Testimonio de un joven de Mérida-Badajoz tras su visita al monasterio francés Una semana en Taizé
"Esperaba encontrar paz, serenidad, respuestas a dudas que tenía y experimentar la diversidad"
| Alberto Gata Tocón
Este verano del 2019 fue especial para mí porque pasé una semana entera con mis amigos de la delegación de ecumenismo y diálogo interreligioso de Mérida Badajoz en Taizé. Taizé es una comunidad monástica que hoy en día constituye un gran referente mundial del ecumenismo y del diálogo entre cristianos de disinas iglesias. Está formada en su mayoría por hermanos católicos y protestantes. Fue fundada a mediados del siglo XX por el hermano Roger Schultz como signo de reconciliación tras la II Guerra Mundial y como signo de unidad y fraternidad entre los cristianos.
Yo quise asistir a Taizé porque esperaba encontrar paz, serenidad, respuestas a dudas que tenía y experimentar la diversidad presente en Taizé en cuanto a relacionarme con gentes de otros países, culturas y de iglesias cristianas disintas. Llegmos el domingo 28 de julio por la noche a tiempo para la oración y tuvimos buena acogida.
El día se desarrollaba de la siguiente manera: tres veces al día teníamos oración por la mañana antes de desayunar, al mediodía y por la tarde antes de la puesta del sol. Las oraciones se celebraban en la Iglesia de la Reconciliación, el gran foco espiritual del complejo de Taizé. Allí todos los peregrinos nos juntábamos para orar, meditar la Palabra de Dios y alabar junto a los hermanos de Taizé. Durante el día teníamos charlas, reflexiones bíblicas por grupos, talleres y también colaboramos cada uno en grupos de limpieza o de cocina por ejemplo.
La convivencia era buena. Me encantaba encontrar tanta diversidad de idiomas, de países y de iglesias cristianas juntas en Taizé. Diferentes pero unidos en la misma fe en Jesucristo y en la oración.
Yo estaba en un pequeño grupo de reflexión bíblica junto a dos amigas de mi propio grupo de Mérida-Badajoz y otros jóvenes procedentes de países como Suecia, Finlandia o Alemania. Nos juntábamos para charlar sobre la hospitalidad y de otros temas. Disfruté mucho de la compañía aunque me costara hablar y expresarme en inglés. De hecho mi estancia en Taizé me sirvió para practicar el inglés.
Para mí los mejores momentos del día eran las oraciones porque sentado en la iglesia meditando salmos y lecturas bíblicas y cantando me sentía en paz conmigo mismo.
Por las tardes participaba en talleres. Uno de ellos era sobre la convivencia entre cristianos y musulmanes. Me gustó porque escuché la experiencia de cristianos que tuvieron contactos y amistades con musulmanes. Tuve la ocasión de ver un documental sobre la vida del fundador de Taizé que me enseñó mucho sobre la espiritualidad de Taizé.
También hubo momentos para meditar. En una de las oraciones en la Iglesia de la Reconciliación leímos un texto de Isaías que me llamó mucho la atención. Decía
“¿Acaso una madre puede olvidar a su niño de pecho sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque llegue a olvidarte, yo nunca te olvidaré”.
Ese texto me hacía replantear la imagen que tenía en mente de Dios.
Como conclusión mi estancia en Taizé fue muy provechosa porque allí encontré la paz y la serenidad que necesitaba. La lección principal que saqué de allí fue que Dios es un padre amoroso que se conmueve por nosotros y nos quiere incondicionalmente. Yo animaría a los jóvenes a que viajen a Taizé porque les aseguro que será una experiencia inolvidable desde un punto de vista espiritual.
Aconsejo que aprendan bien idiomas, especialmente el inglés, para desenvolverse en Taizé y poder aprender y disfrutar más. También les animo a aprenderse los cantos cada día porque les ayudará a sentirse en paz y a encontrarse con Dios.