"Sus redactores, Ratzinger y el actual prelado del Opus Dei, fallaron en la caridad" Macario Ofilada, teólogo: "'Dominus Iesus' ha desatado esta oleada de violencia entre religiones"
"Es un documento cristológico formidable y colosal, pero no es cristiano"
"¿Por qué este aire de superioridad excluyente y exclusivista? ¿A qué se debe este miedo o falta de respeto a religiones no-cristianas?"
| Macario Ofilada, teólogo filipino
La horrible serie de atentados en Sri Lanka, el Domingo de Pascua 2019, me ha hecho pensar mucho. Seguramente se desatarán más reacciones violentas. Que Dios nos pille confesados. Ya provocó la ira del Cardenal de Colombo quien, según los medios, ha pedido que se les castigue a los autores sin piedad por haberse portado como animales. Le comprendo.
Esta carnicería inútil y deplorable ha hecho que se me levanten los pelos en furia, en tristeza, en amargura. La Pascua es celebración de la vida. Se convirtió en una masacre, en un triunfo aparente de la violencia. En mis reflexiones estos días, me han venido a la mente las palabras lapidarias del teólogo disidente suizo Hans Kûng: "No hay paz sin paz de religiones".
Yo no soy un admirador de este personaje, pero hay que reconocer la belleza literaria de sus escritos teológicos y el impacto de los mismos — si bien carece de originalidad. En su caso, es la fuerza expresiva y sugerente la que anima su pensamiento.
En su larga historia, nuestra iglesia, lamentablemente, ha fomentado la violencia religiosa. Y creo que una muestra reciente de este hecho es la Declaración de la CDF en 2000, aprobada y firmada por el entonces prefecto, el Cardenal Joseph Ratzinger.
Uno de los redactores principales de esta declaración es el actual prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz, co-autor de un manual excelente de cristología dogmática que he vuelto a leer por lo menos diez veces por su densidad y coherencia. Es admirable la reafirmación de la cristología tradicional de la iglesia, pero este documento — escrito con lógica impecable — ha fallado en algo fundamental: en la caridad. La raíz cristológica será intachable, pero su visión soteriológica y eclesiológica es defectuosa. Este hecho lamentable anula la grandeza de todos los esfuerzos intelectuales por lo que se elaboró esta declaración.
No quiero repetir lo que afirma esta declaración (que es una traición del espíritu ecuménico y abarcador del Concilio Vaticano II). No solo me duele recordarlo, sino que me avergüenzo de todo ello. Sobre todo a estas alturas de la época de la globalización en la que, gracias en gran parte a los medios de comunicación, nos sentimos más unidos como miembros de la misma raza humana.
Consecuentemente, yo me hice eco de las críticas a este documento, no solo de los ortodoxos, anglicanos y otros grupos, sino también de respetados teólogos católicos como el Cardenal Walter Kasper y otras figuras próceres como el P. Timothy Radcliffe. Gracias a estos autores no he perdido esperanza en la Iglesia Católica cuando algunos católicos me marginaron por ser muy caritativo con nuestros hermanos ortodoxos, anglicanos, protestantes y no-cristianos.
Tras mi primera lectura de DOMINUS IESUS me hice las siguientes preguntas, y las sigo haciendo hasta la fecha: ¿Quiénes somos nosotros para decir que los cuerpos protestantes no son iglesias en sentido estricto y que tienen defectos?¿Por qué este aire de superioridad excluyente y exclusivista? ¿A qué se debe este miedo o falta de respeto a religiones no-cristianas? ¿A qué se debe este miedo, propio de personas con trastornos mentales, a las perspectivas relativas?
Es inevitable que haya percepciones individuales o relativas, dado que la vivencia de la realidad se hace concreta en vivencias distintas con perspectivas diferentes, prismas no siempre convergentes, situaciones siempre no similares. Entonces, ¿por qué no se puede encontrar a Dios y su plan salvífico en tradiciones no-cristianas? ¿Podemos los católicos acaparar la salvación cuando es un don gratuito ofrecido por Dios a todos?
