social porque es un atentado contra la dignidad de la persona humana.
El progreso integral, personal y social, sólo se alcanza en el trabajo por la paz.
La Iglesia, sacramento-signo de Cristo, predica y construye la paz en el mundo, con hechos y con palabras, a semejanza y en seguimiento de Jesús de Nazaret.
La evangelización, tarea de la iglesia es sinónimo de construcción de la paz/reinado de Dios en el mundo.
Todo discípulo es, en el mundo, un enviado a construir la paz.
La Iglesia y sociedad han de educar al ser humano y al discípulo para la construcción permanente de la paz, como civilización del amor y cultura de la vida, en contra de la cultura de la muerte.
EL PAPA FRANCISCO Y LA PAZ
El Papa Francisco, ante el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, se preguntaba “¿Cómo se puedan restaurar los hilos de la paz?”, en un tiempo tan convulso, en una humanidad con tantos y tan diversos conflictos y frentes que atentan contra la paz. Conflictos que van desde los pequeños e individuales que angustian el corazón del hombre hasta los conflictos bélicos mundiales que a todos nos sacuden e implican.
Frente a esta vasta y compleja realidad tan urgida de paz: ¿Qué hacer? ¿Qué hacer desde nuestras confesiones religiosas? ¿Qué hacer desde nuestros credos e iglesias? ¿Qué hacer desde nuestras instancias institucionales políticas y económicas? ¿Qué hacer desde nuestros ámbitos personales y profesionales?
En la Pacem in Terris, Juan XXIII afirmó que la paz es posible y se construye mediante cuatro bienes o pilares fundamentales: la verdad, la justicia, la solidaridad y la libertad. El Papa Francisco – por su parte - sugiere tres ámbitos sociales y universales sobre los que la Iglesia y la humanidad entera deberían poner mayor y más eficaz atención si queremos construir la paz: el fenómeno de las migraciones humanas, el mundo de la economía y el trabajo y el cuidado de nuestra casa común.
En su ya vasto magisterio sobre la paz, el Papa Francisco nos ha recordado, además, que el diálogo es el camino para la paz pero que no basta hablar de paz, sino que hay que construirla para no caer en cinismos o hipocresías. Que la paz no es un producto industrial sino artesanal. Que la paz se construye en el consenso, encuentro y confluencia del “nosotros”.
Siguiendo en la línea de sus predecesores, el Papa Francisco habla de la “civilización del amor” en la que – mediante la solidaridad - todos podamos sentirnos convocados” (Fratelli Tutti, 183)
Además, y como lo podemos constatar, ingresando a la página web de LA CONFERENCIA DE OBISPOS CATÓLICOS DE LOS ESTADOS UNIDOS (USCCB), son incontables las alusiones, exhortaciones, referencias, oraciones, jornadas y mensajes a presidentes de turno y al pueblo de Dios que peregrina en los Estados Unidos sobre el tema de la paz.
“¿Cómo se puedan restaurar los hilos de la paz?”. De todo lo anterior se desprende nuestra reflexión, convicción y respuesta que exige dos tareas:
5.- FORMACIÓN Y ACCIÓN. Formación para tomar conciencia de nuestro rol humano, cristiano, político y social en la construcción de vidas y comunidades en paz. Y acción en acciones concretas, organizadas, cotidianas y permanentes con las cuales ir construyendo espacios de reinado de Dios, de vida abundante, de paz.
5.1.- FORMACIÓN Y PARTICIPACIÓN POLÍTICA PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ SOCIAL.
Esta ingente tarea y responsabilidad de todos los que conformamos la Iglesia de Jesucristo exige, en primerísimo lugar, la necesidad urgente de formación integral y permanente de todos los que somos la Iglesia: de los laicos, de los consagrados y de los ministros ordenados en temas eclesiales, teológicos, científicos, culturales, sociales, políticos, económicos.
Formación sin la cual no se puede evangelizar con inteligencia, con conocimiento y de manera adecuada al mundo. Formación sin la cual fracasan los planes pastorales parroquiales o diocesanos con los que se quiere impregnar de la lógica del Evangelio las relaciones, estructuras y diferentes áreas de la convivencia humana y de la vida en sociedad.
Evangelización de estas áreas sociales no por apetencia de más poder o por roce y complicidad con las élites sociales, en busca de privilegios y honores, sino para hacer posible - en las relaciones y estructuras sociales - la presencia de criterios y valores evangélicos que van construyendo el reinado de Dios.
Son incontables las muchas veces y la urgencia con la que el magisterio de la Iglesia de las últimas décadas urge por la formación de todos en la vida de la Iglesia, formación de la fe como una tarea crítica y autocrítica, para que – en el mundo – seamos capaces de dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza (Cfr. 1 Pe 3,15).
La inteligencia del hombre y sus logros que se prueba y se jacta en tantos ámbitos y temas del conocimiento humano, tiene que ser, primero y sobre todo, para el conocimiento de Dios, Creador y Padre y para una experiencia de fe y de vida cristiana inteligente, consciente, razonada y razonable.
