Nuevo libro de Antonio Aradillas David, estrella de Israel
(Antonio Aradillas).-David fue, es y seguirá siendo figura clave en la historia de la humanidad. Ésta lo atestigua concluyentemente tanto con símbolos de destrucción y de guerras como con emblemas y alegorías de paz. La guerra y la paz se apalabran y se citan alrededor del hexagrama conocido como "Estrella de David". Así fue, es y será. Cualquier visión del mundo actual que prescinda de David y de su estrella resultará incomprensible y rudimentaria y se malogrará.
David es el hombre de todos los tiempos. Interpreta y representa a la humanidad tal y como ésta es; buena y mala a la vez. David no muere jamás. No cabe en túmulo alguno. Quedaría siempre insepulto. Encarna la virtud y el vicio, lo noble y lo adyecto. Y lo hace, y lo hará, como personaje real e histórico, y jamás como ente de ficción. Es un hombre con historia, y ésta está al alcance de quienes quieran enterarse de la verdad de los hechos. Aunque su vida se desenvolvió en coordenadas de teología y de misterio, tal circunstancia no le robó nada de humanidad. Aun más, se la acrecentó. David fue todo un hombre, por ser un hombre de Dios.
David fue unificador de su pueblo. Campean en él su espíritu de iniciativa, perspicacia política, ánimo generoso, sentimental y caballeresco y su ideal religioso determinante en su vida. David fue también y al mismo tiempo, sensual y cruel, indulgente en exceso con los suyos, apasionado y violento, fervoroso y asceta, místico enamorado de ideales muy altos, pero proclive a despeñarse con frecuencia en las más profundas miserias.
David fue poeta y músico. Su historia íntima la escribió él mismo en sus salmos. Es el poeta nacional de los hebreos. Sus manos le proporcionaron a la honda un impulso feroz contra el filisteo, y a la vez escribieron con variedad de metro y tañeron laúdes, címbalos y arpas. A sus cantos-salmos la Iglesia califica, reconoce y proclama litúrgicamente como "palabra de Dios". El alma de David fue y es arpa permanentemente tensa que se hace música ante cualquier soplo de belleza natural y suceso histórico o religioso. Cuando el espíritu de Yahveh insufla sobre él nos transporta a las altas regiones del misterio donde Dios tiene su morada.
A David, -como hombre y como rey- lo define cabalmente su condición de ser "tipo" del Mesías. Sus victorias anuncian las que el Mesías, lleno del espíritu que reposa sobre el hijo de Isaí, alcanzarán sobre la injusticia. A partir de David, la alianza de Dios con su pueblo se establecerá y se construirá a través de su rey. Por la victoria de su resurrección cumplirá Jesús las promesas hechas a David y dará sentido a la historia.
David, llamado por Dios y consagrado por la unción, es el "bendito" de Dios al que este mismo Dios asiste con su presencia y lo hace prosperar en todas sus empresas. Así lo confiesa el texto sagrado: "Por donde quiera que iba, le daba Yahveh la victoria".
Encargado como Moisés de ser "pastor de Israel", hereda David las promesas hechas a los patriarcas, con mención sobresaliente para la de poseer la Tierra Prometida, cuya conquista definitiva es coronada con la de Jerusalén que será conocida y reconocida como "La Ciudad de David", en torno a la cual se fragua la unidad de las tribus. Entre los muros de Jerusalén, David y la Casa de Israel formarán desde entonces un solo pueblo en torno a su Dios.
Por desgracia son muchos los que olvidan esta promesa y su consecuente inserción y desarrollo en la historia. En el mismo contexto de contradicciones tan arcanas es urgente descubrir y asumir que la religión de David se fundamenta en la espera de la hora de Dios, actuando en conformidad con el modelo bíblico de los "pobres" que se abandonan en sus manos, con la certidumbre y confianza sublimes que da esperarlo todo de Él.
David es depositario de la promesa de Dios de perpetuar la alianza con su pueblo y no mediante la construcción del templo que después erigiría su hijo Salomón, sino asegurándole descendencia eterna. Cristo es, y se llama, "Hijo de David", título mesiánico que jamás fue rehusado por Él y que encarna el "retoño de la raza de David que aguardan e invocan el Espíritu y la Esposa" en conformidad con el libro sagrado del Apocalipsis.
Es conturbadora la carencia de conocimientos que se registra en la actualidad acerca de la figura de David y de la estrella con la que se identifica y que a su vez define al Estado de Israel. Pretender interpretar la historia actual y sus contingencias, con tan amenazadoras noticias que se nos proporcionan, haciéndolo al margen de David, resultaría empeño vano y suicida. David y su estrella siguen, y seguirán siendo, referencias ineludibles para explicar, comprender y descifrar también la historia actual. Cerrar los ojos a tanta evidencia equivaldría a no ejercer de personas.
Al decidirme a afrontar el tema, entre la variedad de posibilidades que se me ofrecían, preferí colocar a David en el centro del cuadro y prestarles atención personalizada a quienes se relacionaron con él. David no estuvo solo jamás. Vivió y convivió con muchos. David no fue uno sólo. David fue muchos, es decir, pueblo. David, al igual que otros seres humanos, fue también lo que fueron los demás, y lo que estos le ayudaron o desayudaron a ser. Es preclara condición de la persona por persona, principio o fundamento de toda actividad responsable. Y es que David fue hombre y hombre de Dios.
David es estrella -hexagrama- compuesta de dos triángulos equiláteros que se entrelazan. La estrella es luz y misterio y referencia tangible e infinitud. Es parpadeo y quietud y encandilamiento y afinidad, noche y esperanza, anuncio y revelación, confidencia, informe y noticia... En la estrella-hexagrama de David descubren los antropólogos que el triángulo que señala hacia abajo representa la sexualidad femenina y el que señala hacia arriba la sexualidad masculina, por lo que su combinación simboliza unidad y armonía.
"Fuego" y "agua" en el lenguaje de la alquimia, están asimismo representados en los dos triángulos, con lo que se expresa la indispensable conciliación y reconciliación de los opuestos, lo que como alcanzable esperanza quiero que por encima de todo aliente, estimule y conforte la lectura de este libro.
Ilustra mucho tener bien presente para la mejor interpretación del texto, el dato de que, cuando el 14 de mayo de 1948 se estableció con legalidad el Estado de Israel, la "estrella de David" sobre el fondo blanco se convirtió en su símbolo oficial y en bandera nacional.