"Él era así, fuerte como roca. Vulnerable como rosa" El papa paradoja en Santiago de Compostela
"Acompañé a Benedicto XVI en algunos de sus viajes por el mundo. Era una persona paradójica"
"En Santiago de Compostela, todos lo esperaban verlo rodeado de una gran celebración, al estilo de su antecesor en el monte del Gozo. Pero no, él hizo algo digno, solemne y, quizás un tanto frío"
"Cuando lo recibimos en Santiago de Compostela pensé que tenía algo peculiar este hombre vestido de blanco. Algo que le hacía distinto a cualquier otra persona que hubiese llevado la sotana blanca"
"Cuando lo recibimos en Santiago de Compostela pensé que tenía algo peculiar este hombre vestido de blanco. Algo que le hacía distinto a cualquier otra persona que hubiese llevado la sotana blanca"
| Gumersindo Meiriño Fernández
Acompañé a Benedicto XVI en algunos de sus viajes por el mundo. En la celebración del centenario de las Apariciones de Fátima, en su visita a México, o, en su peregrinación a Santiago de Compostela, también en diversos encuentros en Roma.
Benedicto XVI era una persona paradójica. En Fátima, mientras él pretendía hacer ver el profundo mensaje de paz que se escondía en las apariciones a los tres pastorcitos, el mundo le preguntaba por los escándalos de pederastía en la iglesia.
En México, todos investigaban el porqué el papa Benedicto no iba a ver a la Señora de Guadalupe, sino que había decidido encontrarse con la gente mexicana, en el Cerro del Cubilete, en Guanajuato.
EnSantiago de Compostela, todos lo esperaban verlo rodeado de una gran celebración, al estilo de su antecesor en el monte del Gozo. Pero no, él hizo algo digno, solemne y, quizás un tanto frío, como el entorno granítico de la plaza del Obradoiro. Bella y piedra. Hermosa y dura. Flor y roca.
Cuando lo recibimos en Santiago de Compostela pensé que tenía algo peculiar este hombre vestido de blanco. Algo que le hacía distinto a cualquier otra persona que hubiese llevado la sotana blanca. Todo parecía elegantemente discreto y, a la vez, prudentemente elocuente.
El otro día leía en un autor oriental: “Una persona realmente valerosa está absolutamente abierta... ese es el criterio para el valor. Solo un cobarde está cerrado, y una persona fuerte es tan fuerte como una roca y tan vulnerable como una rosa.
Es una paradoja... y todo lo verdadero siempre es paradójico.
Recordad siempre: cuando sintáis algo paradójico, no intentéis hacerlo consistente, porque eso sería falso. La realidad siempre es paradójica: por un lado os sentís vulnerables y por el otro os sentís fuertes... eso significa que ha llegado un momento de verdad. Por un lado sentís que no sabéis nada, por el otro sentís que lo sabéis todo... ha llegado un momento de verdad.
Por un lado siempre sentís un aspecto, y por el otro el aspecto diametralmente opuesto, y cuando unáis esos dos aspectos, recordad siempre que tenéis muy cerca algo verdadero”.
Mientras miles de personas le despiden en Roma. Así lo veo en esa misma paradoja. Débil y frágil en su aspecto físico; pero de pensamiento fuerte y firme. Dulce y suave en el trato pero directo y concreto en las decisiones. Delicado y fino –como las melodías que emanaban de su piano, cuando tocaba la música de Mozart–, pero, al mismo tiempo, intrépido y valiente en su gobierno (hasta tal punto que toma la decisión de renunciar). Aparentemente un puro intelectual, pero al mismo tiempo, un místico al que le gusta la vida sencilla y retirada. Rodeado de gentes de poder y ambiciones humanas, pero –en cuanto podía–, “escapaba” a la soledad, a la tranquilidad, a la paz en el encuentro con la naturaleza. Con el sonido del viento, con la montaña, con la sencillez, con el silencio.
"Pienso y miro la plaza del Obradoiro y vienen a mi mente aquellas imágenes. Celebración austera, ritos solemnes, cánticos en latín. Por un lado alejado de las masas, por el otro, atento y cercano con cada persona que se acercaba"
Y, sobre todo, con Dios. Porque Ratzinger era un intelectual que escribía y enseñaba sobre filosofía y teología –temas complejos y difíciles de entender–, pero, al mismo tiempo, lo hacía con lenguaje sencillo, directo, discreto –como el suave viento que solía conscientemente respirar–. Un sobresaliente pensador que escondía un místico cauto y reservado.
Pienso y miro la plaza del Obradoiro –mientras millares de personas le pasan a saludar en Roma– y vienen a mi mente aquellas imágenes. Celebración austera, ritos solemnes, cánticos en latín. Por un lado alejado de las masas, por el otro, atento y cercano con cada persona que se acercaba. Un buen reflejo de lo que es Dios. Cercano tan cercano que está dentro de ti, en lo más profundo de tu ser. Sin embargo, lejano, distante, tanto que no puedes manipularlo ni dominarlo a tu antojo. Dios siempre cercano y siempre lejano. Es lo paradójico de lo Real y Verdadero.
Veo al papa Benedicto XVI –del que se pueden decir muchas cosas– ahora mismo sentado enfrente. Pregunta, sugiere, alienta, con cariño, hasta con ternura. Siento ganas de abrazarlo porque lo veo como padre. Pero, al ir asimilando sus palabras, siento un poco de vértigo en la firmeza, serenidad, fuerza, solidez, orden de cómo lo dice. Siguen, sin embargo –quizás aumentados– los deseos de darle un fuerte abrazo, aunque es posible que él no me responda de la misma forma sino con cierta distancia y delicadeza.
Porque él era así: sí, sí. Fuerte y vulnerable. Fuerte como roca. Vulnerable como rosa. El papa paradoja.
¡Paz y Alegría!
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