"El significado del Día de la Mujer es sobre todo recordar todo lo que aún queda por recorrer" Los dos ruidos que tienen que dominar las mujeres en la Iglesia
"Creo que las mujeres necesitan todo el aliento que puedan, porque se ven obligadas a viajar por mar, y no por un mar llano, acogedor y favorable, sino por ese mar tempestuoso, ruidoso y a veces aterrador, que a menudo se cierne sobre Demóstenes, una ruta que los hombres han recorrido por tierra"
"El significado del Día de la Mujer espero que sea, para las mujeres y para los hombres colectivamente: no olvidar el camino ya recorrido, pero sobre todo recordar todo lo que aún queda por recorrer. El día 8 de marzo es una especie de puesto de control de la memoria colectiva... no tanto de lo logrado sino del camino que aún sigue abierto por delante de nosotros"
| José Ignacio Camiruaga Mieza CMF
Las mujeres podrían practicar siempre hablar junto al mar. Hay una anécdota que se me ha quedado grabada, como creo que a muchos, desde mis años de estudio de la filosofía. La anécdota se refiere a Demóstenes, el gran orador griego. Se dice que era tartamudo y que su voz no era especialmente estentórea, razón por la cual solía recitar sus oraciones en la playa, para practicar a superar con su voz el clamor de las olas. En este caso, las mujeres, para hacerse oír, deberían hacer como Demóstenes. No porque sean tartamudas, en absoluto, nunca lo han sido. Sino porque las mujeres, para hablar, tienen que dominar dos ruidos: el de la algarabía patriarcal y el de la resaca del lamento.
De los dos, el primero es el más fácil de ver, aunque quizá sea el más difícil de dominar. Hace mucho ruido, sobre todo cuando se rompe, y es tanto más potente cuanto más lejos se origina de la costa -y éste es nuestro caso, ya que el modelo de civilización patriarcal tiene orígenes antiguos, y en virtud de ellos está consolidado, transmitido, interiorizado, institucionalizado-. Sin embargo, como nos enseña la ciencia, estas tormentas son reconocibles porque siempre se anticipan por un retroceso anormal de las aguas que deja al descubierto una gran parte de la playa, una especie de enorme resaca: ésta, en nuestro caso, es la resaca del lamento. Y este tipo particular de resaca es causado principalmente por las propias mujeres, por lo que es bastante sutil.
Me gustan las mujeres. Me gustan las mujeres inconformistas. Me gustan las mujeres independientes. Las mujeres dulces. Me gustan las mujeres fuertes. Las mujeres sensibles. Me gustan las mujeres que saben detentar la autoridad y el poder. Las mujeres que saben utilizar la belleza sin denigrarla. Me gustan, en definitiva, las mujeres que no tienen miedo de ser mujeres. Y así, en realidad, me gustan las mujeres incluso cuando no consiguen ser inconformistas, o independientes, o dulces. Pero si hay algo que rehúyo -con toda la fuerza e indignación del verbo rehuir- es a la gente que se queja.
Mujeres que se quejan
Mujeres que se quejan. Que se quejan de las que lo intentan, que se quejan de las que lo consiguen, pero sobre todo que se quejan de sí mismas. Y así, no lo intentan y fracasan, sino que se compadecen de sí mismas; no actúan, sufren; no se definen por lo que son, sino por lo que no pueden ser; no hacen, sufren. Es una posición fácil, incluso ventajosa, la de los que se quejan: inmuniza de la crítica, evita los errores -el que no hace… no hace mal-, garantiza la inocencia de la víctima sacrificial. En cambio, no quejarse, sino oponerse, disentir y desobedecer constructivamente, demostrar, argumentar, es agotador, complejo, difícil. Pero quejarse me parece no sólo inútil, sino también ingrato, y por tanto peligroso. O mejor dicho, anticipa un peligro, le allana el camino: la playa, en este caso. Por eso, decía, la orilla del mar me parece el lugar adecuado para practicar la conversación. Y no sólo para entrenarse en dominar el rugido de las olas y el zumbido de la resaca, sino también para acostumbrarse a la vista, al horizonte de posibilidades que se abre como una promesa cuando se consiguen dominar esos dos ruidos, el de la algarabía patriarcal y el de la resaca del lamento
El problema, creo, es que quejarse es a veces mucho más insidioso de lo que parece, a veces se está como encaramado en la isla de las sirenas, que es un lugar psíquico más que físico. Así, sobre todo cuando hay que pasar entre Escila y Caribdis, la tentación de quejarse se hace más fuerte, más insidiosa, el señuelo de tumbarse en la isla y quejarse se hace más seductor. Esto se aplica por igual a hombres y mujeres.
Las mujeres, sin embargo, tienen que enfrentarse a otra insidia, que es el pensamiento, a veces obsesivo, que dirigen hacia sí mismas. También esto es una especie de corriente marina, que nos desvía, nos distrae, nos hace tambalear y a veces incluso ahogarnos. ¿Por qué pensamos tanto en nosotros mismos? Creo que la razón es que durante siglos se nos ha privado del pensamiento relacional, por lo que la mente de las mujeres se ha vuelto más enrevesada, como esas hojas que tienden a enroscarse sobre sí mismas. Y esta tendencia a enroscarse en pensamientos febriles sobre una misma -que pueden desembocar en el lamento, o en la ostentación, o en la vanidad- se ha mantenido incluso hoy, cuando en cambio las energías de las mujeres deberían canalizarse para tratar de compensar ese déficit de inteligencia relacional -y pienso sobre todo en las relaciones con otras mujeres-, y con la realidad.
