El Catholic Women Council (CWC) dice basta a la misoginia y a la subordinación La lucha por los derechos de las mujeres en la Iglesia: ¿urgencia o carrera de fondo?

Catholic Women Council (CWC)
Catholic Women Council (CWC)

¿Qué sentido tiene la distinción de género a la hora de asignar funciones y roles?

Más allá de la tradición patriarcal, ¿qué determina que las mujeres sean mejores para los cuidados y los hombres estén más dotados para guiar a la comunidad?

Hoy, el Catholic Women Council (CWC) es ya una red global consolidada. Ha puesto nombre al abuso y a la desigualdad que viven las mujeres dentro de la Iglesia. Y ha dicho basta al encubrimiento, a la misoginia y a la subordinación

(Cristianisme i Justícia).-Poco después de que en 2017 el Me too denunciase la violencia contra las mujeres en el mundo civil, el movimiento feminista devino también una voz profética dentro de la Iglesia. Diversas iniciativas eclesiales han ido vertebrando una respuesta a la herida y al sufrimiento que genera la discriminación estructural. Y en marzo de 2020 ya teníamos en las calles nuevas manifestaciones públicas a favor de la dignidad y la igualdad de las mujeres en la Iglesia.

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Sin inteligencia pastoral, no se puede captar el potencial regenerador de estos movimientos. Así como el trabajo por la paz o la conversión ecológica integral son ámbitos en los que el magisterio social de la Iglesia tiene mucho que decir, la perspectiva feminista puede ayudar a repensar de arriba abajo cómo nos organizamos y cómo celebramos la fe de una manera más fraternal.

Mujer en la Iglesia

"Sin inteligencia pastoral, no se puede captar el potencial regenerador de estos movimientos"

Hoy, con más de cinco años de trayectoria y una pandemia de por medio, el Catholic Women Council (CWC) es ya una red global consolidada. Ha puesto nombre al abuso y a la desigualdad que viven las mujeres dentro de la Iglesia. Y ha dicho basta al encubrimiento, a la misoginia y a la subordinación. Su trabajo consistente les ha otorgado visión y experiencia. En este proceso han tejido una red de apoyo mutuo desde una actitud atenta y de plegaria. El feminismo creyente expresa un modelo de Iglesia que vive la fe caminando por el mundo y no desde un laboratorio sin riesgo alguno. ¿Desde dónde si no podemos construir los cristianos el Reino de Dios?

"Hoy, el Catholic Women Council (CWC) es ya una red global consolidada. Ha puesto nombre al abuso y a la desigualdad que viven las mujeres dentro de la Iglesia. Y ha dicho basta al encubrimiento, a la misoginia y a la subordinación"

Poco a poco, han logrado cierto reconocimiento fuera de la institución, para que el feminismo civil las cuente también en su lucha. Transitar entre estas dos realidades las ha colocado en un camino incómodo, pero no lo han abandonado y se han hecho escuchar. De este modo han formulado preguntas significativas en la esfera pública: ¿Qué sentido tiene la distinción de género a la hora de asignar funciones y roles? Más allá de la tradición patriarcal, ¿qué determina que las mujeres sean mejores para los cuidados y los hombres estén más dotados para guiar a la comunidad?

Desde el convencimiento de una igualdad básica, nace el primer reto: revisar la autoimagen de la mujer dentro de la Iglesia. Aquí hay trabajo. Se necesita mucha formación y toma de conciencia para no perpetuar desigualdades. El feminismo es sinónimo de movilización, pero también de reflexión serena y de estudio científico. No es fácil promover un cambio cultural y de mentalidad. Hay que desaprender el clericalismo para volver a la esencia del Evangelio, necesitamos una antropología que supere las enseñanzas recibidas sobre la complementariedad hombre-mujer y que profundice en la dignidad y los derechos entre iguales.

"Salir a la calle ayuda a visibilizar el conflicto y a contagiar la esperanza de superarlo como comunidad de creyentes"

Uno de los principales méritos de estos movimientos es haber entendido que reivindicar los derechos de las mujeres en la Iglesia es una carrera de fondo. Como también lo es la defensa permanente de los derechos humanos: siempre urgente y siempre inacabada. Son procesos que requieren tiempo y no se agotan con manifestaciones de un solo día. En cualquier caso, salir a la calle ayuda a visibilizar el conflicto y a contagiar la esperanza de superarlo como comunidad de creyentes.

