45 años de 'La vida de Brian': "No sé si fue realmente un escándalo o, mejor aún, un malentendido" ¡Romanos, marchaos a casa!

¡Romanos, marchaos a casa!
¡Romanos, marchaos a casa!

Acostumbrados ya a recurrir a la blasfemia para justificar la mediocridad artística con un espíritu autodenominado iconoclasta - abundan los ejemplos en el teatro o en las exposiciones de vanguardia -, puede sorprendernos descubrir que se censuró una película inocente

Toda la película es un manual de ironía incorrecta y sorprendente, que se ha ganado con razón un estatus de culto. E incluso vista hoy, sigue siendo recomendable para los guionistas de comedia: de la parodia a la paradoja, de la sátira política a la caricatura, de la payasada al demencial, del humor vanguardista al carnavalesco...

A los 45 años de «La vida Brian», quizá la película más famosa de los Monty Python, pienso seguramente que una parte importante de su merecida fama se debe a la tenaz censura, que prohibió la película en varios países. No sé si fue realmente un escándalo o, mejor aún, un malentendido.

El viaje de tus sueños, con RD

La película fue acusada de blasfemia a pesar de que trataba sobre un hombre de la misma edad que Jesús, distinguible no sólo por su nombre diferente sino porque Jesús aparece en el fondo de la película, por ejemplo ofreciendo el Sermón de la Montaña mientras Brian le escucha de pasada. La trama sigue a este último mientras un pequeño grupo de entusiastas se convence de que es el Mesías y le mete en una serie de líos que le llevan a ser crucificado junto con criminales, sediciosos y desventurados inocentes. En esto tampoco hay nada grave, ya que abundaban los falsos Mesías y la crucifixión, como demuestran los dos ladrones, era una pena capital al uso.

La película fue acusada de blasfemia a pesar de que trataba sobre un hombre de la misma edad que Jesús, distinguible no sólo por su nombre diferente sino porque Jesús aparece en el fondo de la película, por ejemplo ofreciendo el Sermón de la Montaña mientras Brian le escucha de pasada


Acostumbrados ya a recurrir a la blasfemia para justificar la mediocridad artística con un espíritu autodenominado iconoclasta - abundan los ejemplos en el teatro o en las exposiciones de vanguardia -, puede sorprendernos descubrir que se censuró una película inocente, que en el mejor de los casos se burla de los defectos del habla, de la enseñanza del latín y de las escisiones de izquierda. Salvo que se burla sobre todo de la torpeza de las masas, y el pueblo, dispuesto a hacer la vista gorda ante cualquier mal uso artístico de las figuras sagradas, nunca perdona la peor blasfemia: la que atenta contra su orgullo.

Aprovechando su 45º aniversario, volveré a ver este fruto ingenioso de los inolvidables Monty Python. Y volveré a disfrutar de esta formidable historia de Brian, la «vida paralela» de Jesús y contrapartida perdedora del Divino en la que suceden todo tipo de cosas.

Y disfrutaré también de aquel momento sublime, entre tantos momentos sublimes, en el que, tras unirse a un grupo de judíos revolucionarios que quieren derrocar el dominio romano, Brian tiene que demostrar su valentía a sus nuevos camaradas escribiendo (al estilo graffiti) en una pared «¡Romanos, marchaos a casa!»:



Totalmente incapacitado para la tarea, Brian piensa aprovechar la oscuridad y, creyéndose protegido por ella, comienza a pintar. Pero, al fondo, vemos cómo se le acercan soldados imperiales, de los que no se percata. El espectador anticipa el momento del descubrimiento e imagina la delgada figura de Brian. Aquí, sin embargo, interviene el genio de los Monty Python.

El soldado romano, en lugar de arrestarlo, lo reprende por sus errores de latín en la escritura. Le tira de las orejas, le trata como a un colegial zoquete y después le obliga a escribir la frase correcta docenas de veces por todo el edificio durante toda la noche. Una inversión sensacional, que duplica y desplaza las expectativas de los espectadores, construye un argumento de lógica invertida en forma de gag, muestra de repente que tanto el revolucionario como el ocupante de Galilea no son más que dos tontos.

Toda la película es un manual de ironía incorrecta y sorprendente, que se ha ganado con razón un estatus de culto. E incluso vista hoy, sigue siendo recomendable para los guionistas de comedia: de la parodia a la paradoja, de la sátira política a la caricatura, de la payasada al demencial, del humor vanguardista al carnavalesco... en realidad no falta de nada, pero sin desvelar demasiado.

Etiquetas

Volver arriba