Pretendemos ofrecer una respuesta capaz de dialogar y enriquecerse con los diversos, sesudos y esforzados intentos de presentar marcos políticos viables para una transición ecológica justa. Lo queremos hacer honestamente, sin pretender aportar una solución alternativa, pero colaborando en la tarea desde una posición cristiana que condensamos en la expresión: el salto de la fe consiste en esperar en aquello que, con ojos humanos, parece imposible.
La resurrección de Jesús crucificado es el evento desde el cual los discípulos que nos transmitieron la experiencia de acompañarlo en su fracaso hasta la cruz, acertaron a comprender que el aliento que les movió a despertar de su abatimiento y desesperanza era ni más ni menos que la presencia del mismo Dios en la vida, pero sobre todo en la muerte del Crucificado. Allí entendieron la significación de una divinidad que no solamente se abajó a confundirse con una persona humana, sino que lo hizo para significar que quería dar vida a los que vivían la más miserable de las existencias, los desesperados de este mundo.
Esa misma experiencia de la resurrección, fundamento de nuestra fe, es el pilar de la esperanza que queremos compartir en medio de los intentos por comprender mejor los elementos que amenazan la degradación de la vida en la casa común y también las respuestas que se gestan por doquier, constatando que el empuje de bondad y fraternidad, que nosotros atribuimos a la creación y al Espíritu que la sigue alimentando, sigue actuando en las grietas y los márgenes del sistema.
Nuestro camino es el camino de muchas más personas y grupos que confían en el poder de la solidaridad, la verdad y la justicia, pero queremos explicitar nuestras motivaciones profundas porque entendemos que constituyen un “combustible renovable” de larga duración que puede contribuir a enfrentar los grandes retos y, con toda modestia, ofrecer ingredientes originales en la construcción común de la fraternidad que va resurgiendo de entre la descomposición que ya experimentamos dolorosamente.
No son pocos los científicos filósofos o activistas que trabajan activamente por la transición ecológica justa, que consideran la renovación de los valores humanos que rigen nuestra existencia, como cambio fundamental para un futuro mejor de la humanidad. Entre ellos, también los hay que afirman que una espiritualidad que reconozca nuestro ser biológico como partícula dependiente de la naturaleza, la hermandad universal, la transcendencia y la frugalidad, ha de ser un signo vital que favorezca la reconstrucción social y ambiental.
En ese marco, los cristianos de Cáritas nos sentimos comprometidos con la tarea de sensibilización y de acción para ayudar a reducir las diferencias en el reparto de las riquezas, fundamento económico de la degradación socioambiental, desde la situación de los más desfavorecidos, como nos exige nuestra voluntad de seguimiento de Jesús, mientras incrementamos el conocimiento de los problemas socioambientales globales en las comunidades eclesiales y en los cercanos “territorios de exclusión”, en su doble dimensión de búsqueda activa de la justicia social y de la justicia ambiental.
Esa tarea ingente da para muchos esfuerzos y va a requerir de mucha energía para combatir el desánimo, y creemos que en ese horizonte del desánimo, cuando las fuerzas humanas menguan en las coyunturas desfavorables, queremos aportar nuestra convicción de que la resurrección es una promesa de plenitud posible para la humanidad, que también se podrá saborear a este lado de la eternidad.
En esos momentos, la vivencia espiritual, que brota del interior pero que se nutre de los ojos abiertos a la compasión profunda con los desposeídos y con las heridas de la creación, apela a la admiración, la alabanza, la humildad para sentir la fuerza creadora que existe en toda la vida que nos rodea.
Los que nos sentimos comunidad eclesial lamentamos que nuestro propio testimonio no sea capaz de transparentar el ideal de persona humana al que nos queremos parecer siguiendo a Jesús. Las pinceladas que nos lo retratan son las de sus seguidores cercanos que coinciden en describirlo como una persona atenta al mundo rural en que vivía, pues los relatos doctrinales que se le atribuyen (parábolas) están preñados de referencias a la vida y las labores del campo, de alusiones a la naturaleza, de forma que el estilo de vida que propone se aleja totalmente de la acumulación y del ansia de riqueza y practica, contra la cultura judía a la que pertenece, compartir lo propio con los que más lo necesitan.
Su visión de la solidaridad es tan radical que en la parábola del buen samaritano, presenta a un extranjero como ejemplo de la atención al desposeído y apaleado, frente a la indiferencia de los líderes religiosos judíos. En su grupo caben personas de toda condición, mientras que en su vida tienen atención preferente los excluidos y proclama que quienes deseen ser próximos a Dios serán más valorados por sus acciones solidarias que por sus actos piadosos. Se mostró convencido de que los últimos habían de ser los primeros en el banquete ofrecido por el Creador para la culminación de la historia bajo el signo de la bondad y la alteridad suprema. La superación de la descomposición socioambiental que estamos viviendo ha de venir de cambios estructurales impulsados por personas con virtudes como las que mostró Jesús en su tiempo.