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No siempre es fácil mantener la confrontación y hacer aflorar un conflicto latente. El desgaste y la frustración que viven dentro de la Iglesia lo han puesto negro sobre blanco. En sus objetivos han incluido escuchar a las víctimas de abusos sexuales, de poder y de conciencia. Han asumido el rol de amplificar todas las voces silenciadas. Han sabido afrontar conversaciones que generan malestar. Y, desde esta difícil situación, han aprendido a recordar la dignidad y la libertad intrínseca de todos los seres creados a imagen de Dios.

"Quieren una Iglesia que comunique y sea transparente en sus procesos"

Un elemento que las hace más genuinas es la crítica constructiva. Son mujeres dentro de la Iglesia, que la sostienen en diversos servicios y realidades comunitarias. Su compromiso, gratuidad y solidaridad las convierten en voz autorizada y las hace creíbles. Son también ejemplo en la manera de hacer y de actuar. Su talante pasa por el diálogo, el encuentro y el debate. Quieren una Iglesia que comunique y sea transparente en sus procesos.

Y así mismo lo han vivido. Los movimientos eclesiales feministas trabajan en red y han establecido una bonita complicidad mutua. Lo hemos visto, por ejemplo, en la Coordinadora de Dones Creients Alcem la Veu en Cataluña, que, a su vez, mantiene vínculos estrechos con Revuelta de Mujeres en la Iglesia del Estado español y con el CWC por todo el mundo.

Abiertas al diálogo ecuménico e interreligioso, también han sabido escuchar a mujeres creyentes de otras confesiones, entendiendo que hay una batalla cultural de fondo que no pueden eludir. Esto les ha dado oxígeno para no quedarse cerradas y superar el peligro de la autorreferencialidad. Y también les ha dado fuerzas para alcanzar retos mayores y más complejos, y perseverar en este largo camino de transformación social. La sororidad las alienta a continuar luchando y les recuerda que el esfuerzo vale la pena.

También es un mérito notable el tono con que responden a esa llamada. No se defienden en el victimismo y la amargura. Proponen acciones vitales y dinámicas. Y encarnan una lucha amorosa que quiere ayudar a tejer relaciones basadas en la confianza y no en el control. Es probable que su mensaje cueste de entender a quienes asimilan la autoridad a la supe-rioridad jerárquica.

"No siempre es fácil mantener la confrontación y hacer aflorar un conflicto latente. El desgaste y la frustración que viven dentro de la Iglesia lo han puesto negro sobre blanco. En sus objetivos han incluido escuchar a las víctimas de abusos sexuales, de poder y de conciencia. Han asumido el rol de amplificar todas las voces silenciadas. Han sabido afrontar conversaciones que generan malestar"

Con acierto han ido forjando una agenda propia que se ha hecho un lugar en la agenda eclesial universal. En los últimos años se han convocado jornadas y foros de debate sobre el feminismo en la Iglesia, se han publicado libros, estudios y artículos reivindicativos, infografías sobre la presencia en espacios de gobernanza e, incluso, se han escrito y representado obras de teatro protagonizadas por las mujeres más cercanas a la experiencia transformadora de la pasión de Jesús. En su protesta, han ejercido la memoria y han sabido leer la historia. Han puesto en valor la solidaridad entre generaciones y la influencia eclesial positiva que tantas mujeres católicas, diaconisas, abadesas y místicas han ejercido a lo largo del tiempo.

Las mujeres en la Iglesia

"La sororidad las alienta a continuar luchando y les recuerda que el esfuerzo vale la pena"

Todos estos testigos y contenidos mejoran el relato eclesial, a menudo conformista y monocolor. Son ejemplos valiosos de credibilidad para una institución muy erosionada en la esfera pública. Y nos muestran un colectivo autocrítico y comprometido, con ganas de crecer y de ayudar a hacer crecer la Iglesia. Un colectivo que quiere que los organismos de participación eclesial no sean solo consultivos: piden voz y voto en los procesos de decisión que les afectan como comunidad creyente. Quieren que el liderazgo sea compartido, desde la corresponsabilidad y la renovación de estructuras obsoletas. Esto pasa indefectiblemente por el acceso a todos los ministerios ordenados sin distinción de género.