Conozco a algunas mujeres, a algunas las he conocido en la calle, a otras en los libros, a otras en los periódicos. Conozco mujeres que se ponen un traje cada mañana y cogen el autobús a primera hora para ir a trabajar; mujeres que dejan de trabajar a primera hora y se van a casa y se meten en la cama; mujeres que hacen cola en los semáforos y miran fijamente al espacio; mujeres que se empolvan la nariz; mujeres que siempre escriben a lápiz; mujeres que sólo escriben en el ordenador; mujeres que sólo leen novelas de suspense; mujeres que no leen nada. Conozco mujeres que a menudo están cansadas y mujeres que siempre están llenas de energía. Conozco mujeres que crían cinco hijos, y mujeres que no pueden mantener viva una planta; mujeres que tienen una habitación para ellas solas en la que escriben grandes novelas, y mujeres que en su habitación para ellas solas deciden suicidarse; conozco mujeres que aman, idolatran y alardean de sus cuerpos, y mujeres que nunca los mostrarían aunque bien pudieran hacerlo; conozco mujeres que salen a la calle a protestar, y mujeres que se ven obligadas a llevar a sus hijos en una lancha neumática porque el mar abierto da menos miedo que el hambre; conozco mujeres enfadadas, mujeres desilusionadas, mujeres excéntricas, mujeres melancólicas.
Perpetuación de roles
Y creo que es importante que cada una de estas mujeres, y de las que no conozco que siguen siendo mayoría, siga siendo mujer en la medida en que es capaz, pero que entre en relación con el mundo de la realidad y no sólo con el mundo de los hombres, y que piense de sí misma para construirse y afirmarse como sujeto libre, no para lamentarse, compadecerse o menospreciarse, y que sea muy consciente de sus propios logros así como de las limitaciones que aún le imponen, y que viaje por el mundo como mujer en un cuerpo de mujer y no con la ambición de convertirse en una entidad incorpórea - porque la renuncia a ser mujer en mente y en cuerpo al mismo tiempo oculta el deseo de amoldarse al hombre, y por lo tanto también oculta el consentimiento a una civilización patriarcal, a la transmisión y perpetuación de ciertos roles, instituciones y poderes de la vida pública y privada. Oculta también el consentimiento a la discriminación y a la opresión, que, siendo formas de relación, no se anulan si los oprimidos y discriminados las ignoran, si fingen no verlas. Al ser formas de relación, y por tanto modos de dar sentido al mundo y a los demás seres humanos, no pueden anularse sino que pueden y deben modificarse.
Muchas mujeres han trabajado en esta dirección, abriendo nuevos caminos para ellas y para los demás. Podría mencionar a las muchas mujeres -nunca del todo conocidas, vivas o muertas, reales o imaginarias- que forman una cadena invisible dentro de mí. Mujeres con las que siento, a pesar de toda su belleza y grandeza, que tengo un vínculo, algo en común. Mujeres con las que comparto mi día a día, y a las que respeto, admiro y quiero: Ainhoa, Aldara, Ana, Beatriz, Carla, Caterine, Elena Francia, Estíbaliz, Giovana, Juana, Karen, Loli, María Fernanda, María Jesús, Merche, María, Saioa, Sara, Yanet, Verónica… Podría hablar de éstas, pero no dejaría dejar de lado a otras a las que siempre estará anudada mi amistad y mi querer, y a las que incluso en la distancia del pasado sigo admirando, respetando, queriendo.
Y, sin embargo, no quiero mirar únicamente hacia atrás pensando sólo en toda la genealogía de las mujeres en mi historia. Porque no quiero ser ingrato. A fuerza de mirar hacia atrás, llegamos sin aliento al punto en el que empezamos a mirar hacia adelante y hacerlo con gratitud. Y, en cambio, creo que las mujeres necesitan todo el aliento que puedan, porque se ven obligadas a viajar por mar, y no por un mar llano, acogedor y favorable, sino por ese mar tempestuoso, ruidoso y a veces aterrador, que a menudo se cierne sobre Demóstenes, una ruta que los hombres han recorrido por tierra.
"El día 8 de marzo es una especie de puesto de control de la memoria colectiva"
Y de las mujeres que llevo conmigo, debo decir también que muchas de ellas me fueron presentadas por otras mujeres, que miraban hacia delante pero sin dejar de mirar a su alrededor, y que se tomaron muy a pecho mi condición de hombre y mi juventud -de lo segundo, si tienes suerte, tarde o temprano se pasa; de lo primero, si eres inteligente, nunca olvidas el significado más profundo-.
Y el significado del Día de la Mujer, 8 de marzo, espero que sea éste, para las mujeres y para los hombres colectivamente: no olvidar el camino ya recorrido, pero sobre todo recordar todo lo que aún queda por recorrer. El día 8 de marzo es una especie de puesto de control de la memoria colectiva... no tanto de lo logrado sino del camino que aún sigue abierto por delante de nosotros. Y si un ramo de mimosas puede ayudar simbólicamente a la memoria, que así sea. Por otra parte, existe un lenguaje de las flores, muy utilizado antes. Seguramente no lo conozco del todo pero me parece que las flores a menudo sugieren las palabras adecuadas. Cuando se abre una flor es primavera en todo el mundo. Y estamos a las puertas de la primavera.
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