Invitación al trabajo por la paz
“Sube a una tierra que mana leche y miel”. Esa era la invitación y la promesa. Una tierra que producía frutos abundantes, pero no para satisfacción de algunos, sino para que, colaborando y compartiendo, todos pudieran comer juntos, en torno a la gran mesa de la hermandad.
Ningún territorio es propiedad de nadie. Cada pueblo es elegido y llamado para abrirse e ir al encuentro del otro, derribar las fronteras y destruir las banderas que dividen, amenazan y secuestran la verdad.
La fuerza del poder económico, del armamento, de las alianzas militares, por medio de la opresión, el aislamiento, la reclusión y el imperio del terror, no produce más que víctimas y un caldo de cultivo del odio, la rabia y la cruel venganza.
Decía el gran maestro de la no-violencia: “No hay camino para la paz, la paz es el camino”. Y algún tiempo antes, Jesús se despedía así de sus amigas y amigos: “La paz os dejo, mi paz os doy; pero no os la doy como la da el mundo”.
Es decir, una paz basada en la justicia, en la igualdad entre todos los seres humanos, en la verdad y no en las fake news, en la acogida y no en el rechazo, en el respeto y no en la imposición, en la cercanía y no en la exclusión.
La paz que nace de un corazón de carne y no de piedra, de un corazón reconciliado y reconciliador, de un corazón leal y confiado, de un corazón entusiasta, apasionado y muy humano, tatuado con la palabra hermana, hermano.
Pudiera ser que tras estas palabras estuviera latiendo la sinrazón, la venganza sin límites, el campo de concentración y el genocidio contra la población palestina en Gaza. Y no lo podría ocultar.
Pero también están detrás las inhumanas guerras de Ucrania, Congo, Yemen, Sudán, Sáhara… Y el hambre, la marginación de las personas LGTBIQ, el rechazo a los inmigrantes, la opresión, el feminicidio a escala mundial, la privatización de los servicios sociales, el odio al diferente…
Sobre un muro leí hace tiempo esta pintada: “Dejemos el pesimismo para tiempos mejores”. Es decir, no es el mejor momento para tirar la toalla. Nunca lo es. Porque se necesitan todas las manos, toda la creatividad, todas las voces.
Para ello es necesario mantener siempre viva y encendida la llama de la esperanza, mediante la unión, el entusiasmo y el compromiso solidario.
También el cálido abrazo de la amistad para que cuando uno caiga, otro le levante. Y la celebración para mantener la mística de la lucha diaria por la fraternidad y la sororidad, enjugando las lágrimas y saboreando las alegrías.
Sin abandonar la fiesta, para cantar juntos a la vida, brindando, a pesar de esta interminable noche oscura, hasta que nos sorprenda aún despiertos, cada día, una nueva amanecida.