En paralelo, piden un trabajo hermenéutico, de revisión e interpretación de textos con perspectiva feminista, así como la presencia de mujeres en la formación eclesial, tanto en las facultades de Teología como en los seminarios. Y también –y este no es un tema menor– exigen mayor transparencia y ética en la gestión económica de las parroquias y repensar quién guarda la llave de la caja. Paulatinamente, han ido sentando las bases de una nueva gobernanza.

No se puede eludir que su misión confluye con un contexto eclesial favorable. El papa Francisco ha impulsado un trabajo a favor de la sinodalidad que pide trazar caminos juntos. Y que nos remite una y otra vez al convencimiento de la fraternidad, que siempre es inclusiva y acogedora. Hoy son una voz reconocida y el protagonismo de la mujer ha resultado central en los debates del Sínodo en las iglesias locales, desde Corea hasta Australia, pasando por Estados Unidos, México o Brasil, Irlanda, Suiza o la República Checa.

Por eso, la reivindicación feminista de la Iglesia no puede leerse como la enésima lucha por el poder de un sector concreto, sino que implica una reflexión de fondo sobre la misma noción de poder. Desde la reciprocidad y el servicio compartidos, podemos reconocer y poner en juego todos los talentos. Y superar la misoginia y el machismo que defienden que solo los hombres pueden representar a Cristo en el sacerdocio. Se requiere una nueva mirada basada en la fraternidad esencial que otorga el bautismo a todos los bautizados, pero también en la dignidad e igualdad practicadas por Jesús en el trato con todos los hombres y las mujeres.

¿Cómo se puede transmitir la noción de «urgencia histórica» a la hora de ganar la igualdad entre hombres y mujeres en la Iglesia? Sabemos que el mundo civil también debe curar todas las heridas y continuar avanzando en este terreno. La Iglesia institución tiene la autoridad en la acción social y la atención a las personas más vulnerables. ¿Por qué no podría ser un ejemplo también de transformación ecofeminista, con la conversión hacia la igualdad y la aplicación de una solidaridad más radical?

Si queremos revitalizar la Iglesia, hay que impulsar este cambio cultural. Es una oportunidad: convertirnos en una comunidad más proactiva y con más capacidad de escucha y de diálogo minimizaría la diáspora sistemática de tantas personas que se sienten excluidas. La fotografía es más completa si estamos todos.¿Cómo puede ser que todavía haya quien no eche de menos una parte significativa de la comunidad?

"Se requiere una nueva mirada basada en la fraternidad esencial que otorga el bautismo a todos los bautizados, pero también en la dignidad e igualdad practicadas por Jesús en el trato con todos los hombres y las mujeres"

Las mujeres, víctimas silenciadas (En y por la Iglesia)

Este coprotagonismo se ha hecho tangible cuando se han incluido más voces en los principales foros eclesiales. El mismo Sínodo sobre la sinodalidad ha contado, por primera vez, con la participación activa de 84 mujeres en la asamblea de obispos, 54 de las cuales han emitido su voto. Aunque sea en minoría y muy simbólicamente, es un paso hacia delante. Como lo es la metodología y el formato de la mesa redonda que vehiculó las conversaciones.

El feminismo eclesial manda deberes. Es evidente que hay que destinar recursos para formación si queremos preparar el terreno para el liderazgo compartido, y abrir el espacio de gobierno pastoral, de predicación y de celebración para esas mujeres que ya estén preparadas y sientan esta llamada, pero también convendría, en paralelo, un estudio a fondo para analizar cómo evoluciona la presencia y el discurso sobre este movimiento en la esfera pública, tanto en medios y publicaciones generalistas como en los ecle-siales. Sería un buena forma de confirmar que las mujeres de Iglesia son una voz autorizada y reconocida, dentro y fuera de casa, capaz de generar contenido, opinión y pensamiento en todos los grupos, talleres, monográficos y jornadas en las que se traten temas de interés común. La continuidad en su camino de toma de conciencia no es solo responsabilidad de los movimientos feministas, sino de toda la comunidad de creyentes a quienes interpelan.

"¿Cómo puede ser que todavía haya quien no eche de menos una parte significativa de la comunidad?"

Magnificat. Por Jose Luis Cortes – Sin Tapujos

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