Jesucristo, el Hijo de Dios y Redentor de los Hombres, no pensaría de este modo. ¿Por qué queremos reducir la verdadera eclesialidad a un concepto radicalmente clerical insistiendo en un episcopado válido, en una ortodoxia que muchas veces dista de la ortopraxis? ¿Por qué los católicos debemos pensar que somos los mejores, identificarnos como seres superiores en vez de identificarnos con los más pequeños como hizo Jesús? ¿Por qué queremos extraviarnos de lo que dijo la Lumen Gentium hace tiempo, que elementos de la iglesia fundada por Jesucristo subsiste en la Iglesia Católica y en otros cuerpos cristianos? ¿No queremos partir el pan con ellos? ¿Estamos seguro de que Jesucristo quiere seguir partiendo el pan de nosotros si seguimos excluyendo a los demás de su mesa?
Estos aires de superioridad, de exclusivismo, de piedad cerrada en sí misma lo que consiguen es reducir la eclesialidad o la catolicidad al signo visible que es el Papa. Son elementos en el pensamiento ultra-platónico (o ultra-lejano) de la realidad cotidiana y compartida de Joseph Ratzinger. Este es el mismo que, desde el 11 de febrero de 2013, ha dejado de reinar como Benedicto XVI. Su manifestación más reciente es un artículo deplorable en una publicación alemana para sacerdotes.
Una consecuencia lamentable de este tipo de planteamientos es la violencia contra los otros, contra las demás religiones, provocando así una oleada interminable de violencia religiosa no sólo entre cristianos y otras tradiciones sino entre cristianos también.
Esta falta de caridad, — y la verdad solo puede ser verdadera si es caritativa y la caridad es caritativa solo si es verdadera — hace que una verdad, por muy objetiva que sea, se reduzca a chabacanería de intelectuales prepotentes que se creen con derecho a acaparar la verdad.
Peor aún es cuando esta misma chabacanería echa más leña al fuego ya ardiente de la violencia religiosa proyectada hacia los otros, no solo en lo que se vivió en Sri Lanka hace unos días, sino en lo que está pasando dentro de la misma iglesia católica con los abusos sexuales.
La violencia religiosa nace del poder institucionalizado y el clericalismo católico con sus pretensiones de mesianismo, carrerismo e insistencia en la superioridad de una jerarquía o estado ontológico específico frente al laos o asamblea que es el Pueblo de Dios.
La violencia religiosa es fruto, y a la vez raíz, de la actitud religiosa que aboga DOMINUS IESUS y sus autores y propagadores. Su pensamiento intolerante y anti-caritativo sigue haciendo estragos en la vida eclesial que necesita curarse, así como curar a los heridos que tenemos en nuestros seminarios, lugares de formación y parroquias. Necesita cicatrizar a los heridos dentro y fuera de la comunión eclesial visible, a la vez que proyectar una imagen de credibilidad, fiabilidad, respetabilidad en este mundo de falsedades, descalificaciones e intolerancias.
La verdadera iglesia fundada de Cristo no es un estado histórico fijo sino una vocación — una constante conversión y renovación, cuyo dinamismo, origen y camino es la caridad — de que la verdad se manifieste por encima de partidismos hirientes, tergiversaciones ideológicas y abusos inhumanos.
La iglesia tiene que caminar en el mundo. El mundo tiene que caminar como iglesia, pero no como estructura monolítica, sino con diversos rostros que reflejan con voces (a veces discordantes, pero siempre al unísono) el rostro de Jesucristo, la voz del Buen Pastor que quiere llevar a sus ovejas a pastos verdes y prósperos, lejos de los lobos rapaces, cerca de las fuentes vivificadoras que también es Llama de Amor Viva, como dijera san Juan de la Cruz, el Espíritu de Dios, la mismísima Vida de Dios derramada en los hombres.
DOMINUS IESUS es un documento cristológico formidable y colosal, pero no es cristiano. Ante todo, debe estar la caridad. Esta se vive solo en el ecumenismo, en la tolerancia, en la fraternidad con el otro.
Lamento decir que DOMINUS IESUS ha desatado, de alguna manera, esta oleada de violencia entre religiones y ya ha provocado las violaciones sobre todo de tipo clerical dentro de la iglesia por su tono con que reverberan los acordes del mesianismo, ritmos del carrerismo y aires de superioridad institucional.
P.D. No se olviden de aquella conferencia famosa en la Universidad de Regensburgo en septiembre de 2006. Recuerden que, como resultado, hubo una oleada de violencia provocada por las palabras imprudentes de un profesor con su uso de un texto controvertido olvidando o queriendo poner a un lado que ya no es un miembro del claustro, sino el Sucesor de Pedro y cuyo ministerio es la unidad que sólo puede lograrse mediante la caridad.
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