Igual de abundante, permanente y urgente son las exhortaciones del magisterio eclesial para que los laicos asuman su puesto en la vida de la Iglesia, con sentido de responsabilidad, compromiso y pertenencia, desde una visión de la Iglesia no piramidal, jerárquica y clerical sino desde una imagen de la Iglesia: Pueblo de Dios, Cuerpo y Sacramento de Cristo en el mundo. Imágenes en las que, con Cristo al centro de la vida eclesial, todos nos sabemos hermanos, iguales en la dignidad de los hijos de Dios, distintos en la diversidad de dones, carismas y servicios. Y, al mismo tiempo, para que todos seamos capaces de leer la realidad y “lo político a partir del Evangelio y no al contrario”. (DP 559)
Pasaron ya más de cuatro décadas desde que los obispos reunidos en Puebla de los Ángeles, soñando con la evangelización para el futuro en América latina exhortaban a poner “de relieve la importancia de los laicos… cuando, cumpliendo la misión que les es propia, son enviados como su vanguardia, en medio de la vida del mundo, para rehacer las estructuras sociales, económicas y políticas, de acuerdo con el plan de Dios. Y, al mismo tiempo, pedían “potenciar todos los instrumentos de formación, de modo particular los propios del campo de la cultura para lograr un laicado maduro y evangelizador. (DP 154 – 155).
El Papa Francisco construye su doctrina de “la mejor política”, afirmando que “para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común. En cambio, desgraciadamente, la política hoy con frecuencia suele asumir formas que dificultan la marcha hacia un mundo distinto. (FT 154)
Así, la vida ciudadana como ejercicio de la política o el ejercicio de la política como elección profesional partidista y de quehaceres electorales y gubernamentales no es, primeramente, un asunto de leyes sino de convivencia ética, vale decir, de convivencia que busca – mediante el don de la amistad entre los hombres – el bien de todos.
Urge formar y educar para la paz. Urge una educación familiar y escolar que despierte los valores universales presentes, como impronta y sello, en la naturaleza y el corazón de todo hombre, para que la paz sea posible como fruto del respeto por la justicia, la equidad, la verdad, la libertad y la solidaridad.
Urge educar en los derechos humanos, en el sentido de la vida, en el arte de vivir, en la subversión y en la utopía, en la no-violencia, en la bondad, en el espíritu de acogida, en la sabiduría. Urge poner a la persona en primer lugar, construir una civilización de la vida y del trabajo, optar por los pobres, construir un mundo solidario y fraterno… (Cfr. VASQUEZ – BORAU, J.L. – CONSTRUCTORES DE PAZ – EDUCAR PARA LA NO-VIOLENCIA ACTIVA y CELAM - CIVILIZACION DEL AMOR – TAREA Y ESPERANZA y Aparecida 541)
5.2.- DE LA FORMACIÓN TEOLÓGICO-POLÍTICA A LAS ACCIONES QUE CONSTRUYAN LA PAZ SOCIAL
La vida política, entendida - en el sentido griego y amplio –como participación en la búsqueda del bien común de la polis, de la ciudad, de la sociedad, ni se identifica ni se agota con los partidismos, con las ideologías, sino que se ensancha y enriquece – a partir del amor fraterno y evangélico – hacia la búsqueda de los valores más profundos, más hondos, más ciertos y verdaderos inscritos en el corazón de todo hombre como impronta del Dios Creador en sus creaturas.
Sabiamente los pastores latinoamericanos reunidos en Puebla enseñaron sobre la relación entre Evangelización y Política diciendo que “la dimensión política, constitutiva del hombre, representa un aspecto relevante de la convivencia humana. Posee un aspecto englobante, porque tiene como fin el bien común de la sociedad. La fe cristiana no desprecia la actividad política; por el contrario, la valoriza y la tiene en alta estima. La Iglesia siente como su deber y derecho estar presente en este campo de la realidad: porque el cristianismo debe evangelizar la totalidad de la existencia humana, incluida la dimensión política”.
Al mismo tiempo, los obispos critican a quienes tienden a reducir el espacio de la fe a la vida personal o familiar, excluyendo el orden profesional, económico, social y político, como si el pecado, el amor, la oración y el perdón no tuviesen allí relevancia. En efecto, la necesidad de la presencia de la Iglesia en lo político proviene de lo más íntimo de la fe cristiana… Un mensaje que libera porque salva de la esclavitud del pecado, raíz y fuente de toda opresión, injusticia y discriminación.” (DP 515 -517)
Así, la búsqueda cristiana y política del bien común, de la solidaridad, de la verdad, de la justicia, de la libertad para la paz es la búsqueda y construcción permanente, de la soberanía o reinado entre nosotros, del “cielo nuevo en la tierra nueva” que anhelamos.
Y, si – desde este horizonte – toda acción que busque el bien de los hermanos es política, toda indiferencia y apatía al respecto también es “política”, pues nuestras negligencias y omisiones en este campo abren el paso a los anti-valores, a la corrupción, al mal, a tantas formas de injusticia, violencia y muerte.
