Padre Mariano Merchán Serrano misionero, in memoriam Padre Mariano: "Hago lo que debo, aunque deba lo que hago"
"Se lo ha llevado la pandemia en su Toledo querido. Fuensalida, Puente del Arzobispo y otros, los conocía yo por lo que él me contaba de sus andanzas y sus tiempos con el Cardenal Tarancón. Luego se vino a Ecuador"
"Su parroquia tenía 43 pueblos que recorría en una moto. Cuando se rompió la cadera, tuve que alojarle en mi casa y ponerle en el segundo piso para que no pudiera bajar las escaleras y regresar al pueblo"
"Mariano era un dínamo en todo el sentido de la palabra: comunas campesinas, cooperativas de pescadores, de zapateros, cultivadores de paja toquilla, construir pozos, escuelas, capillas"
"Mariano era un dínamo en todo el sentido de la palabra: comunas campesinas, cooperativas de pescadores, de zapateros, cultivadores de paja toquilla, construir pozos, escuelas, capillas"
| Anastasio Gallego
Este era el lema del P. Mariano Merchán Serrano para los que vivimos en Ecuador, y Don Mariano, para los de Toledo.
Hoy ha muerto del coronavirus. Se lo ha llevado la pandemia en su Toledo querido. Fuensalida, Puente del Arzobispo y otros, los conocía yo por lo que él me contaba de sus andanzas y sus tiempos con el Cardenal Tarancón. Luego se vino a Ecuador.
Esta mañana me desperté como a las cuatro y media de la mañana, no lograba conciliar nuevamente el sueño y me puse a repasar la vida del P. Mariano, a quien conocí el año 1976, cuando él era párroco de la parroquia de Santa Catalina de Colonche, en la hoy provincia de Santa Elena, en la costa de Ecuador. Su parroquia tenía 43 pueblos que recorría en una moto. Como me dijo una vez: “esta navidad, Noche buena, Navidad y el día siguiente, he celebrado 14 misas”. Cuando ya se hizo de día me llegó la noticia de su muerte.
Mariano era un dínamo en todo el sentido de la palabra: comunas campesinas, cooperativas de pescadores, de zapateros, cultivadores de paja toquilla, construir pozos, escuelas, capillas: “hacer comunidad”, decía siempre. Estuve con él en reuniones de formación con más de 200 catequistas, solo de su parroquia, de sus consejos pastorales de cada pueblo. Pero también arqueólogo, pues vivía en una comunidad llamada Valdivia, cuna de una de las culturas de la costa con más de 1000 años de historia.
Por su casa pasaban investigadores sociales, arqueólogos, ministros de estado, gobernadores, pero, sobre todo, enfermos de toda clase. El dispensario que creó era el único en 100 km. a la redonda, junto con una enfermera, Marina, de Plasencia. Ahí iba el dentista, el médico cuando ya los hubo. Se sanaban cuerpos y almas.
Las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) las llevaba en el alma, un alma latinoamericana, pues Vaticano II, Medellín, Puebla, Santo Domingo le encendían su celo pastoral.
De su parroquia lo sacaron para que dirigiera el Seminario arquidiocesano, pero volvió a su costa querida, los suburbios de La Libertad. Ahí construyó una bella iglesia con el lema de que “Los pobres tienen derecho a la belleza”. Y junto a la iglesia, un centro de salud con quirófanos, habitaciones y todo lo necesario. Fue nombrado Vicario Episcopal de la región y su preocupación y cuidado eran los sacerdotes jóvenes, desperdigados por la enorme geografía.
¿De dónde le llegaba el dinero para todas las obras? Una anécdota que me contó: “Un día me visitó una persona desconocida, le mostré lo que hacíamos y al despedirse me dijo: He venido a conocerle, porque leí una publicación, "Cien santos vivos", y dice que usted es uno de ellos”. Se fue y me dejó en el bolsillo de mi guayabera un cheque de 10.000 dólares. Cómo vino, no sé”. Y si no llegaba el dinero… pues hacía lo que debía aunque debiera lo que hacía.
En los avatares de la vida, una caída le rompió la cadera. Donde vivía no había cómo hacerle una radiografía. En el suelo de una furgoneta le trajeron a Guayaquil, 150 km. Yo le recibí a la entrada del hospital y ahí empezó nuevamente el milagro: el médico cardiólogo dijo que no cobraba nada; el cirujano que no le conocía de nada, me dijo que le eran suficientes unas indulgencias; otros amigos que se enteraron abrieron una cuenta a su favor. Total que al salir del hospital salió con una prótesis y dinero sobrante para sus obras. Claro, tuve que alojarle en mi casa y ponerle en el segundo piso para que no pudiera bajar las escaleras y regresar al pueblo.
Pero lo más impresionante era su vivencia espiritual, su espíritu de oración y de servicio, de diálogo, su estar siempre abierto y su casa abierta para todos, con un espíritu de pobreza para sí y todo para los demás. Se hizo amigo del dueño de un almacén que vendía bombas para riego (su pasión era la agricultura y nos contaba sus cooperativas campesinas cuando salió del seminario de Toledo, en Puente del Arzobispo, creo). Y siempre le decía: “P. Mariano, qué desperdicio de empresario es usted”. Claro, conseguía las bombas a mitad de precio y, como el vendedor era ingeniero agrónomo, también le llevaba a asesorar a los campesinos.
Años después, lo que es la vida, hablando con José Manuel Vidal, éste me dijo que esa publicación la había hecho o diseñado él. Quien siempre estuvo rodeado y en medio de la gente, de los campesinos, de los pescadores, de los zapateros, de las mujeres que hacían corte y confección y criaban pollos para la venta; que dirigió un tiempo el Seminario, que fue condecorado por el Presidente de la Comunidad de Castilla-La Mancha y por los dos Municipios de la costa que se movilizaron para que el Arzobispo no se lo llevara… que regresó a Ecuador el año 2016 para ayudar en el terremoto a sus 86 años…
Muere solo, víctima de la pandemia y, según me dice un amigo de Toledo, solo pueden estar seis personas en el tanatorio. Hasta para morir se tomó su tiempo de retiro. No sé si Toledo sabe y valora lo que se ha perdido en esta pandemia en la persona de Don Mariano Merchán, que si le dijeron santo vivo, ahora es doblemente santo.
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