No hay, entonces, en la política posturas neutrales, asépticas, imparciales como no puede haber verdadera experiencia de discipulado inocua, ambigua e indefinida, porque “el que no está conmigo está contra mí y el que no recoge conmigo, desparrama” (Mt 12,30).
“En este punto – dice el Papa Benedicto - se sitúa la DOCTRINA SOCIAL CATÓLICA: No pretende otorgar a la Iglesia un poder sobre el Estado. Tampoco quiere imponer a los que no comparten la fe sus propias perspectivas y modos de comportamiento. Desea simplemente contribuir a la purificación de la razón y aportar su propia ayuda para que lo que es justo, aquí y ahora, pueda ser reconocido y después puesto también en práctica.” (DCE 28)
Y añade el Papa: “El deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos. Como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública. Por tanto, no pueden eximirse de la «multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común»
Aunque las manifestaciones de la caridad eclesial nunca pueden confundirse con la actividad del Estado, sigue siendo verdad que la caridad debe animar toda la existencia de los fieles laicos y, por tanto, su actividad política, vivida como «caridad social» (DCE 29)
6.- UNAS CONCLUSIONES
LA IGLESIA, MEDIANTE SU MISIÓN Y TAREA EVANGELIZADORA, tiene el encargo y la responsabilidad de ser constructora de paz como presencia del reinado de Dios en el mundo; siendo espacio de misericordia para todos, como Jesús de Nazaret, en su pueblo y tiempo, fue sacramento del Padre, siendo espacio de misericordia y acogida para todos.
Los discípulos de Cristo, en Iglesia y para el mundo, hemos de ser obreros incansables por la paz, la paz del Evangelio, mediante la solidaridad fraterna. Paz en solidaridad que es construcción del reinado de Dios en el mundo, mediante el mandamiento nuevo del amor, que nos hermana a todos universalmente.
Ahora bien, ante este despertar de una conciencia universal en favor de la paz, y ante nuestro ser y quehacer como creyentes en Cristo, miembros de la Iglesia y líderes en nuestras profesiones y en distintas áreas de la vida social, hemos de preguntarnos por nuestras acciones concretas en favor de la paz como “vida abundante” para todos y por nuestro compromiso y acciones concretas en contra de todo lo que atenta contra la paz, en contra de lo que podemos llamar “cultura de la muerte”.
Urge una espiritualidad cristiana que comprenda, viva y construya la paz como el valor fundamental y universal del hombre y de la existencia humana y cristiana.
Nuestra situación es de pecado e injusticia, que se va deteriorando gravemente en muchos países, todo lo cual exige que nuestros ámbitos sociales sean iluminados con la luz del Evangelio (Río 80, DP 328, 1032, 1269, 437, (Aparecida 78,501)
La misión evangelizadora pasa, necesariamente y primero, por una actitud de permanente autocrítica o conversión, al interior de la Iglesia, confrontados siempre con el Evangelio, a nivel personal y comunitario, para despojarnos de toda actitud que no sea evangélica y que desfigure – en nosotros - el rostro de Cristo. (DP 1118, 972)
La política no es un ejercicio de publicidad, de discursos mentirosos, de búsqueda de privilegios e intereses particulares. La política es ante todo, un ejercicio cotidiano de valores e intereses comunes compartidos en la búsqueda del beneficio de todos, especialmente de los más necesitados de la polis, de la sociedad.
El ejercicio de la política cotidiana, con nuestros, hechos, palabras y actitudes ciudadanas o el ejercicio profesional en el liderazgo social político hace que todos nos salvemos o que todos nos hundamos, porque somos profundamente solidarios y corresponsables en el bien, pero también en el mal.
“No hay duda de que las condiciones para establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la reconciliación y el perdón. De esta toma de conciencia, nace la voluntad de transformar también las estructuras injustas para establecer respeto de la dignidad del hombre creado a imagen y semejanza de Dios… La Iglesia no tiene como tarea propia emprender una batalla política, sin embargo, tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia” (Aparecida 546)
Permítanme terminar estas reflexiones sobre la solidaridad como vía hacia la paz, con unas líneas de “EL CATACLISMO DE DAMOCLES”: un discurso magistral sobre el tema de la paz, de nuestro premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez, en Ixtapa, México, en 1986.
“Con toda modestia, pero también con toda la determinación del espíritu, propongo que hagamos ahora y aquí el compromiso de concebir y fabricar un arca de la memoria, capaz de sobrevivir al diluvio atómico. Una botella de náufragos siderales arrojada a los océanos del tiempo, para que la nueva humanidad de entonces sepa por nosotros lo que no han de contarle las cucarachas: que aquí existió la vida, que en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad. Y que sepa y haga saber para todos los tiempos quiénes fueron los culpables de nuestro desastre, y cuán sordos se hicieron a nuestros clamores de paz para que esta fuera la mejor de las vidas posibles, y con qué inventos tan bárbaros y por qué intereses tan mezquinos la borraron del Universo.”
*** Las palabras y frases entre comillas son de FRANCISCO, en su Encíclica Fratelli Tutti.
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